Generalmente lo de buscar el tema para escribir la columna de la semana me supone un problema. Es a lo que más tiempo dedico y a lo que más miedo tengo, porque una vez con el tema, y sabiendo el final al que quiero llegar, escribir estos artículos de los jueves se reduce a hablar poco y mal de cine, enredar las cosas más de la cuenta e intentar esconderme a mí mismo en todo lo que voy diciendo, porque, ya saben, para mí hablar de cine es hablar de vida, valga la redundancia, a ver si esa redundancia vale de una vez por todas. Pero, en fin, que me enrollo, y esto no pretende ser uno de esos prólogos celianos en los que el gallego diseccionaba lo que es novela o lo que es cuento, lo que quería decirles, y a eso voy, es que esta semana he llegado bastante holgado a la elección del tema porque, el pasado domingo, la vida me ha demostrado que, de vez en cuando, la realidad supera a la ficción. Por eso hoy les voy a hablar de lo que quiero en mi vida.
Y es que la expresión de lo que quiero en mi vida, que tanto utilizo en Twitter, algunos lo sabrán, surgió casi como broma en mi vida y ahora la utilizo para todo. Un poco como fórmula de presentación, como muletilla, casi como una declaración de intenciones. Me sirve como pie de imagen de muchos fotogramas que voy compartiendo a golpe de tweet. Porque Twitter tiene muchas reglas no escritas, como es bien sabido, y una de ellas es ese uso de determinados patrones de expresión, de manierismos, de coletillas que a mí tanto me gustan y que, creo, dan cierta personalidad a quien las utiliza, como una identidad propia. Mis lo que quiero en la vida se han reducido a publicar, con más frecuencia de la recomendada, seguro, fotogramas de películas, o fotografías en las que actores y actrices muestran muchas cosas que, a mí, por aquello de la magia del cine, me parece que quiero vivir en mi propia vida. Que valga también esta redundancia.
Mientras escribo rebusco entre todas las imágenes que han pasado por mis lo que quiero en mi vida y me encuentro que he puesto mucho a Cary Grant. Cosa predecible. Hay muchas escenas de Charada, de Atrapa a un ladrón, de Página en Blanco, de Indiscreta, de Tú y yo y de Con la muerte en los talones, pero es que a quién no le gustaría escuchar eso de «no tenía nada que hacer y decidí enamorarme», dicho por Eva Marie Saint vistiendo un traje tan bien como lo llevaba Grant. Hay escenas de Audrey Hepburn, con esa mirada que ha atravesado tantas cosas y tiempo para llegarnos hoy, de Desayuno con diamantes, de Vacaciones en Roma, de Encuentro en París, de Sabrina, y un par de ellas con su amigo Hubert de Givenchy. He puesto muchas escenas de películas de Woody Allen, porque esas sí que son como mi vida misma y, además, creo que uno tiene que buscar a su Annie Hall particular. He puesto mucho Midnight in Paris, por motivos nostálgicos que me parecen bastante obvios. Hay, también, mucha comedia romántica, porque aquí somos acérrimos defensores y degustadores de ellas, que si Notting Hill, que si Tienes un E-Mail, que si ese monólogo final del propio Harry en Cuando Harry encontró a Sally. «Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, deseas que el resto de tu vida comience lo antes posible».
En mis lo que quiero en mi vida hay muchas escenas de besos, de esas de las que ya les he hablado en mi Besos rodados, porque a mí me encantan los besos, todo sea dicho, y ese de James Stewart y Grace Kelly, en La ventana indiscreta, me gusta, quizá, más que ninguno. O quizá prefiera otro. Lo que tengo claro es que el vestido de ella y esa cena son de mis momentos inolvidables en la historia del cine. De Carl y Ellie, en Up, he puesto otro tanto, es verdad, porque he querido ser ellos muchas veces y leer cogidos de la mano, tú en tu sillón de orejas y ella en el suyo. En mis lo que quiero en mi vida hay muchas parejas, hay mucho amor y hay mucha complicidad, que es eso que tanta falta hace para que las cosas salgan bien. En mis lo que quiero en mi vida hay muchas miradas, ¿qué tendrán?, y muchos bailes, como en las películas de John Ford, que son vida y como el de Capucine y Peter Sellers, en La pantera rosa, que es divertido. Tiene que aparecer, y aparecen, muchos bailes y abrazos, porque hay bailes que deberían durar varias canciones y abrazos que deberían prolongarse durante horas. En mis lo que quiero en mi vida hay muchas escenas, compruebo, de películas de los sesenta, porque son elegantes, ligeras, sencillas, a veces llenas de enredos, ingeniosas, animadas, con buena música, mejor guion, coloreadas en Technicolor y, sobre todo, felices. Y eso es lo que hay que querer en la vida. Os lo prometo.
Hace una semana veía de nuevo En el estanque dorado. En ella Katharine Hepburn, que protagonizó muchos otros lo que quiero en mi vida con Spencer Pocholín Tracy, «los letrados nunca deben casarse con letrados, porque semejante unión sólo puede dar letraditos y más letraditos», encarna a una anciana enamorada de su marido, Henry Fonda. Él es un cascarrabias, un gruñón y un viejo, con todas las letras, pero ella, que lo ama con toda su alma y su vida, en un momento, le dice, y eso es justo lo que quiero en mi vida, «eres el mejor hombre del mundo, pero sólo yo lo sé». Con que esa persona lo sepa es suficiente, nos basta así. Pero, les decía, y era lo importante, que el pasado domingo fue uno de esos días en los que la vida saca ese conejo de la vieja chistera, como queriendo llamar tu atención, como diciendo «oye, que esto es mejor». Fue uno de esos días en los que realmente está bien bonita, tanto que da gusto verla y disfrutarla, tanto que te hace feliz. Y es que me descubrí caminando detrás de un matrimonio de ancianos, tanto como Kate y Henry, que paseaban juntos, que iban cogidos de esa manera en que sólo saben cogerse dos personas que han compartido toda una vida, de alegrías y tristezas. Y entonces pensé «que le den a Cary Grant» —Dios me perdone—, que nada de En el estanque dorado, que a veces tengo que salirme de las películas, que hay vida fuera, que se puede conseguir y que aún hay esperanza. En fin, pensé muchas cosas más que aún no puedo contarles, pero hoy comienzo esta confesión: el pasado domingo me di cuenta de que lo que quiero en mi vida es eso y, sobre todo, de que existe. Yo lo he visto.