Comprendo que puede no ser del todo correcto reiterar lo dicho en una columna en la de la semana siguiente, pero es que me he pasado estos últimos días dándole vueltas a aquello que dije, aquello de que «Los amores más difíciles no son los platónicos, ni los no correspondidos. Los amores que más duelen, los más sentidos, los que más pesan, son los que, siendo correspondidos, son imposibles». Y es que de eso va la película a la que, inevitablemente, he tenido que volver: Breve encuentro.

Basándose en un texto de Noël Coward, David Lean hace una obra maestra. Nos presenta a dos personas, Trevor Howard y Celia Johnson, Alec y Laura. Son dos seres humanos normales y corrientes que coinciden en la cafetería de una estación, en una cantina, como diríamos. Pienso que, probablemente, se hayan cruzado antes, es muy posible que acompañados de sus respectivas familias durante alguna fiesta del pueblo. Quizá lo hayan hecho mientras paseaban un domingo después de ir a la iglesia, se me ocurre. Pero esos dos desconocidos ahora se miran, se ven y una arenilla en el ojo de ella y la caballerosidad o el sentido del deber de él, médico de profesión, hacen el resto, hacen que se enamoren, que se encuentren. Sólo falta una estación de trenes como escenario principal. Créanme que no es asunto baladí, porque «desde que existen los trenes, la necesidad de no perderlos nos ha enseñado a tener en cuenta los minutos», como dijo Proust por alguna parte. Y los minutos de estos enamorados imposibles, son iguales que los de los trenes que llegan y parten, una cuenta atrás, un no esperar ni detenerse. Un tiempo que sólo resta.

Howard y Johnson tienen la sensación de conocerse desde siempre y, sin embargo, carecen de toda historia común. Díganme si no les ha pasado. «Te conozco desde hace cuatro semanas», le dice ella. No tienen recuerdos comunes más allá de un par de sesiones de cine, un paseo en barca, unas tazas de té, algunos besos furtivos…, y lo que es peor, no podrán crearlos. David Lean nos mete en ese tiempo a la fuga, en la escasez de éste cuando no se tiene todo el del mundo, cuando no hay un hasta que la muerte nos separe entre ellos, cuando no existe el juntos para siempre, sino, más bien, un nunca más. Es la arena de un reloj que ha terminado de caer, y al que nadie dará la vuelta. Un tiempo juntos durante el que estarán expectantes de que algo lo interrumpa todo, como finalmente ocurre. «Aún nos quedan dos minutos». La campana llamando al tren de las cinco cuarenta. El suyo. «Tengo que irme».

Breve encuentro es la historia de la renuncia, de la contención y del miedo a herir a quien más quieres. «Perdóname por todo, por haberte conocido, por haberte extraído la arenilla del ojo, por quererte, por haberte causado tristeza». Pedir perdón por quererse, por enamorarse, porque haya ocurrido, por amarse de verdad, del verbo amar. Él necesita preguntarle a ella si aquello era real, si era verdad el sentimiento que tenían el uno por el otro, si aquello era posible que estuviese ocurriendo. ¿Y tú? Bueno, tú te sobrecoges.

Cuando ellos deciden no romper sus vidas, él se va a África, ella regresa a su casa. Pero ambos se han quedado en aquella cantina, sentados entre las tazas de té con leche, incapaces de sostenerse la mirada. El amor eternamente contenido en aquellos últimos dos minutos interrumpidos, en la imagen de su mano apretando el hombro de ella, deseando quedarse. El último ahora o nunca. Lo que pudo ser. Lo que, finalmente, no fue.

Breve encuentro demuestra eso de que, de vez en cuando y efímeramente, la vida afina con el pincel, se hace de nuestra medida. Que, de vez en cuando, toma café, o té, con nosotros y está tan bonita que da gusto verla y faltan las palabras. Breve encuentro es la prueba de que existen esos momentos en los que uno es feliz y que lo feliz, incluso si breve, se hace inolvidable. Breve encuentro es esa historia tan sencilla, tan cotidiana y común, que podría ser la de cualquiera. Podría ser la mía. Podría ser la suya. Podría ser la nuestra.

Por cierto, ya han pasado Solo en casa por televisión así que, aunque me verán antes, feliz Navidad y próspero año nuevo.