Siempre que llegan las últimas semanas del año las redes sociales se llenan de listas. La gente nos cuenta no sé cuántos libros, películas, viajes y aventuras ha vivido, descubierto y ahora, atrevidos, nos las vienen a recomendar. Yo, la verdad, me encuentro con que no he hallado tantos tesoros. Hago el dichoso balance final y descubro —nada sorprendido, por otra parte— que a lo largo de este año cuasi finito he vivido, salvando algunos acontecimientos extraordinarios como el nacimiento de mi sobrina, lo mismo de siempre. Vamos, que me he salido poco del guion, pues, básicamente, he vuelto y revuelto a libros que ya había leído, a películas que ya había visto y a canciones que ya había escuchado. Y es esa permanencia, ese eterno sentirse en casa, en las cosas que me gustan, lo que espero, deseo y le pido para este año que comienza en apenas unas horas.

Porque hay algo estupendo e infravalorado en hacer lo mismo de siempre, que no en hacer siempre lo mismo. Hay mucho valor en no salirnos de donde nos sentimos en casa, en mantenernos en nuestras rutinas y costumbres, en nuestras tradiciones. Valoremos ese sentirnos bien que nos provoca darnos cuenta de que el camarero de ese bar donde desayunamos día tras día ya se sabe tu nombre y te pone el café como a ti te gusta, sin tener que pedirlo. Es ese no se qué que ocurre por dentro cuando nos ponemos nuestra película favorita y que sentimos una irrefrenable necesidad de recitar en voz alta ese diálogo, esa frase, segundos antes de que el personaje la diga. La psicología y la autoayuda se han pasado la vida diciéndonos que tenemos que atrevernos a salir de la maldita zona de confort, pero yo creo que hay mucha más valentía en permanecer en los principios y tradiciones.

Decía Julián Marías cuando hablaba de la felicidad que ésta sólo es posible en pequeñas píldoras, a las que denominaba islas de felicidad. Y yo pienso que, precisamente, si la vida es un océano que navegamos, uno encuentra esas islas con mayor frecuencia si dirige el timón rumbo a los lugares de siempre. Al libro que leímos cuando fuimos niños; a la película que todos los años veíamos por Navidad, o por Semana Santa; a las canciones que sonaban en el coche cuando viajábamos con nuestros padres; al restaurante en el que nos gusta cenar con nuestra mujer; a los huevos fritos con patatas que nunca fallan; a los amigos con los que siempre tienes un buen rato; a los domingos en El Rastro buscando completar nuestras colecciones; en fin, a lo clásico, a lo de siempre. Pienso, aunque es posible que me equivoque, que en este mundo que constantemente nos incita al cambio, a la moda rápida, la verdadera felicidad está en la permanencia. En este mundo, epítome de lo temporal y lo fugaz, lo rebelde es hacer lo mismo de siempre.

Recuerdo ahora un momento de la película Página en blanco, de Stanley Donen, en donde se manifiesta este sentimiento con una pequeña historia. Ya en los últimos minutos del metraje, el matrimonio Grant-Kerr cuenta cómo un día le regalaron a su hija una muñeca preciosa y nueva, Ángela, para sustituir a otra que ya se había quedado vieja, pelona y estropeada, Viola. Cuentan cómo a la niña le encantó Ángela, a la que quiso, peinó y cuidó hasta que un día, enferma de anginas, se tuvo que ir al hospital. Ese día mientras la subían en el coche para marcharse, abrazada a su nueva muñeca se detuvo y preguntó «¿Dónde está Viola?». No quiso irse sin ella. Y es en ese no querer dejar las cosas de siempre, en ese desear que todo siga igual y pueda seguir disfrutando de mis películas, de mis libros, de mi música, de mis comidas favoritas, de mi familia y de mis amigos donde me encuentro cada fin de año cuando me preguntan por mis propósitos y deseos para el año que entra.

Puede que una de las cosas que más miedo me da sea tener que dejar de hacer las cosas que más me gustan, no poder poner rumbo a esas islas de las que hablábamos. Por eso, esta Nochevieja, mientras me tomo las uvas, pediré a Dios que me ponga un poco más de lo mismo de siempre para el próximo año, por favor. Como vengo pidiendo todos los 31 de diciembre, vamos.