Madrid, 01 de octubre de 2021. Encuentro entre Eduardo Madrina y Borja Semper. Foto: Antonio Heredia

Yo a la gente decente que se presenta a las elecciones en el País Vasco la respeto, admiro y procuro aplaudirla. Son tipos como Madina, Sémper y Abascal. Iban con escolta, miraban debajo de los coches, protegían sus caballos o mercerías como podían y ante todo daban la cara. Lo de poner la otra mejilla se inventó en el País Vasco y ahí se forjó una generación de tipos bravos cuyo futuro solo podía ir a peor, claro.

A esa gente, digo, la admiro porque dio en esa batalla su juventud, su madurez y su vida entera. Estos días el pupilo Mikel Lezama se enorgullecía de ser el primer candidato popular en pasear por Donosti sin escolta, como queriendo decir que Bildu al menos ya no mata. Sémper también solía decir que el futuro del País Vasco pasa por el pacto con Bildu y demás —por eso decía que tras aquellos años heroicos estos personajes sólo pueden ir a peor—.

Llego a este tema a través de Leo Harlem. No pretendo ser yo como ese contraportadista que menciona en sus columnas tanto a Montaigne como a la Moñoño, pero el humorista leonés defendió hace poco que para ser político uno debería tener, al menos, cuarenta años. Por ley. Yo con Leo Harlem ya compartía afición irracional por Julio Camba, pero hoy me sumo a esta petición nada humorística.

Son muchos los que arguyen que los políticos primero deberían trabajar en la empresa privada, pero la petición conservadora de Harlem —lo perfecto es enemigo de lo conveniente— reside sencillamente en que los políticos primero deberían trabajar, vivir profesionalmente. No es cuestión de desdeñar a aquéllos que trabajan para el estado desde, pongamos, la abogacía del estado, la cátedra universitaria o demás funciones públicas, sino de fomentar que los políticos tengan previa experiencia, acreditada desenvoltura vital.

El Partido Popular (Lezama es un ejemplo), y también Vox (Sestao y Barakaldo son buenos ejemplos) han presentado a jóvenes candidatos que, salvo intercesiones marianas de última hora, apenas han conseguido representación. Y no siendo cuestión que estos valientes candidatos hayan cotizado en el mundo privado, sí hubiera sido del todo conveniente que hubieran al menos cotizado, donde fuese. Leo Harlem acierta en su exigencia y por eso es deber sumarse a ella. Presentar candidatos en la veintena tiene malos resultados electorales, pero peores personales. Si con tan poca edad uno ya defiende valientemente lo indefendible en el País Vasco, cuando éstos sean mayores, como Madina y Sémper, ya sólo podrán ir a peor.