A mí José Manuel García-Margallo me cae bien. No es una filia personal ni tampoco una admiración racional. No pienso lo mismo que él en casi ningún aspecto, apenas puedo aplaudir lo que dice en la tribuna del Parlamento Europeo. Me cuesta aceptar muchos de sus postulados ideológicos y hasta algunas de sus formas políticas. Pero me cae bien. García-Margallo me resulta francamente simpático.

Hace no tanto escribió el bueno de Nacho Raggio un tuit por el que algunos se escandalizaban. Venía a decir algo así como que en su sucia alma totalitaria —cuántas veces es la nuestra— aún queda un resquicio democrático que le hace abrazar a algunos pocos que no piensan como él: «Hay fachas que me caen regular y rojos que me caen bien. Es como Ábalos. Me resulta imposible no tenerle una simpatía irracional». Atinó Raggio en su comentario porque sin duda es complicado sentir un verdadero rechazo por Ábalos, al que yo también admiro y a veces imagino de alcalde en un jacuzzi de Marbella. Pero volvamos a Margallo.

Últimamente ha estado metido en polémicas por su participación semanal —tiene delito— en una tertulia de la Ser. Hay adolescentes monas que se rodean de amigas feas para resultar aún más guapas y éste es el caso de Margallo. Su inteligencia, no siempre bien aprovechada, reluce en los micrófonos cuando le flanquean Pablo Iglesias y Carmen Calvo. Por eso quiero pensar que hay en Margallo algo de mortificación, como de jugueteo infantil. Disimula entre la mediocridad de los suyos, quizás para brillar como uno de los nuestros. Veremos si poco a poco lo logra.

De Margallo me gustan además tres cosas. La primera, su sencillez para el acierto y para el error. Hace poco dijo que la Agenda 2030 noséqué del Evangelio y se equivocó, claro. Dijo una estupidez, porque, oigan, al final algo se le pega de aquellas tertulias de la Ser. Pero hoy, viendo la pancarta que Vox ha colgado en la Calle Alcalá, en la que queda caricaturizado como presbítero de la Agenda 2030, se ha molestado por la gordura del dibujo: «Me molesta que me hayan pintado tan gordo». Ea.

Sin embargo, me conquista definitivamente por su amor por las austriacas y por su defensa de Gibraltar. Es, en primer lugar, amante de las chaquetas austriacas, estas de botón gordo, cuello bajo y dobladillo colorido. Son chaquetas señoriales que aún no he visto a nadie en la derecha, y ojalá pudiéramos ver a, qué sé yo, Figaredo con una de estas chaquetas tan conservadoras. Y Margallo es, además, profundo conocedor de la españolidad de Gibraltar, que se defiende tanto con banderolas gigantescas —aquel rapto del hormigón aún me fascina— como con la seriedad del ensayo.

Atizó a Pablo Iglesias con el esbozo de una media sonrisa y cada día le recuerda al PSOE lo que Marruecos les debe. Va a Trece TV a montar jarana y lo mismo es mencionado por Ramón Tamames en la moción de censura. García-Margallo me parece simpático porque pese a todo lo sigo viendo como uno de los nuestros. Y él, estoy convencido, nos sigue amando como hermanos. Quizás, eso sí, como Caín amaba a Abel. Y por eso me cae bien.