Se ha hecho viral estos días un vídeo de gente joven bailando en la explanada delantera del Valle de los Caídos. Se ha hecho viral, claro, como todo lo que se hace viral en España: como motivo de crítica y excusa de bilis. Las redes sociales son redes precisamente porque atrapan y en ese tejido muchos viven presos de sí mismos, rehenes de la malla de críticas que entretejen en sus tristes cuartos.

No voy a entrar a defender la constitución de la Fundación Hakuna, tan criticada por sus delirantes objetivos sostenibles, tan alineados con el mundo; ni voy a exculpar el sentimentalismo de Effetá, que colabora indirectamente en el fervor por la dictadura del sentimiento, tan poco católica. No voy a entrar en esos temas, en los que ustedes y yo estamos de acuerdo, sencillamente porque no me hace falta plantearlos para defender que niñas universitarias y chavales católicos canten y bailen en la explanada del Valle de los Caídos.

Hay muchos que critican que en la Iglesia no se deben dar palmas. Yo me sumo, puesto que no quiero convertir la Abadía de la Santa Cruz en una celebración, qué sé yo, de la Iglesia alemana, tan poco eclesiástica y tan poco alemana. No es cuestión de adulterar la liturgia hasta que nos guste. Recordemos que Jesucristo expulsó a los mercaderes del templo y eso debemos hacer con quienes mercadean la fe, con quienes ponen lazos a los altares y ollas de legumbres por los bancos como si lo más importante de nuestra fe no pareciera pan.

Pero el vídeo muestra, ni más ni menos, a un numeroso grupo de jóvenes cantando fuera del templo, tras la celebración, como queriendo decirnos que de Misa se sale contento. Muchos habéis criticado las imágenes porque, ya lo siento, jamás habéis ido a una Misa en el Valle de los Caídos, jamás habéis ido a una sola Misa, qué decir, en vuestro barrio, y jamás habéis ido a una Misa en, qué sé yo, África. La Eucaristía en el Valle, en tu barrio, en Beirut y en el Congo, es motivo de alegría, pero doscientos ochenta caracteres, sin embargo, se os antojan pocos para criticar el gozo de la fe (véase Joseph Ratzinger).

Otros han abogado por la versión más tibia del asunto, puesto que no es el qué, ay, sino el dónde. Desconocen que los benedictinos del Valle, a los que tanto cariño personal tengo, son ejemplo viviente de la misericordia de Cristo. Y por eso permiten que Effetá haga sus retiros en ese marco incomparable, como permiten que las jóvenes de Santa Juana de Arco hagan sus adoraciones nocturnas con incienso y guitarras, como protegen la misa ad orientem y el canto gregoriano, como permiten que los jóvenes del Regnum Christi desarrollen su formación de la teología del cuerpo de San Juan Pablo II en sus instalaciones, como nos permiten a unos cuantos amigos pasar cada Semana Santa con ellos, rezando con fervor la liturgia de las horas. Viendo que hasta yo he vivido unos días en el Valle, ¿por qué no iban a poder expresar su alegría los jóvenes de Effetá?

Algunos se escandalizan de su propio escándalo porque ignoran que el Valle, si algo debe proteger, es la reconciliación. Entre españoles, en primer lugar, y entre los cristianos y Dios, en segundo. Quienes critican el vídeo eliminan la primera de las virtudes e imposibilitan la segunda. Por eso hoy me produce pena que lo indefendible de esta semana pase por agradecer a los monjes su sencilla labor de reconciliación. Yo, aunque pueda parecer lo contrario, solo defiendo lo mismo que los benedictinos.

Pablo Mariñoso
Procuro dar la cara por la cruz. He estudiado Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Escribo en La Gaceta, Revista Centinela y Libro sobre Libro. Muy de Woody Allen, Hadjadj y Mesanza. Me cae bien el Papa.