Al final, lo de la «política para adultos» era postear en Twitter lo de liberté, egalité y «etceteré»; jalear la Ilustración; hacer la ola a las sociedades abiertas, es decir: a sus bongos, ingenierías o Agendas; y transformar el término «populismo» en capacho ideológico con el fin de contener todo aquello que no gusta a las pelucas empolvadas del centro–centrado. Igual que la izquierda indefinida tiene de comodín al fascismo, que ha vaciado de contenido, la supuesta moderación ya posee su cancelador conceptual. Albricias.
Al final, lo de la «política para adultos» era seguir comportándose como una groupie. Pero dedicando los grititos y la histeria a cataplasmas creados en laboratorio, como Emmanuel Macron, o a la unión de los partidos cuyas diferencias ideológicas son meramente cosméticas. ¿No querían caldo? Pues dos tazas de un esclerótico PPSOE contra el citado populismo. Y sigan entrando al trapo del maltrecho clivaje derecha-izquierda. Algunos plumillas les explicarán cómo funciona esto. Contengan la risa.
Al final, lo de la «política para adultos» era creer, con la fe del carbonero, las fake news sobre la buena gestión económica de los tecnócratas aburridos. Contra la dialéctica populista: la eficacia del endeudamiento, el humo y el capitalismo de amiguetes. La brillante gestión de Macron se cifra en un pasivo de 600.000 millones de euros, a los que se deben sumar los correspondientes intereses y la inflación. El virtuosismo de las finanzas públicas consiste en enterarse después de las elecciones presidenciales de que no ha habido crecimiento el primer trimestre del año, de que el Estado asumirá costes que luego repercutirá al administrado, o en deshacerse del sector industrial estratégico, participado y no deficitario, haciendo muescas en el código de comercio por cada ilícito cometido. Un poco como los cuatreros del salvaje oeste hacían en la culata del Colt después de utilizado. Y luego a repartir el botín con el resto de la banda. Por algo le ascienden a uno a la velocidad de la luz en ciertos bancos de inversión. «Ya, pero es que las cifras del FMI…». Y dos huevos duros.
Al final, lo de la «política para adultos» era proclamar no entender cómo el personal en España pudiera alegrarse de la reelección de Víktor Orbán en Hungría, pero alabar la sabiduría del pueblo francés por haber reelegido más de lo mismo en Francia. Bis repetita, contrariamente a la húngara, apoyada principalmente por la juventud de extrarradio, una capital decadente y una tercera edad cínica que en el pecado lleva la penitencia. El pronóstico es un resplandeciente futuro de pérdida de poder adquisitivo, residencia de ancianos y Rivotril.
Al final, lo de la «política para adultos» era entregar nuestra soberanía a clubes que nos desprecian, aunque asumamos servilmente sus Agendas y empobrecedores desvaríos geopolíticos. Instituciones con las que firmamos contratos de adhesión, que se vuelven más leoninos a cada directiva transpuesta, y cuyas cabezas visibles no han sido votadas por la ciudadanía que dicen representar. Sin ponerse ni medio colorados, negocian suministros médicos personalmente y por mensajes de texto que no quieren enseñar, envían armas a conflictos entre países no miembros sin consulta ni refrendo auténtico, imponen la propaganda que debemos leer, se preocupan por perder el poco control que tienen en redes y nos preparan un curioso pasaporte europeo para 2030 por el que ya se ha preguntado con preocupación al comisario-jerarca de turno. Está claro que el cosmopaletismo no se cura viajando y el ansia de modelnidad consiste en pasar por el aro de todas las ingenierías sociales que quieran ponernos por delante nuestros señoritos.
Al final, lo de la «política para adultos» era creer, que por tener un trabajo que te permite pagar una hipoteca y votar al PP eres un winner del mundo que viene. Pero no. Ni con unos ingresos tres veces superiores a los que obtienes anualmente este sistema moribundo, sostenido por la respiración artificial del control de tipos y la impresión de estampitas, te va a salvar de viajar en el vagón de cola con los desdentados y los amantes del «fútbol femenino» si así se decide.
Al final, lo de la «política para adultos» era ser un marxista grouchiano. El nacionalismo es malo, salvo donde yo lo tolere o decida que sirve a mis intereses. El islamismo radical es malo, salvo donde el «eje del bien» lo utilice como herramienta para echar a éste, aquel o debilitar al otro. Luego la prensa generalista organizará la coartada hablando de los «rebeldes moderados» y de movimientos «espontáneos» de protesta.
Al final, lo de la «política para adultos» es lo de siempre, pero con un aumento de la inversión en marketing para embellecer el embalaje. Es la ilusión del cambio sin cambio. Es la pescadilla que se muerde la cola. Son los puentes de arcilla y el proyecto de dirigirse a la nada: hablar mucho, negociar mal el mal, huir hacia delante y, al ver que seguimos igual, pedir ración doble de lo mismo. De derrota en derrota hasta el guarrazo final.