Me disponía a cruzar por un paso de cebra cuando un coche patrulla de la Policía Nacional, sin rotativos puestos y sin señal alguna que advirtiera de que tuviese que acudir a una emergencia, casi me atropella al incumplir las normas de circulación y no respetar la prioridad del peatón. Minutos después, tras dar la vuelta a la manzana, se volvió a saltar un semáforo en verde dominando la carretera a su antojo. No había ningún pretexto por el que los agentes tuviesen algún tipo de ventaja sobre el resto de los ciudadanos, estaban conduciendo a una velocidad moderada y sin ninguna alerta a la que acudir.

Si quieres conocer a Fulanito, dale un carguito. La responsabilidad y la posición ventajosa proporciona al déspota acomplejado la liberación de esa timidez existencial que le inhibe para actuar bajo sus instintos naturales. Se rebela cuando le otorgan una autoridad por mínima que sea y se siente por encima de los demás sin cuidar la responsabilidad que se le ha concedido. No es consciente de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, esa frase presente en una película de Spiderman que sirve como lección para todos aquellos con algún tipo de mando sobre otros. Nada más lejos de la realidad, en lugar de hacer valer ese compromiso innato que debería adquirir todo el que gobierna sobre algo, ya sea la seguridad ciudadana como el caso que comentaba al principio. Debería ser consciente de la importancia que tiene el actuar, como se dice en el Código Civil, «con la diligencia de un buen padre de familia». El que no tiene unos principios no podrá nunca responsabilizarse honestamente de nada, entre otras cosas, porque será inconsciente de la relevancia de su poder.

En el caso de los policías que citaba al principio, estos no estaban sabiendo utilizar de manera íntegra su circunstancia de autoridad. El simple hecho de que utilices tu situación de agente de la ley para incumplir unas leyes, manifiesta que no estás siendo leal a la causa a la que te sumaste. Al igual que la corrupción, la negligencia profesional del que tiene un cargo no es solo propia de los políticos sino también de los miembros de la sociedad civil que tienen una responsabilidad sobre otros. ¿Se creen que el que ha traicionado la ética y se ha saltado los lindes de la corrección en un oficio profesional no va a hacer lo propio si ocupa un puesto político? Estoy convencido de que Irene Montero también hacía mal su trabajo cuando estaba de cajera en aquel supermercado; no es por ahondar en el manido tópico de la cajera que llegó a ministra -me parece absurdo y clasista-, pero el que no ha desempeñado sus funciones de manera correcta en la vida pública dudo que lo haga en su vida profesional o privada. Eso es lo que algunos católicos llamamos unidad de vida, una que quizá, sin saberlo, promulgó Felipe González cuando dijo eso de que el que no era bueno en su trabajo no podría ser buen alcalde.

Los ministros del Gobierno de Pedro Sánchez se recrean en sus miserias y errores de por qué no están sensibilizados con la importancia que tiene la labor que desempeñan en lo político, del inmenso honor que supone cargar con una cartera ministerial y de servir a los ciudadanos. No lo hacen por maldad, sino por incompetencia, otorgarles el beneficio de la mala fe sería igual que concederles inteligencia; han legislado de forma errónea escribiendo leyes infames por desdichados, algo que no es de recibo para el que tiene la inmensa responsabilidad de discernir sobre la convivencia de una sociedad.

A Irene Montero la habrían echado de sus trabajos en el sector privado y a Pablo Iglesias le habrían repudiado de la Universidad; aunque el hecho de que su amigo Juan Carlos Monedero le tuviese que enchufar en su departamento ante el portazo que le dieron el resto de las áreas de la Complutense manifiesta que no debe de ser un buen profesor.