El pasado 16 de febrero se aprobó de forma definitiva la ley trans, confirmando que esta legislatura es la de los engendros jurídicos y los atropellos morales. Conde Pumpido va a tener mucho trabajo para revestir de constitucionalidad toda la porquería legislativa aprobada por el actual Ejecutivo, aunque para ello tenga que llenarse de lodo  toda la toga.

El mencionado texto legislativo, como no podía ser de otra manera, es una de las medidas estrellas de Irene Montero. Otro disparate más que añadir a la ya larga lista de la ministra de Igualdad.

La norma se sustenta sobre la siguiente premisa: el sexo no es biológico sino emocional. Es el sentimiento subjetivo de cada persona el que determina la orientación sexual de la misma. Esto en la norma se traduce en que bastará con la simple voluntad del individuo para cambiar de sexo a efectos legales.

Con este fundamento tan simplón, resulta evidente que los efectos nocivos del texto pueden ser múltiples y afectar a distintos ámbitos. Para empezar, esta teoría tiene un primer problema, y es que es acientífica. El sexo es binario en los seres humanos y ello es demostrable científicamente, pues hombres y mujeres tienen características que los diferencian el uno del otro. A partir de ahora no tendrá demasiado sentido reivindicarse como hombre o mujer, ya que es algo que quedará subordinado a la voluntad de cada individuo. Por tanto, es cierto, como se ha dicho ya, que si ser mujer es un sentimiento, y no una realidad física sujeta a supuestas desigualdades, el movimiento feminista carece de sentido. Pero no deja de causarme estupor que se ponga el foco principal en la crisis que sufriría el movimiento feminista tradicional, y no en los grandes perjudicados de la norma: los menores de edad.

La ley trans introduce importantes modificaciones normativas en este ámbito: se podrá cambiar de sexo en el Registro Civil a partir de los 12 años. Entre los 12 y los 14, hará falta autorización judicial. Entre los 14 y los 16, bastará con el consentimiento paterno. Y de los 16 en adelante la llamada autodeterminación de género será libre. La norma borra de un plumazo cualquier tipo de informe médico en todo el proceso. Con la ampulosidad retórica que le caracteriza, Montero ha prometido a los menores que a través de la libertad y su simple voluntad encontrarán la tan ansiada felicidad. La realidad es que el camino señalado por la pareja de Iglesias les conduce a un abismo cubierto de flores.

En primer lugar, un individuo no es libre cuando no tiene la madurez suficiente ni la capacidad para asumir y calibrar las posibles consecuencias de una decisión tan trascendental como es un proceso médico de estas características. Tampoco es válido el argumento de la propia voluntad, pues ésta no es verdadera si no es informada. Es evidente, y no escapa a cualquier persona con un mínimo de sentido común, que un menor de edad no tiene el suficiente juicio para decidir sobre determinados aspectos de su vida, y mucho menos es capaz de asumir de forma madura las posibles consecuencias de algo tan drástico como la hormonación y la mutilación.

La infancia tardía y la adolescencia son etapas enormemente complicadas, pues los menores se ven influenciados por multitud de factores externos: amistades, familiares, medios de comunicación, personajes famosos, redes sociales etc. La inmensa mayoría de ellos navegan en un mar de dudas e inseguridades y no tienen criterio propio sobre ningún aspecto de la vida. No por casualidad existen desde hace siglos figuras jurídicas como la patria potestad, la capacidad jurídica y la capacidad de obrar.

La capacidad jurídica hace referencia a la posibilidad de ejercitar dichos derechos y contraer obligaciones por sí mismas. En los países civilizados, desde que el mundo es mundo, la capacidad jurídica se adquiere con la mayoría de edad (en nuestro país los 18 años). Por esta razón los adolescentes necesitan autorización de sus padres para ir a excursiones y tienen que cumplir la mayoría de edad para poder conducir o ejercer el derecho al voto. Y por eso resulta tan aterrador que quieran dejar a criterio de los menores la decisión de si quieren cambiar de sexo o no.

No son pocos los casos de menores que atraviesan serias dudas sobre su identidad sexual y finalmente, con el paso de los años y al finalizar el proceso de maduración, terminan reconciliándose con su sexo biológico. Con la nueva ley, muchos iniciaran un camino irreversible que les condenará a vivir medicados de por vida− la ansiada felicidad−. Nada vuelve a ser lo mismo para una persona que empieza un proceso médico tan drástico; los efectos biológicos y psicológicos de la hormonación y la mutilación pueden ser devastadores para las personas que se someten al mencionado proceso. Dicho proceso y sus efectos requieren una supervisión exhaustiva por parte de los profesionales sanitarios que la ley Montero ha borrado de un plumazo. Es decir, se ha privado a estas personas especialmente vulnerables de la protección que necesitan. La norma carece del más mínimo rigor científico, pues es puramente ideológica. Por eso duele el pensar que los delirios ideológicos de Montero truncarán vidas y destrozarán familias enteras, mientras ella no padecerá los nefastos efectos de su sectarismo.

Por otra parte, nadie les dice a esas personas que nunca van a alcanzar de manera real el tan ansiado cambio de sexo. Es imposible desde un punto de vista médico alterar determinadas realidades biológicas que diferencian a hombres y mujeres, como pueden ser la capacidad cardiorrespiratoria o el tamaño de pulmones y corazón, entre otras muchas. Tampoco un hombre que quiera convertirse en mujer va a tener la menstruación, por ejemplo.

Y esto es precisamente causa de otro de los efectos nocivos de este texto jurídico, que es la destrucción del deporte femenino, como bien ha denunciado en numerosas ocasiones la abogada Irene Aguiar. Y es que por mucho que nuestros políticos jueguen a ser Dios, la realidad biológica es inalterable. Hombres y mujeres somos distintos desde un punto de vista biológico. Por ejemplo, los hombres tienen los pulmones más grandes que las mujeres y por tanto les cuesta menos respirar a la hora de hacer ejercicio. También los hombres tenemos mayor masa muscular. Y eso no cambiará por mucho que una persona se embriague a hormonas. Ergo los deportistas transexuales tendrán mayores ventajas que las mujeres en las competiciones femeninas.

Tampoco deja de ser chocante que esta norma se apruebe en un momento en el que comprobamos cómo varios países europeos dan marcha atrás ante los efectos devastadores de leyes similares. Sin ir más lejos, hace unos días vimos cómo los “efectos indeseados” de la ley escocesa se llevaban por delante a Nicola Sturgeon.

En definitiva, con la aprobación de esta norma muchos menores verán truncadas sus vidas y nuestro ordenamiento jurídico sufrirá un grave deterioro. Como exclamó Madame Roland ante la estatua de la Libertad situada en la plaza donde iban a guillotinarla: «¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!».