Hoy en día las identidades están a precio de saldo. Por un módico precio uno puede adquirir una forma prefabricada de ver el mundo y así evitar tener que usar la cocorota. Basta con adherirse a la tribu que más popularidad y reconocimiento dé ante el rebaño en ese momento y voilà, ¡disfrute de su etiqueta!. Algo así como las tribus urbanas cuando éramos adolescentes, pero con aspiraciones políticas y ganas de meterse en tu bolsillo.
Por lo que digo, cualquiera podría pensar que esto de los movimientos identitarios no va conmigo, pero aprovechando el clima de solidaridad y empatía que últimamente se respira en Occidente por cualquiera que no sea tu tío —que, porque no se quiso vacunar, terminó cenando solo en Nochebuena— vengo a aportar mi granito de arena y a ofrecer una nueva causa a los discípulos de la ofensa, o lo que es lo mismo, un movimiento con mucho potencial para defender con las emociones y sin un ápice de racionalidad.
Al principio no fue fácil, pues además de tener que buscar una forma de dividir a la sociedad que no estuviese cogida todavía, ésta debía permitir una narrativa en clave victimista donde hubiese un opresor y un oprimido. Por lo pronto, hombre-mujer, blanco-negro, heterosexual-homosexual, empresario-trabajador… ya no estaban disponibles. Por suerte, la inspiración llegó. Y lo hizo, muy oportunamente, cuando con motivo del 8M escuché aquello de «somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Inmediatamente, pensé: ¿Y si en lugar de «brujas» utilizamos «zurdos»?
Lo cierto es que no sé cómo a nadie se le había ocurrido antes, pues la dicotomía zurdo-diestro también se puede vender como un apetitoso maná para los lloricas. En lugar de sostener que escribir con una mano u otra se trata de un atributo más de tantos que posee un individuo, la clave está en depositar en él una importancia desmesurada y conferirle a ser zurdo un rol de víctima per se. Siguiendo la estela marcada por el resto de los movimientos, las premisas de esta minoría serían, por ejemplo, las siguientes: «El mundo está hecho para los diestros», «los zurdos han estado oprimidos por los diestros a lo largo de la historia», «la dextralidad y el turbocapitalismo neoliberal odian a los zurdos», «todo está pensado para las personas que utilizan la mano derecha», «los diestros tienen una posición privilegiada en el sistema», «a los zurdos nos obligaban a escribir con la otra mano» o «A los zurdos nos relacionaban con el demonio», entre un sinfín de posibilidades.
Tal vez el lector crea que es ridículo lo que planteo, pero dadme financiación, estudios «con perspectiva de lateralidad» —sí, me lo acabo de inventar—, académicos y difusión masiva en los medios de comunicación y veremos qué pasa. En realidad, da miedo, porque tampoco es muy difícil imaginar lo que sucedería: que si la lateralidad es un constructo social y que los diestros deben deconstruirse; que si debería enseñarse en las aulas escritura inclusiva de derecha a izquierda para que los niños zurdos que se manchan la mano escribiendo no se sientan mal; que si los productos para zurdos deberían ser subvencionados para garantizar una igualdad de oportunidades; que si habría que imponer cuotas de zurdos para compensar la discriminación sufrida; que si habría que crear el Ministerio de la Lateralidad para garantizar los derechos de los zurdos; vamos, idiocia en su máximo esplendor.
Como veis, es más difícil encontrar a un político que haya trabajado en el sector privado que montar un movimiento identitario desde cero. Como dije al principio, yo sólo pasaba por aquí para ofrecerles a los tontos a la carta un nuevo producto con el que suplir sus carencias. Nada más. No es que me guste ver el mundo arder, para nada.