El primer recuerdo que tengo de una de esas bibliotecas que impresionan es el del día en que entré en la casa de aquella chica que me gustaba y vi la sección de libros de que tenía su padre. Me refiero a esas bibliotecas que uno ve y reconoce, nada más verlas, que están hechas por amantes de los libros, por personas que cuidan las cosas, porque las cosas hay que cuidarlas. Aún hoy no he olvidado la sensación que tuve y que era un poco, aunque en aquel momento no lo hubiera expresado así, lo que yo quería en mi vida. Sigue siéndolo, por cierto.

Recuerdo, también, haber estado mucho tiempo delante de esos libros, rebuscando, ojeando y hojeando. Vamos, picoteándolos. «¿Tú has venido aquí a ver libros o a qué?», escuchaba mientras sacaba unos y otros. Había algunos que llevaban nombres que me querían sonar y otros de los que no había nunca oído hablar. Entonces llegó su padre, hablé con él y supongo que, por aquello de que siempre hay un roto para un descosido, supo detectar en mí una incipiente pasión por el cine. Un interés que parecía querer salir a la luz, pero claro, yo era un chaval, y qué iba a saber. Total, que el padre de aquella chica que me gustaba me dejó llevarme un libro de Kubrick, que todavía tengo en mi estantería: era Una odisea creativa, de Christian Aguilera, en edición de Dirigido por. Y resulta que los dos primeros libros relacionados con el cine que leí fueron sobre Stanley Kubrick, porque el otro fue Aquí, Kubrick, de Frederick Raphael, guionista de Eyes Wide Shut, y editado por Mondadori, ejemplar que años después me encontré en una librería de viejo, me trajo recuerdos y lo compré. Libro y película me llevaron a otros porque, como casi siempre, libro llama a libro, que llama a película, que llama a otra película, que vuelve a llamar a libro, y así sucesivamente, hasta hoy.

Y digo que así hasta hoy porque ahora miro mi estantería y me doy cuenta de que he ido, poco a poco, amasando una buena montaña de libros, de que me convertido en algo parecido al padre de aquella chica. Verán cuando me tenga que mudar. Y pueden imaginarme tumbado en un diván, el color se vuelve un blanco y negro filmado por Gordon Willis y hay una grabadora Sony sobre la mesa. «Por qué libros merece la pena vivir. Esa es una buena cuestión. Creo que algunos libros imprescindibles son Cincuenta años de cine norteamericano, de Bertrand Tavernier, editado por AKAL; las Hollywood Stories, de Terenci Moix, en Lumen; el John Ford y Las estrellas de Hollywood, de Peter Bogdanovich, por Hatari! y T&B Editores, respectivamente; El Cine, de Julián Marías, por Royal Books; Donde todo ha sucedido, de su hijo Javier, editorial Debolsillo; Grandes directores del cine norteamericano, de Andrew Sarris, por CultBooks; de Exterior noche, de Juan Cueto, en Ediciones Noega, me gusta mucho el artículo titulado El placer del cóctel; las Conversaciones con Billy Wilder, de Cameron Crowe o El cine según Hitchcock, de Truffaut, ambos en Alianza Editorial; las Conversaciones con Woody Allen, de Eric Lax, que están en Debolsillo también y que, además, son cine, vida y mi adolescencia; Puro humo, Cine o sardina y Un oficio del siglo XX, de Guillermo Cabrera Infante; Armas, mujeres y relojes suizos, Los amores difíciles, Jinetes en el cielo y El asesinato de Liberty Valance, de Eduardo Torres Dulce; las Conversaciones con Cary Grant; todos los …de cine, de Garci, en Nickel Odeon —también revista—, Hatari! o en Notorious, tríada tan importante como la de café, copa y puro de Agustín de Foxá, conde de lo mismo».

En fin, creo que para empezar hay bastante. Y, aunque creo que cada uno tiene que seguir sus propios pasos, pienso que para hacer buena biblioteca lo fundamental es ser selectivo, conocerse a uno mismo y mimarse mucho, porque no hay mejor forma de quererse que con los libros. «No estoy sola. Tengo mis libros», escuché hace unos días. Y es verdad. En La noche americana hay una escena de esas que a uno le reconfortan por semejanza con la vida, quiero decir, que es de esas en las que uno se ve reflejado en la pantalla. Al personaje de Truffaut, que hace de sí mismo, le llega al despacho del set de rodaje un paquete con unos cuantos libros sobre directores de cine, él los va mostrando mientras suena la música de George Delerue y tú te vas dando cuenta de que para él, para el gigante Truffaut digo, el cine es lo mismo que para ti: esa vida de repuesto. Siempre a vueltas con lo mismo, sí.

Yo ahora estoy disfrutando de la busca y captura de algunos números de las revistas FilmIdeal y Griffith. Ah, y del Leo McCarey, de Miguel Marías, que se me olvidaba. Y es que, a veces, esa espera, esa búsqueda, esa necesaria paciencia, ese vísteme despacio que tengo prisa, es la isla de felicidad. Porque por es sabido por todos que los libros sientan muy bien en tu estantería o tu mesa de noche, pero de lo bien que sientan esos momentos previos nunca hablamos. Dime que te veré a las siete y seré feliz desde las seis. Ese es el camino, creo.

Iñako Rozas
Abogado. Dirijo «La Trinchera». Subrayo con regla, tomo el café en taza blanca y lo de enamorarse me pone nervioso. Hablo de cine y vida, valga la redundancia. Muy de Cary Grant.