Estamos cerca de la semana mayor de España y muchos ciudadanos se reencuentran con sus cofradías, con los recuerdos de su infancia, con las cornetas y tambores, con el olor a incienso, con las lágrimas y el pellizco en el corazón por la ausencia de los seres queridos que les han transmitido la tradición y la devoción por un cristo o una dolorosa. Los españoles salimos como el azahar después de meses de oscuridad y durante una semana conectamos con nuestras raíces cristianas para recordar que la vida es traición, condena, humillación, crucifixión y muerte antes de la resurrección.
Del mismo modo que reconocemos el Vía Crucis de Jesús en los pasos, nadie puede negar que hemos sufrido un verdadero calvario durante los dos últimos años. Al drama de los miles de fallecidos hay que sumarle la violación impune de nuestros derechos constitucionales, el fin de la separación de poderes y del Estado de Derecho (indultos a la carta, beneficios penitenciarios a etarras, etc.).
Nuestros bolsillos, cada día más vacíos, los impuestos crecen a la par de los precios, los negocios de barrio cierran, los empleadores no pueden contratar, los empleados no ven reflejadas en el sueldo las horas trabajadas, la deuda está en máximos históricos y la quiebra nos saluda diariamente mientras el Estado derrocha el dinero público en chiringuitos ideológicos y enchufes.
¿Llegó esta crisis moral y económica con el virus? La voladura del sistema comenzó en marzo de 2004. Llevamos al menos dos décadas de propaganda política desmedida en aulas y medios, pero la cumbre del proyecto totalitario es la Agenda 2030, un «plan de acción para las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y el trabajo conjunto», que la gran mayoría de líderes occidentales han decidido imponer a espaldas de los gobernados. La agenda, llena de mandamientos progres que pregona hasta el Papa, es el agitprop totalitario de siempre, ahora con nombre oficial, logotipo, agentes, observadores, locales, subvenciones y plazos.
Uno de los puntos cumplidos ha sido la destrucción de las centrales nucleares sin plantear una alternativa eficaz. El modelo ecosostenible publicitado por las élites y una niña con síndrome de Asperger que no va al colegio, ha conseguido que buena parte de Europa dependa energéticamente de la Rusia de Putin y que España lo haga de Argelia y Marruecos, el país vecino que no dudará en chantajearnos hasta quedarse con Ceuta, Melilla y Canarias.
Las políticas verdes contra el supuesto cambio climático, la fiesta del derroche permitida por los bancos centrales y el intervencionismo socialista de los estados también nos ha dejado sin industrias, provocando la dependencia manufacturera de la China de Xi Jinping.
Curiosamente, ninguna de las dictaduras mencionadas, con las que hacen negocios los líderes occidentales defensores de la Agenda 2030, respetan los DDHH, defienden la igualdad entre hombres y mujeres, toleran a los homosexuales, cuidan el medioambiente, facilitan la paz en el mundo… Al contrario.
Los españoles, inconscientes de las consecuencias de la soberanía perdida a favor de la agenda globalista, nos enorgullecemos de ser los que mejor cumplimos con las élites corruptas y seguimos ahondando en el origen del problema: la ausencia de amor propio.
Ahí tenemos a Zelenski, hablando, aunque no lo hiciera explícitamente, de tiranía española en los Países Bajos y del bombardeo de Guernica en el Congreso de los Diputados para mayor gloria de los putinejos que gobiernan con Sánchez.
Dos misiles a una España que ha sido pilar fundamental del Occidente libre al que quiere pertenecer Ucrania. Pero no podemos pedir a un hombre que creció con propaganda soviética que sepa lo que no aprenden los niños españoles en las aulas. ¿Saben nuestros jóvenes que la II República fue un intento de invasión rusa y que lo más parecido a la masacre Bucha fue la Matanza de Paracuellos?
Espero que la gente no confunda la ignorancia del presidente ucraniano con la buena causa que defiende.
Ahí tenemos a los llamados científicos contra el cambio climático, arrojando pintura roja a la sede de la Cámara Baja y dejando claro que la seguridad del Parlamento, como la soberanía nacional, brilla por su ausencia.
Ahí tenemos a Sánchez, construyendo una autocracia con apariencia de democracia gracias a los medios de comunicación subvencionados y a la UE que financia nuestra ruina mientras castiga a Polonia y Hungría.
Ahí tenemos al PP de Feijóo, intentando buscar alianzas con el partido que rodeó sus sedes al grito de «asesinos» durante una jornada de reflexión. Intentando conseguir la aprobación de una izquierda que no para de insultarles, marginarles y traicionarles para expulsarlos de la política.
Ahí tenemos a los camioneros, que han desconvocado la huelga de transportes por la rebaja de 20 míseros céntimos en los carburantes. Una ayuda a las gasolineras que todos los españoles vamos a pagar con impuestos y que sirve para que portugueses y franceses llenen el tanque.
Ahí tenemos a la sociedad española, sumisa, cobarde y sinvergüenza dejando que liquiden la patria heredada, como si eso no hubiese costado nada y como si no fuese a tener repercusión en sus vidas o las de sus hijos y nietos.
Hay muchos motivos por los que salir a la calle esta Semana Santa. Uno de los principales es agradecer a las cofradías la labor humanitaria mediante la que han suplido las carencias de nuestros repugnantes políticos. Vayamos también a encontrarnos con la dignidad perdida, mirémonos en esas imágenes ensangrentadas y crucificadas para armarnos de coraje y pensar que podemos resucitar como país poniendo punto final a nuestro martirio tras las tres caídas: Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez Pérez-Castejón.