Nada más despertar del sueño inducido, los movimientos son lentos, erráticos, torpes. El cerebro es incapaz de asimilar la información y los estímulos que le rodean llevan al cuerpo al límite del colapso. Con el tiempo se recupera la agilidad, las pupilas se dilatan, las sinapsis neuronales se multiplican, se aprecian nuevos colores y los olores se perciben más intensos. Ocurre cuando la verdad aparece y muestra el camino como la Virgen de Fátima, pero con reflectantes en los arcenes y flechas de neón indicando las salidas y áreas de descanso.

Descartes decía que hay una verdad absoluta en todo, lo que pasa es que unas veces se ve a simple vista y otras está enterrada bajo toneladas de estiércol y mentiras. Es al despertar cuando se ve que lo inteligente no fue el relato, sino el uso de los medios que lo transmitían. Así todo el mundo sabe que cualquier negacionista que se precie tiene el salón de su casa empapelado con fotografías y cuerda roja uniendo a delincuentes con sus fechorías, árboles cronológicos, diagramas de actividades y matrices de movimientos; cuadernos apilados en el suelo con fechas y anotaciones, mapas y ceniceros rebosantes de colillas. Que, además de «bebelejías», es «terraplanista» y cree que la luna es un decorado en Utah y que los Bush y los Obama son reptilianos. A esta imagen, que parece preconcebida, se llega tras años de esfuerzo para instalarla en el subconsciente, años de estudios sociológicos, médicos, científicos; años de intimidación, de coacción, de señalamiento, de ridiculización al objetor, de estigmatización al que cuestiona y humillación al que desea ser libre. Han logrado que quede automáticamente desacreditado aquel que ose hablar de masonería, de ocultismo, de la autoría del 11S o de Pfizer y la OMS.

¿Y por qué ha pasado esto ahora y no antes? No hay que darle muchas vueltas. Se necesita una sociedad anestesiada, presa de la tecnología enlatada y esclava de las redes sociales con miedos y carencias afectivas y culturales. Se necesita un bombardeo constante de los medios de comunicación y que éstos y los organismos supranacionales estén controlados por cuatro o cinco fondos de inversión. Se necesitaba TikTok, se necesita Facebook, se necesitan smartphones, satélites, Alphabet y los Newtral de turno capaces de hacer pasar una gripe por una pandemia de consecuencias inimaginables.

No es nuevo que la gente, cuando acumula riquezas, con el tiempo se aburra y decida usar los poderes que le concedió el Olimpo para jugar al Risk con el mundo. Antes fueron los Medici, las casas reales y más tarde los Rothschild o los Rockefeller hasta llegar a George Soros, Bill Gates o Klaus Schwab. No se esconden, pero han demostrado que con poder y dinero se consigue enterrar la verdad lo suficiente y dejan claro que son las grandes fortunas las que controlan el mundo, las que financian políticas, las que hacen y deshacen gobiernos, las que inventan guerras y pandemias, y las que siempre salen ganando.

Muchos se preguntan a dónde quieren llegar, qué persiguen o qué anhelan. La respuesta es sencilla: sumisión absoluta. Ni más ni menos. Quieren convertirnos en esclavos del siglo XXI y adaptar la revolución tecnológica para el control de cada individuo con sistemas de puntuación social, reconocimiento facial y geolocalización. Con la excusa de la seguridad pretenden convertir al ser humano en una hormiga que no acumule, que no ahorre, que viva de alquiler, que pague membresías para ver la televisión, que compre por internet, que le traigan la comida a casa, que comparta vehículo, que se endeude para vivir y que al final, cuando no le quede nada, doble la servilleta antes de cobrar la pensión.

Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Aferrarnos a la libertad, luchar contra el fascismo globalista y oponernos a su control, a su Agenda 2030; dudar de la verdad oficial, abrazar nuestras raíces, fortalecer la cultura que nos une y no adoptar los dictámenes de sus logias que sólo ansían implantar su nuevo orden mundial. Se acerca la noche y el cielo se tiñe de rojo sangre escasos minutos antes del fundido a negro. No hay nada que positivar ni editar. Si todo sigue igual, simplemente no habrá nada.