La resaca es un precio que siempre estoy dispuesta a pagar por el «venga va, la penúltima». Es lo que tiene jugar, que puedes perder. Al día siguiente no aprovecho el día, pero que me quiten lo bailao. Acepto las circunstancias y asumo que ese domingo será una jornada de vida contemplativa desde el sofá. También pienso que podría indignarme, echar balones fuera y revolverme en contra de la comunidad científica por no haber inventado todavía una pastilla para evitar la resaca, pero a diferencia de más de media España, lo cierto es que no tengo una edad mental de quince años para vivir en una pataleta continua.
Dicen que hay trucos, como tomar un vaso de agua antes de irse a dormir, que funcionan para evitar el malestar del día siguiente. Sin embargo, para los resacosos del Benidorm Fest me parece que no hay chamanismo que valga, ya que su intoxicación no fue de alcohol, sino de cubatas bien cargados de hipocresía, y para eso no se me ocurre ningún remedio casero que recomendarles más que decirles que se tapen las vergüenzas.
Dudo que un revuelo como el de estos días se hubiese producido si la persona más votada por el público fuese Chanel y su SloMo, y la más votada por los expertos las Tanxugueiras o la de la teta. Seguro que ahí no habría tongo, el sistema funcionaría perfectamente y habría sido negativo darle tanta voz a un populacho cuyo mal gusto le habría impedido apreciar lo bueno. Es como si le preguntásemos a un partido político minoritario sobre la ley d’Hondt antes de unas elecciones en las cuales, sorprendentemente, obtuviesen los escaños que esperaban. Salta a la vista que ya no tendrían incentivos para la modificación de una ley electoral que precisamente ahora les estaba beneficiando. No resulta creíble un sentido de la justicia que pivote de un lado a otro en función de la conveniencia, y que dicte que algo es injusto dependiendo de si está o no alineado con nuestros gustos y preferencias. En lo que al concurso atañe, las críticas sobre las votaciones tendrían más entidad si se hubiesen hecho desde un principio, pero habiendo sido a posteriori, lo único que esconden es una rabieta por no saber perder.
Uno podría pensar lo ridículo que sería que este anecdótico suceso tuviese implicaciones políticas, pero de ser así habría subestimado la importantísima función social que cumplen los sindicatos como Comisiones Obreras que esta mañana han emitido un comunicado donde afirman que «se debería dejar sin efecto la elección de la canción que representará a España en el Festival de Eurovisión». Tampoco habría reparado en la invisible, pero costosa labor de algunos políticos como Antón Gómez de Galicia en Común que pretende llevar al Congreso de los Diputados el resultado de las votaciones. O de la encomiable labor que Echenique desempeña en Twitter por un módico precio de 126.582,68 euros anuales.
Pero no todo fue culpa de los tragos de hipocresía. Los chupitos de feminismo rancio tampoco ayudaron a evitar la resaca del día siguiente. Las diosas de la sororidad, después de haber cancelado a Chanel por no llevar una canción con un estribillo feminista e inclusivo, ahora se sorprenden porque haya tenido que cerrar sus redes sociales debido al acoso que estaba recibiendo. A pesar de que las miembras de la izquierda se comportasen como auténticas víboras de instituto al hacerle el vacío o directamente exteriorizando el gran descontento por su victoria, ahora se sienten mal y condenan fuertemente lo que le está sucediendo. Esas mismas que dicen que las tetas no deberían dar miedo —si es que lo dan—, fueron las primeras en alborotarse por ver unas caderas bailando. Quizás el lector no consiga diferenciarlo, pero lo primero es empoderamiento y lo segundo es sexismo.
Dejando de lado que alguien debería decirles que no usar sujetador o no depilarse no es revolucionario, sino una decisión personal que al resto ni nos va ni nos viene, hablar de un miedo al pecho femenino en el país del toples es tan absurdo como quejarse de que la canción ganadora tiene palabras en inglés, pero adorar el Europe’s living a celebration de Rosa. Tal vez la razón sea que, como pionera de la victimología como forma de relacionarse, se le podía perdonar todo. No como a la vencedora del Benidorm Fest, una chica explosiva de esas que el feminismo no soporta y tan empeñado está en hundir.
Volviendo a la resaca, a mi resaca, ésta ya ha desaparecido. Pero, por lo que veo, la de algunos fue intensa y todavía dura…