Bailamos al son que los medios nos marcan. Nos dictan el ritmo de nuestros pensamientos, conversaciones, acciones y miedos. La cobertura mediática más amplia de la historia es lo especial. No la enfermedad, que no tiene nada de especial y que no necesita más glamour por sí misma.

Por supuesto, los políticos que desprecian la libertad están aprovechando esta campaña apocalíptica. Lo que nos obligan a hacer no tiene nada que ver con la ciencia y todo tiene que ver con el poder. Su argumentario ignora en masa la inutilidad de sus medidas coercitivas y se centra en la búsqueda de la superioridad moral («¡quieres que muera la gente!»), un sentimentalismo ante el cual los datos son fútiles y que, tristemente, supone un encubrimiento de brutalidad y tiranía en forma de fanatismo propagandístico.

La «guerra» contra el virus es mucho más dañina que la enfermedad en sí. Es de sobra conocido que la mera observación altera el resultado del experimento, y más, cuando el experimento es enormemente observado. Dado que la mente humana es profundamente compleja y que el subconsciente con tal de hacer escapar energía reprimida nos lleva a lugares aparentemente increíbles, el punto clave de la propagación parece ser que los medios y el distanciamiento social nos programan 24/7 en el miedo de pensar que «hay un virus por ahí». De este modo, la prevalencia de una enfermedad refleja la publicidad que se le da. Es naturaleza humana. Cuanto más de ello, peor. Cuanto más duras y restrictivas sean las medidas, más sugestivas para la mente. Sin duda, el foco desmedido y el «control» son fuentes de miseria a todos los niveles.

El virus no se va ir y conviviremos con él como con montones de enfermedades más. Así, se disminuirá su influencia al dejar de prestarle atención y saldremos de esta situación al vivir con normalidad. ¿Cómo sino? Por suerte o por desgracia, esta solución es mucho más sencilla que los también recomendables estudios científicos. Y es que para ello sólo se necesitan dos cosas: seguir adelante y tirar la TV por la ventana. Cuanto antes, mejor.

Lo bueno de no imponer la tiranía es que quien lo prefiera sigue siendo libre de hacer distanciamiento social o de esperar una vacuna. Mientras tanto, y si se le permite, la vida volverá a su cauce. No puede ser de otra manera. Pues la libertad está mucho más alineada con la salud, la ciencia y la vida que los caprichos de los políticos o los intereses egoístas de los medios.