El pin de la Agenda 2030 luce en la solapa de los políticos y en anuncios institucionales con cualquier pretexto. Mires a donde mires, siempre habrá algún cartel, anuncio o póster con el rosco de colorines. La obsesión con la Agenda 2030 llega a tal punto que hasta los niños en las escuelas dibujan su símbolo sin tan siquiera saber qué significa.
Es hora de desenmascarar esa agenda globalista, cúmulo de objetivos utópicos, que predica la abolición de la soberanía nacional y la confiscación del patrimonio material y cultural de los ciudadanos con el fin de implantar un nuevo orden mundial en beneficio del colectivismo y la tiranía.
Todo empezó en 2015, cuando Mariano Rajoy firmó para España este programa de la ONU para contentar a la izquierda y sindicatos. Cuando el socialismo se hizo con el poder, la Agenda 2030 siguió funcionando como ariete para destruir las instituciones democráticas integrando las exigencias de la ideología de género, el terror climático, el rencor histórico, el parasitismo social, la cultura de la muerte con el aborto y la eutanasia, el fomento de la inmigración masiva, la destrucción de la familia y el sometimiento de la población con la excusa de una pandemia inexistente.
Estamos ante un programa de expropiación de alcance mundial, pero no sólo de bienes y derechos sino también de principios y valores. La supuesta finalidad de la Agenda 2030 consiste en la consecución de 17 objetivos orientados a la preservación y cuidado del medioambiente, a promover la igualdad entre ambos sexos empoderando a la mujer, a cuidar la salud de los ciudadanos, poner fin a la pobreza y a establecer la prosperidad económica a nivel global. Sí, todo esto suena a cuento de hadas, pero la realidad es muy distinta.
Dice cuidar el ecosistema obligando a los ciudadanos a que circulen en bicicleta, no coman carne, pasen frío en sus casas y desayunen gusanos, mientras las élites viajan en jets privados, ponen la calefacción a todo gas en sus hogares y gastan nuestro dinero en comilonas copiosas.
Dice acabar con la pobreza mundial importando inmigrantes de países subdesarrollados que no son ni más ni menos que jóvenes radicales en edad militar que cruzan nuestras fronteras gracias al peligroso efecto llamada para conseguir beneficios que no tienen los españoles más vulnerables. Bestias nacidas bajo una cultura donde la vida vale lo mismo que un móvil de cuarta generación y son capaces de violar y apalear a una mujer a plena luz del día.
Dice acabar con la desigualdad discriminando e infravalorando a millones de personas por su sexo y orientación sexual tratándolas como personas discapacitadas que precisan de cuotas y ayudas estatales para conseguir aquello que podrían ganarse solo con esfuerzo.
Dice empoderar a la mujer dejando en libertad violadores y agresores sexuales gracias a sus desastrosas leyes.
Dice proteger nuestra salud obligando a la población a inocularse un experimento cuyos efectos secundarios pueden ser mortales.
Dice establecer la prosperidad económica disparando los precios de los bienes más básicos incrementando así las colas del hambre. Sí, esas de las que ya no se habla.
Éstas y muchas más son las metas de esta agenda criminal. Políticas que persisten como garrapatas y cuyos efectos perversos son propios de un proyecto suicida que se ha infiltrado en prácticamente todos los partidos políticos.