En el fondo, poniéndonos un tanto frívolos —si es que algo tan dramático nos lo permite—, el nacionalismo excluyente que reina en ciertas zonas de España no deja de ser una paletada como una catedral.

Lo pensaba el pasado domingo cuando miles de personas salían a las calles de Barcelona para pedir que en los colegios se enseñe español. ¿Es que nos hemos vuelto todos locos? Si un extraterrestre hubiera bajado a la tierra en ese preciso momento y le tienes que explicar que en ese pequeño territorio español llamado Cataluña el Gobierno y las hordas independentistas no quieren que los niños aprendan español, una lengua que hablan más de 1.400 millones de personas en todo el mundo porque, en su lugar, quieren que sólo sepan interaccionar en catalán, que hablan, de acuerdo con las cifras más generosas, unos nueve millones, el marciano no entendería nada.

¿Qué tiene de «progresista» —como les gusta autodefinirse a los independentistas— querer que las futuras generaciones no puedan relacionarse con millones de personas a través del español y, en su lugar, se vean constreñidos al catalán con el que ni siquiera podrían sobrevivir en el límite de las fronteras de su propio país, España? Lo dicho, una paletada.

Y, ojo, que nadie dice que no los niños no aprendan catalán, ¡por supuesto que sí! El saber no ocupa lugar. Pero querer que lo aprendan a costa del español es una barrabasada absolutamente intolerable.

Dirán algunos «¡qué exagerada, no van a dejar de saber español, aunque no lo impartan en la escuela!». Pero es algo que he visto con mis propios ojos. Cuando estuve haciendo Erasmus en Roma recuerdo lo perpleja que me quedé cuando hice amistad con una chica española, concretamente de un pueblo de Gerona cuyo nombre no alcanzo a recordar, que hacía verdaderos esfuerzos para comunicarse conmigo en un castellano decente. Cometía infinitas faltas, le costaba encontrar las palabras. No era bilingüe.

Recuerdo pensar con horror como una persona española podía no hablar bien su propia lengua, independientemente de que usara el catalán en su casa. Y me daba pena porque esa chica estaba profundamente limitada respecto a cualquier otro ciudadano de su mismo país. ¿Lo peor? Que esto ocurrió hace años y la perspectiva sólo empeora.