Estamos viviendo una sátira estadounidense de las malas. Esto no es real, es todo fruto de un acaudalado equipo de producción que ha sido capaz de hacer pasar lo ficticio como verídico. Pedro Sánchez enarbola la bandera de hombre de estado sacando pecho porque se ha quitado la corbata en pro del ahorro energético. Joe Biden, presidente de la primera potencia mundial, tiene que ser dirigido cual marioneta ante sus problemas de demencia senil. Confunde a la primera dama con su sobrina, llama estúpido a un periodista en la gala de corresponsales, anuncia al mundo que tiene cáncer cuando lo único que tiene es Covid-19… Hasta un chimpancé lo haría mejor. No es que discrepe ideológicamente de algunos de nuestros dirigentes, es que simplemente creo que no están a la altura. Me acuerdo de esa confesión que le hizo ZP a su mujer, Sonsoles, en el lecho de la Moncloa en la que se percataba de que ser presidente era muy fácil y que cualquier español podría ocupar el palacio presidencial.
Ahora tenemos a los más incompetentes diciendo qué hacer y lo curioso es que caemos en la trampa. Hablaba el otro día con un conocido sacerdote influencer y al tachar las declaraciones de Pedro Sánchez como cortina de humo, le dije que éramos nosotros los que nos intoxicábamos con esas trampas. Llega nuestro Aló presidente, dice una parida de un calibre sinigual, y acto seguido compartimos en masa en redes sociales las afirmaciones. Ni sé ni me importa lo que diga este señor. En realidad, nos encanta escuchar la acaramelada y terciopelada voz de Pedro, es tan guapo, tan alto… Tanto que le votamos por sexy y no por lo que hace. Algunos gozan recreándose en sus patadas a la realidad, compartiendo sus infamias y creando memes por doquier. Se han escrito ríos de tinta sobre el sanchismo y sobre su persona, tanto que ahora al ver un artículo titulado con una alusión a su alargada figura, me voy a otro sitio huyendo del tedio. Les hay que son verdaderamente pesados y no saben escribir de otra cosa que no sea criticar a nuestro presidente, se recrean en la degradación de nuestros políticos. Otros, en cambio, están deseosos de aislarse del esperpento que nos está tocando vivir. Prefieren protegerse a través de historias alejadas de la política, sumergirse en la contemplación de la vida, en las reflexiones cotidianas.
Un buen amigo me dijo la semana pasada que dos de mis mejores artículos fueron ese en el que hablaba sobre lo guapa que era mi madre y aquel en el que ensalzaba el papel de los amigos en esta sociedad corrupta. Estamos cansados de leer sobre actualidad, no queremos ver una opinión que también nos puede dar otro columnista cualquiera, escogemos textos con toques personales que sean únicos con improntas particulares. Que Ana Iris Simón se haya hecho de oro no es casualidad, todos nos escondimos jugando en su Feria para abstraernos de la que está cayendo. Nos frotamos con el agua y jabón de Marta D. Riezu para encontrar el silencio de lo sencillo huyendo del ruido atronador.
En la era del ruido, del ajetreo, buscamos leer construcciones literarias que nos trasporten, que nos den paz, no que nos recuerden que vivimos en un mundo que parece una comedia mala con tintes de películas de terror. Lo fácil sería escribir un artículo sobre lo que ha dicho Pedro Sánchez de la corbata y echarnos unas risas, pero creo que estaría desperdiciando este espacio. Debemos aportar al lector una reflexión, un planteamiento trascendental que traspase las bombas de humo que nos rodean. ¿Qué puede brindar un escrito sobre la corbata colgada de Pedro Sánchez? ¿Qué se está riendo de todos los españoles? Creo que eso ya lo sabemos. Dormiríamos más tranquilos si dejásemos de dar a las palabras de los necios la importancia que no tienen.
Todo es política, pero no todo en la vida es política.