El pasado lunes, el líder del Partido Popular, Pablo Casado, dejaba en una entrevista en la COPE un par de perlas que califican al personaje y sus intenciones, quizás con más claridad de la que le gustaría. Una fue a raíz de la pregunta de Herrera por la posición del sector podemita del Gobierno respecto del conflicto entre Ucrania y Rusia. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid ―ahora que estamos en la precampaña de las elecciones castellanoleonesas―, Casado aseguró que no había «escuchado a VOX opinar sobre esta cuestión, pero en muchas ocasiones se ha manifestado a favor del régimen de Vladimir Putin», dando a entender que los de Abascal se situaban en el bando moscovita.
Sabemos que a un político no le caracteriza la sinceridad. Pero entre la falta de ésta y la insidia que conduce a la mentira hay un campo que sólo puede ser regado con la maldad y la vileza.
Con la siguiente, y de nuevo en abierta confrontación con la formación verde, Casado pretendía poner tierra de por medio, diciendo que «hay cuestiones en las que no estamos de acuerdo, que ahora están muy de actualidad, por ejemplo, el tema de Europa. VOX no está de acuerdo con la configuración de la Unión Europea», haciendo gala de su apuesta sin fisuras por la actual UE, su funcionamiento, sus fines y sus objetivos.
No había acabado de hablar su jefe en la COPE cuando el eurodiputado del PP, Esteban González Pons, y vicepresidente del Partido Popular Europeo, declaraba en una entrevista que, con la misión del Europarlamento a Polonia que él mismo dirige, intentarán «ayudar a la sociedad polaca a cambiar las autoridades que no parecen ser buenas para Polonia». Esto es, para el señor González Pons, el gobierno conservador de Mateusz Morawiecki, elegido por una amplia mayoría de polacos, ha de ser derrocado desde y por la misma Unión Europea.
Ya no es que Polonia se haya convertido en el milagro económico del viejo continente, que presente una de las mejores tasas de desempleo, el mayor crecimiento constante anual de todos los países europeos o un endeudamiento envidiado por todos sus vecinos, sino que es el único país, junto con Hungría, que mantiene unas políticas abiertamente favorables a la familia, especialmente combativas contra los totalitarios lobbies LGTB, feministas y abortistas. Un pecado que la diosa de la progresía europea no le perdona.
Porque para Europa, gobernada por el Partido Popular Europeo (PPE), el problema, claro, es Polonia y su gobierno. No es España que, con sus cuentas al límite y las previsiones económicas empeorando cada día que pasa, ha recibido cientos de millones de los fondos europeos que el Gobierno está distribuyendo arbitrariamente en lo que supone una indiscriminada compra de votos con dinero público, en una dinámica perversa de corrupción institucionalizada.
Tampoco ha mandado el Europarlamento una misión a Francia, después de que su presidente, Emmanuel Macron, declarase al diario Le Parisien que «a los no vacunados sí que tengo muchas ganas de joderlos. Y vamos a seguir haciéndolo hasta el final. Esa es la estrategia». Entiendo que, para el señor González Pons, las autoridades galas que tienen como principal objetivo perseguir y asfixiar a una parte de la población «sí parecen ser buenas para» Francia.
Tampoco se ha oído al pepero Pons pronunciarse sobre el discurso del mismo Macron, en el Parlamento Europeo, donde ha apostado por incluir el aborto en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Será porque es la configuración de Europa que también comparte Casado, y ya sabemos lo que pasa donde manda patrón.
El problema, claro, es Polonia, pero no que Mario Draghi haya firmado un decreto ley por el que las personas que no tengan el certificado sanitario en Italia, a partir del 1 de febrero, sólo puedan adquirir bienes esenciales, prohibiendo incluso entrar a un jubilado a un banco a retirar la pensión.
Porque el problema, evidentemente, es el gobierno de Polonia, pero no lo es el de Austria, que ordenó encerrar en sus domicilios a dos millones de personas por no querer aplicarse el brebaje; tampoco el problema es que el resto de los europeos seamos una colonia de Alemania y vayamos de cabeza a sus guerras, o que la UE haya abandonado a Polonia en la defensa de sus fronteras, tras ignorarla e insultarla. Parece, claro está, que el problema no es que los pactos sólo se cumplan si el agraviado es el país germano, mientras que si es España la ultrajada y sus confines los que son violados por miles de magrebíes, puedan abandonarnos a nuestra suerte. No.
Ésta es la configuración actual de la Unión Europea que Pablo Casado defendía con ahínco en la COPE, para atacar y diferenciarse de los de Abascal. Una maquinaria que tritura las libertades y los derechos individuales que un día quiso dibujar en su bandera; un mecanismo perverso que se activa para asaltar la soberanía de las naciones que no se pliegan a una agenda ideológica. Un engranaje para modelar mentes a nivel industrial, al tamaño impuesto por la ideología de género, el hembrismo embrutecido y el abortismo sanguinario.
Los valores y los principios que nos hicieron buscar puntos comunes sobre los que crear un proyecto compartido llamado Cristiandad se han disuelto frente a unos postulados ideológicos que millones de europeos no compartimos, y a los que aún osamos resistirnos.
Como decíamos, que Pablo Casado afirme en la COPE que «VOX no está de acuerdo con la configuración de la Unión Europea», es otra perla que califica más a su personaje y sus intenciones, que a quienes pretende definir.
Quizás sin haberse dado cuenta aún que la Unión Europea gobernada por el PPE es el mejor y más eficaz artilugio para generar euroescépticos.