Cada año cuando llega el 28 de enero, festividad de santo Tomás de Aquino, me da por recordar una obrita de hace unos años que publicó la Editorial San Esteban de los Dominicos de Salamanca sobre el Doctor Angélico, de título fascinante, La Estupidez es Pecado, de Hans Conrad Zander.
Y este año, si cabe más aún pues estamos de jubileo y aniversario del Aquinate. El 18 de julio de 2023 se celebra el VII centenario de su canonización, 700 años, y el 7 de marzo de 2024 el 750 Aniversario de su muerte. La estupidez es pecado. Ese título me da que es capaz de expresar bastante bien un rostro de santo Tomás, el que reflexiona sobre la inteligencia, el ser humano, el bien, el pecado… y la actualidad. Cuando lo reseñaba entonces decía:
El Aquinate es una inmensa fuente de inteligencia, de razón, de sentido común. Su idea del hombre, su forma de ver la complementariedad de la teología, la filosofía y la ciencia, las relaciones entre fe y razón, su búsqueda de la felicidad de la persona, su poner en su lugar justo la Iglesia y la obediencia, su actualísima visión de la moral, la sexualidad, las virtudes humanas, su acertadísima visión de la justicia social, la economía, la política, la democracia, sus hondísimas reflexiones teológicas… son cosas que parecen extraordinarias viniendo de un hombre del siglo XIII, de una actualidad que parecen casi revolucionarias, y que sin embargo son valores de la Iglesia que están ahí desde siempre.
Creo que lo menos que puede decirse de santo Tomás de Aquino ―y ya sólo por eso valdría la pena acercarse a él― es que es un hombre inteligente. La inteligencia de quien se acerca a la fe quitándose el sombrero y no la cabeza ―como diría Chesterton―, la inteligencia de quien no renuncia al sentido común a la hora de pensar en Dios, la inteligencia de quien sabe que Dios es una vía de felicidad para el ser humano y que como tal hay que pensar en ambos, en Dios y en el hombre, buscando la felicidad que es a lo que está llamada toda persona, sólo que ésta no puede alcanzarse sin Dios, la inteligencia de quien sabe que el mayor pecado es la estupidez humana.
El caso es que estos días me resuena especialmente la estupidez porque uno mira alrededor y ve que lo del pecado de estupidez está más que muy extendido… y en redes sociales ya ni te cuento.
Hablamos del pecado de estupidez en esas claves en las que se busca ser ingenioso más que inteligente, en las que se antepone la ideología a la reflexión, en la que se niega toda posibilidad de diálogo razonado para escupir consignas, o en la que el insulto, el esputo o el vandalismo son las únicas razones esgrimidas, cuando no la amenaza de convertir todo lo que otros razonadamente pueden pensar, en un delito porque van contra mi propia opinión. El pecado de estupidez es, como todo pecado, deshumanizador. Santo Tomás ya nos decía que todo pecado va en primer lugar contra uno mismo. en primer término deshumaniza a quien lo comete y, evidentemente, deshumaniza al que lo sufre, contra quien se comete… o eso querría su autor.
Vemos a diario ejemplos de esa estupidez. La incapacidad de corregir leyes, de mantener disposiciones, de pelear pequeñas trincheras y sobre todo de cómo se va inoculando socialmente un odium fidei que no es más que un acto estúpido ―hay un mucho de socratismo ético en el cristianismo…― fruto de la ideología cegata de quienes repudian la cruz y a la Iglesia como fuente de todo mal.
Estupidez por doquier. En los medios, en los políticos, en los intelectuales, en la sociedad… en la venganza y en el afán de dañar, sin sentido común ni análisis sensato, anulando razones o ideas de los otros sin más afán que el del egoísmo ideológico privado, despreciando y persiguiendo. Del tonto líbreme Dios, que del malo ya me libraré yo.
Y con un elemento más. El de la compasión. Al fin, contemplar a los estúpidos, genera un mucho de tristeza y de compasión por ellos mismos… y por quienes sufren las consecuencias de su estupidez.
En nuestro mundo, al final, el peor mal es la falta de inteligencia. El peor pecado, es el de la estupidez.