Netflix, la plataforma de streaming más famosa del mundo y máximo exponente del wokismo y de los tinglados LGTBQ+, ha levantado ampollas al presentar al mundo el espectáculo de Ricky Gervais. Un Show que, en sus palabras, «no es siquiera un show; no tiene ni bailarines ni nada, es sólo un tío hablando».
A los que conocen algo del trabajo de Gervais no les ha pillado por sorpresa. Su humor es básicamente siempre el mismo, sin filtro alguno y con ganas de generar polémica en cada frase. Por eso es normal que todos los medios se estén haciendo eco de su monólogo y pongan el grito en el cielo ante el aparente giro en las políticas de Netflix.
Entre chistes, deja alguna que otra perla y más de algún mensaje que te invita a reflexionar. Dice que ofenderse es potestad de cada persona, pero hay que tener cuidado con lo que se censura. Recuerda cómo la sociedad exige un comportamiento bajo los parámetros inquisitivos woke, que dictan sobre lo que te puedes reír y que lo que pudiste hacer o decir hace apenas diez años, bajo el prisma actual, puede ser susceptible de ofensa y nos advierte que, si mantenemos esa dinámica, nosotros podemos ser censurados dentro de unos años por lo que hoy decimos libremente.
El humorista británico se convierte en un faro que nos ayuda a los demás a perder ese miedo a ser señalados y juzgados por hacer un chiste sobre gordos, transexuales, enfermedades, el virus o incluso sobre pederastas. Porque el humor es humor y decir que Echenique tiene que pasar la ITV cada seis meses, no es igual que llamarle minusválido a la cara y esto debería entenderse sin tener que explicarlo.
Lo gracioso es que ofender ahora es mucho más sencillo que nunca. La sociedad margina y ataca la normalidad y lo común para dividirse en colectivos con señas identitarias que eclipsan al individuo, dejándonos sin espacio para el humor. Olvidan que precisamente el humor, entre otras cosas, es una herramienta para defendernos de lo que muchas veces desconocemos y nos ayuda a sobrellevar los problemas, a integrarnos, a agruparnos y en definitiva a reinos y ser felices.
El humor de hoy ya no es como el de antes, ha cambiado mucho y lejos quedaron los tiempos de los chistes de Lepe o Jaimito, los de Eugenio o los de Gila. Hoy detrás de cada chiste acecha un individuo dispuesto a ofenderse, y detrás de cada ofendidito hay un chiringuito montado para darle voz y armar la marimorena, copar telediarios y tertulias y alimentar a opinólogos que arruinan vidas sin despeinarse.
Al menos, entre tanta piel fina, aún sobrevive una parte de la sociedad sobre la que puedes hacer chistes, mofarte, arrojar estiércol e insultar sin lugar a represalias. Cómo no, hablo de los hombres blancos heterosexuales, católicos, liberales o de derechas a ser posible. A esta rarísima especie en peligro de extinción de este nuestro planeta Tierra le da igual lo que le eches encima que si suena gracioso hasta se ríe contigo. Curiosamente, hoy se puede decir con total impunidad que los hombres son violadores, que los de derechas son fascistas, que los curas son pederastas o que todos los blancos son racistas, que ya te puedes ir a dormir tranquilo porque mañana no te encontrarás las calles ardiendo, y eso es así.
Para entender estos comportamientos debemos recordar que la capacidad de ofenderse es cultural; es aprendida. Nuestro entorno nos condiciona y todos sabemos que no es lo mismo reírse de un murciano que de un catalán. Sentirse ofendido no es otra cosa más que miedo. Miedo a mirarse al espejo y a que señalen aquello que nos avergüenza. Y si usted se siente atacado cuando alguien hace un chiste sobre los 180 kilos de sobrepeso que soportan sus patas de elefante o le ofende que le recuerden que a pesar de que en su DNI ponga que es mujer, calza más paquete que Siffredi, no es culpa de los demás, oiga. Igual se lo tiene hacer que mirar.
Al final parece que Netflix se va poniendo las pilas y eso de que estén cayendo en bolsa, pierdan suscriptores cada día o que figuras como Elon Musk les ponga a parir, les ha hecho reaccionar y puede que con un poco de suerte dejen de lado esa necesidad imperiosa de adoctrinar, de repetir eslóganes de minorías reprimidas y de mostrar sociedades multiculturales inclusivas e irreales y empiecen a hacer contenido interesante. No sé, habrá que verlo, pero yo no me fío.