Los días del 11 al 20 de julio de 1936 estuvieron marcados por el siniestro terror rojo que arrastró a Madrid a la desembocadura de la muerte de cientos de inocentes y a un levantamiento derechista que culminó con la Guerra Civil Española. Ya a mediados de junio la violencia se había intensificado de tal manera que se aconsejaba a los países extranjeros no visitar al país. El Jefe de Gobierno, Casares Quiroga, llevaba recibiendo información sobre un posible levantamiento militar desde febrero, pero éste hizo oídos sordos a la alerta incluso el 11 de julio cuando fue alertado por el propio Director General de Seguridad.

La situación estalló con los asesinatos de Calvo Sotelo y el teniente de Asalto José del Castillo. El día 12 de julio, Castillo fue asesinado por los falangistas por ser el autor del asesinato de Sáenz de Heredia durante el entierro del alférez Reyes, el cual fue asesinado por marxistas de la Guardia de Asalto. Calvo Sotelo, en cambio, fue asesinado por el capitán Fernando Condés, el cual le secuestró y le mató de un tiro en la nuca en la camioneta que se dirigía al cementerio donde sería arrojado su cadáver. Los cuerpos serían enterrados al día siguiente, pero unos Guardias de Asalto provocaron de forma intencionada un incendio que acabaría con la vida de cuatro personas.

Al día siguiente del entierro, Gil Robles, aterrorizado y escandalizado, llamaría la atención al gobierno por su pasividad e indiferencia ante la lista de asesinatos, incendios provocados, agresiones, huelgas y demás desórdenes públicos. Largo Caballero manifestaría que la única solución para poner fin a los problemas del país era la instauración de la dictadura del proletariado, a pesar de que su prestigio entre los obreros había disminuido de forma considerable.

Durante todo el jueves y el viernes, escuadras de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) fueron irrumpiendo en los hogares privados de familias a las que ellos denominaban “asesinos fascistas”, llevando a cabo una matanza por cuestiones ideológicas. Como consecuencia de este terror rojo, numerosas fueron las familias de derechas y de centro (entre ellas las de Lerroux y Alcalá-Zamora) que se vieron obligadas a abandonar la capital ante la posibilidad de ser asesinadas.

Fue ya en la tarde del 17 cuando se iniciaría un levantamiento derechista con el fin de acabar con toda esta inestabilidad política y social. Un informe fue recibido por Casares Quiroga en Madrid, anunciando un incidente en la Comandancia General de Melilla. En este mismo instante, ordenó al Jefe de las fuerzas españolas del norte de África trasladarse de forma inmediata a Melilla para averiguar qué es lo que estaba sucediendo allí. Al caer la noche, llegó la noticia de que oficiales sublevados habían tomado el poder en Ceuta, Melilla y Tetuán, teniendo de prisionero al general Gómez Morato. Todo Madrid ya estaba al tanto de lo sucedido. Ante esta situación, Casares Quiroga ordenó bombardear las ciudades norteafricanas y controlar la zona del Estrecho de Gibraltar. A partir de entonces, se empezaron a producir levantamientos en distintas ciudades de España, culminando con la toma de Madrid por Virgilio, hermano del general Miguel Cabanellas. Franco capitanearía en Canarias.

Casares Quiroga dimitiría el 19 de julio, designando a Martínez Barrio para sustituirle, pero Largo Caballero no reconocería la legitimidad de su gobierno y reafirmará su posición organizando un mitin popular en la Puerta del Sol. Mientras tanto, oficiales de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista) se apoderaban del Ministerio de la Guerra y las MAOC se ponían en posición de defensa por si, en algún momento dado, tenían que actuar. Martínez Barrio dimitirá esa misma noche y Azaña, ante el vacío de poder, llamará a Giral, de extrema izquierda, a ocupar su puesto. El general Castelló, ministro de la guerra, autorizó la distribución de armas entre los integrantes de las MAOC y de la UGT. La izquierda contaba con una importante munición de armas y unas resistentes fuerzas gubernamentales que obedecían ciegamente a sus oficiales debido a su fuerte sentimiento de lealtad.

El general Fanjul, al enterarse de la negativa del coronel Serra a entregar 50.000 cerrojos de fusil entre los militares del Cuartel de la Montañana, se dirigió hacia allí acompañado de una gran masa de civiles, falangistas en su mayoría, ante la posible amenaza. Fanjul tomó el poder, estableciendo así su puesto de mando, al que denominaría Cuartel General de la 1ª División. El general dio la orden de iniciar los preparativos que, al día siguiente, darían lugar a una columna de militares en disposición de ponerse en movimiento, pero tanto los artilleros antiaéreos como la Escuela de Equitación tomaron una postura agresiva en defensa del Gobierno. De todos modos, a pesar de la oposición interior y del desconcierto, consiguieron rechazar, mediante el contraataque de dos grandes batallones artilleros, una ofensiva conducida por las MAOC de un batallón que avanzaba hacia el Cuartel con el teniente coronel Julio Mangada al mando.

El final de la sublevación de Madrid llegaría con el bombardeo sobre el Cuartel de la Montaña por parte de las fuerzas gubernamentales, dejando heridos a Fanjul y a Serra. Los sublevados contraatacarían con ráfagas de ametralladoras que dejarían sorprendidos a los milicianos y, una vez cesada la resistencia, los sitiadores iniciarían otro ataque que conseguirá la entrada de éstos al patio de armas del Cuartel. Una vez dentro, comenzaría la venganza contra los conspiradores, siendo estos degollados, tiroteados y arrojados desde las galerías de la planta superior. Fanjul y Serra serían detenidos y conducidos a la cárcel Modelo con el fin de comparecer ante un consejo de guerra y ser ejecutados, ordenando al día siguiente la incorporación de todos los oficiales.

El levantamiento, provocado por el terror rojo, daría pie a la Guerra Civil que, tras tres años de miseria, terror y hambre, acabaría con la victoria a los que en su día se sublevaron contra la República, que instaurarían una dictadura que perduraría hasta 1975.