Era esta la semana que tenía en mente para dedicarme a teorizar sobre cómo era absurdo el intento de investir a Juan de Mariana como exponente y padre primitivo de los últimos planteamientos respecto al libre mercado. Sin embargo, está siendo celebrada la Cumbre del Clima en Egipto, la COP27, y creo que amerita de vez en cuando bajar del mundo de las ideas para tratar temas referidos a la estricta realidad.
Resulta que se vienen de un tiempo a esta parte celebrando citas en las que, en una suerte de mesianismo, se aspira a recetar los fármacos para frenar las enfermedades que provoca el virus de la humanidad. Tiene su aquel haber empleado estos términos, ya que ésta es la retórica que se va imponiendo en el ideario colectivo bajo la falsa creencia malthusiana de que somos demasiados.
Aquéllos que ahora creen haber descubierto la pólvora con la cuestión demográfica y su evolución deberían antes considerarlas predicciones matemáticas de Malthus y de la escuela neomalthusiana de principios del siglo XX, quienes predijeron el colapso de la humanidad en 1880 ya que para ellos también éramos demasiados. Digo esto no por otorgar argumentos sino por desbaratarlos, ya que el cientifismo del matemático no hace más que errar. Uno de los problemas que deeply concern al establishment globalista es que la Tierra tenga una capacidad limitada y no pueda abastecernos a todos, como ya nos anticipara a través de películas como Elysium producidas por la mayor maquinaria de propaganda occidental: Hollywood.
Dentro de esta amalgama de derroches filantrópicos revestidos de palabrería cursi y cargante, cabe destacar la necesidad de tantos asistentes y ponentes de ser uno más de la casta buenista, matando por aparecer en una foto de grupo que les acredite dentro de esta política suicida. Como cuando ardíamos en púberes deseos de salir bien en la foto de grupo de Tuenti para después ver cómo aumentaban nuestras visitas, los mandatarios y principales personalidades mueren deseosamente con tal de disparar su prestigio, mantener conversaciones entre bambalinas o bien demostrar al resto que son los más comprometidos con la causa. Así sucede con las cumbres del clima.
Al escudriñar vagamente quienes eran los asistentes de esta nueva cumbre esperaba encontrarme con los líderes políticos de turno que semanalmente ocupan al pópulo con conversaciones, maldiciones y vituperios. En cambio, me he vuelto a quedar sorprendido al cerciorarme de esa querencia española del siglo XXI de ser más papistas que el Papa en el bienquedismo. De tal manera, varios son los consejeros delegados de nuestro percal empresarial más relevante que suscriben la Alliance of CEO Climate Leaders, un batiburrillo de mandamases que han decidido unir fuerzas para hacer de lobby frente a gobiernos tomando por bandera la compañía a la que representan. Como no podía ser de otra manera, esta alianza se encuentra coordinada por el Foro Económico Mundial, que no puede dar puntada sin hilo en nuestro perseverante caminar hacia nuestra ruina.
De las 120 empresas que suscriben este lobby, seis son españolas y de un peso trascendental en la economía de España, además de ser actores clave en otras geografías a lo largo de Iberoamérica especialmente. Por política e ideología, abrazan el adanismo de creer salvar un planeta cuyos cambios no dependen de nosotros como nos invitan a pensar. La élite empresarial nacional y las de varios países abraza sin pudor la oleada woke pese a que ni los accionistas ni los trabajadores son consultados al respecto. Como ocurre con la clase política, a los dirigentes del mundo empresarial tampoco les gusta consultar de manera clara y abierta sobre la manida agenda que forzadamente intentan imponer bajo sonrisas y buenas intenciones. Tal vez sea el resultado de tanta educación en Harvard, Columbia y demás invernaderos woke.
Vemos cómo la revolución globalista es impulsada por diferentes cabecillas que, en suma, tienen en sus manos la gestión y gobierno de cantidades ingentes de capital. Es por ese motivo por el cual no dejo de plantearme cómo organizar una respuesta coordinada, si acaso amerita una internacional contrarrevolucionaria que pueda poner palos en la rueda globalista. Sin embargo, no dejan de ser ensoñaciones personales.
De lo que cada vez tengo menos dudas es que la agenda en cuestión que me trajo a La Iberia hace más de un año cada vez está más en entredicho. Los países que más determinantes podrían ser para reducir los niveles de CO2 —si es que acaso hay que bajarlos— son India y China, potencias que acumulan un tercio de la población mundial y que han mandado al garete toda aspiración ecosostenible si ésta atenta contra el desarrollo de su pueblo. En el caso de la potencia hindú, en la cumbre anterior a esta rechazó de frente la Agenda 2030 ya que su prioridad era combatir contra la pobreza e impulsar el bienestar de sus súbditos. De tal manera, más allá de los buenismos occidentales, hay una parte del mundo que deja susodicha agenda en papel mojado dado el carácter eugenésico y empobrecedor de esta.
Por mucho que la cúpula empresarial se autoproclame salvadora del mundo con autosuficiencia, la realidad devuelve al fango a una élite que prefiere codearse en fórums cerrados antes que bajar a la calle a conocer a sus conciudadanos. De un tiempo a esta parte se ha extendido la creencia de que los cambios sociales se pueden impulsar de arriba abajo, de gobiernos y castas económicas hacia el resto de la población. Sin embargo, el hartazgo popular se recrudece año tras año y el cambio político cada vez se ve más próximo e irremediable por una sencilla razón: lo importante no son las intenciones, sino los resultados, y si bien los ODS de la Agenda 2030 pueden parecer muy grandilocuentes, sus resultados son nefastos. Y por mucho márketing que medie, no tenemos nada pero tampoco somos felices.