Tendemos a pensar en que tener «confianza» con alguien es cuando ya has dado un paso más en una relación —sea del tipo que sea—, te conoces más y te sientes más libre de ser tal cual eres. Pero realmente la confianza es muchos más —o mucho menos, según se mire— que eso. Pocas veces nos paramos a reflexionar sobre una máxima que ahora se me antoja cristalina: la confianza mueve el mundo.

Si saliéramos a la calle pensando que cualquiera que nos crucemos por la acera podría sacar un puñal y clavárnoslo, no saldríamos sin una protección especial o rápidamente nos pondríamos en guardia cuando apareciera un extraño por nuestro camino. Pero no lo hacemos. ¿Por qué? Porque confiamos en que no lo hará. Confiamos en que el taxista que te recoge para llevarte del punto A al punto B que tu le digas no va a estamparse deliberadamente contra el primer muro que vea. Confiamos en que el cocinero, al cual probablemente ni has visto la cara, te va a preparar la comida que has encargado en un restaurante sin ponerle cianuro. Confiamos en que el electricista que te va a reparar algo en casa no va a instalar una bomba. Confiamos en que el profesor con el que dejas a tu hijo le va a cuidar. Confiamos en que tu amigo aparecerá a las 8 en el sitio donde habéis quedado. Confiamos en que el peluquero no te va a clavar las tijeras con las que te corta el pelo. Confiamos en que contestará. Y así podría seguir y seguir.

Parece una ristra de obviedades, pero resulta interesante pasarse a pensarlo. Si no tuviéramos confianza, ¿qué seríamos? ¿En qué clase de mundo viviríamos sin la confianza, donde todos desconfiáramos de todos en cualquier lugar y circunstancia vital? Sería cuando menos agotador. Y bastante mortífero.

Por eso, romper la confianza con alguien es algo tan grave. Por eso, por ejemplo, cuando confías en un político y este te engaña y traiciona tu confianza la desilusión es tal. O al menos debería ser así. No deberíamos consentir como si nada que donde dijeron digo ahora digan Diego. Porque están traicionando la confianza y eso no es cuestión baladí.

No haré esto, y hacerlo. No pactaré con estos otros, y hacerlo. Son muestras de una falta de compromiso, de una falta de palabra, de un menosprecio total a la confianza que han depositado en ti, que no tendrían que pasarse por alto ni banalizarse. Porque, aunque sea en cosas pequeñas, después vendrán las grandes. Y porque, no lo olvidemos, la confianza mueve el mundo.