Yo hoy venía a hablarles de Rafa Nadal. El sábado por la noche me quedé despierto hasta pasadas las tres de la madrugada aplaudiendo a Alcaraz y admirando a Nadal, o viceversa. Fragüé un apetito deportivo con la épica remontada que ni la Xavineta del domingo pudo disipar mi intención. Digo que venía, claro, porque sobre la una de la madrugada del lunes, cuando yo ya estaba enviando las prosillas a Antonio, un tal Fritz derrocó a Rafa y me jodió el artículo.
Así, he tenido apenas veinticuatro horas para pensar que no hay nada de lo que escribir. De Ucrania lo más bonito se lo he leído a Soto Ivars, que entiende del conflicto por la sencilla razón de su paternidad. Del nuevo disco de Rosalía algo dijo Lenore en VozPopuli y Chapu Apaolaza ya comentó, con cierta ilusión, haber recuperado su pretérita admiración por ella. Y recurriendo a los grandes enigmas del hombre, me topo hoy con un magnífico texto de Julio Llorente, al que por fin le ha dado por hablar de Dios, ¡y en el semanario de Osoro!
Por fortuna he recordado que Camba, que era el mejor de todos aquellos, vino a decir en sus páginas mejores que hay algo de bohemio en esto de quejarse sobre no tener nada de lo que quejarse. Argumentaba que no conocía mayor preocupación que la del despreocupado que anda profundamente preocupado por despreocuparse. Así, veo que solo me queda hablar de los tractores que el pasado domingo tomaron la Castellana.
No negaré que dormía profundamente —culpa de Alcaraz— mientras cientos de miles de españoles decentes ocuparon con tractocamiones el asfalto madrileño, cubierto no ya de poemas sino de dignidad. Aunque algunos dicen que poco a poco se va recuperando lo que siempre debió ser todos, ha escrito José Peláez que la calle es ontológicamente de la izquierda y que nunca podrá perderla. Claro que también sostiene Peláez que el eje izquierda-derecha ya no existe y en esto, como EGM, yo no puedo más que estar de acuerdo.
Ahora bien. No creo que la calle sea de izquierdas, sino todo lo contrario. La calle es una expresión natural del conservadurismo, que saliendo del hogar salió del armario. Pienso que en unas semanas será Semana Santa y no habrá avenida en España que no sea pisada por cofrades. No hay pueblo de la España vacía que, al sonido de un balón, no se llene de niños jugando en la calle. La calle siempre ha sido nuestra porque nuestras son las sobremesas eternas que suenan a Mudarra. La calle es la nostalgia de lo vivido, como aquel día de Benedicto XVI en Colón, como aquel gol de Iniesta al aire libre, como aquella manifestación en la que haciendo el bien lo pasamos francamente bien. Nos quedan pocas cosas más conservadoras que la calle. Porque al aire libre siempre encontraremos la verdadera libertad.