El pasado mes de septiembre, Juanma Moreno anunció la supresión del Impuesto de Patrimonio en Andalucía. Como no podía ser de otra forma, la izquierda política y mediática salió en tromba a criticar la medida, advirtiéndonos nuevamente de la necesidad de mantener impuestos para poder financiar el famoso Estado de bienestar.

Tras varios días de múltiples críticas, y para sorpresa de muchos, fue Ximo Puig el que anunció una bajada del tramo autonómico IRPF para las rentas menores de 60.000 euros. Y fue, para sorpresa todavía mayor, la propia María Jesús Montero la que anunciaba una bajada de IRPF para determinadas rentas.

Entonces empecé a ver por redes sociales a ciertos periodistas y politólogos cercanos a la derecha celebrar lo que ellos creían un gran triunfo político. Alguno llegó a decir que era «la mayor batalla cultural» que había ganado la derecha en décadas. No salía de mi asombro al leer tal cosa. Básicamente, porque eso demuestra que buena parte de la derecha no sabe qué significa dar la batalla de las ideas. Es más, a veces tengo la impresión de que habría que empezar a darla por buena parte de la derecha española. A la vista está de que muchos no se enteran de nada.

Lo que hemos vivido en las últimas semanas con los impuestos no es una batalla en el terreno de las ideas. Es simplemente propaganda política. Medidas electoralistas de toda la vida a unos pocos meses de las elecciones.

Tampoco es dar la batalla hacer discursos grandilocuentes contra el actual gobierno del PSOE —algo muy habitual en algún dirigente autonómico—, ni oponerse a los disparates de Sánchez y su séquito. Es algo mucho más profundo y a largo plazo. Concretamente, en el caso de España, sería crear una alternativa real al consenso socialdemócrata que está extendido desde los partidos políticos hasta los medios de comunicación.

Cualquiera que siga mínimamente la actualidad social y política se habrá percatado de que hay determinados temas sobre los que no existe debate. O al menos se intenta que no lo haya. Uno advierte ese consenso impuesto cuando a través de medios supuestamente de derechas escucha o lee términos como «violencia de género», «emergencia climática» o «ultraderecha» para hacer referencia a partidos conservadores. Y a nadie se le escapa la capacidad que tienen los medios para generar corrientes de opinión entre la ciudadanía. Por eso no es sorprendente que el consenso socialdemócrata haya calado en la población como una mancha de aceite.

Hemos llegado a esta situación porque durante décadas hemos tenido una derecha que, salvo honrosas excepciones, se ha negado a dar la batalla de las ideas. Por pereza o cobardía. Pero se ha negado. Y eso ha tenido como consecuencia que la izquierda haya ocupado sin demasiada dificultad todos los espectros de la sociedad, haciendo que sus ideas sean percibidas por la mayoría como una suerte de verdad incontestable.

Dar la batalla significa, entre otras cosas, defender la vida frente a la cultura de la muerte. Reivindicar lo nacional frente a lo local. Defender nuestra historia frente a la leyenda negra. Dejar claro que la violencia no entiende de sexos. Ensalzar la importancia de la familia como institución y advertir de las consecuencias dañinas de la ideología de género. Defender la necesidad de unas fronteras seguras y alertar sobre los efectos nocivos de la inmigración descontrolada. Reivindicar la superioridad de la civilización cristiana sobre otras culturas. Dar la batalla de las ideas es, en definitiva, proponer una alternativa real al actual pensamiento dominante en la sociedad.

Evidentemente, también en el terreno económico hay que dar la batalla. Frente a la decadente cultura de la subvención, la vibrante cultura del emprendimiento. Dar facilidades a quienes quieren crear empleo y librarles del infierno burocrático. Un Estado pequeño que ayude a los más necesitados y que no asfixie a la inmensa mayoría con impuestos abusivos. Al mismo tiempo, es necesario convencer de que gastar más no se traduce en mejores servicios públicos. De hecho, las últimas bajadas de impuestos anunciadas por los distintos gobiernos son brindis al sol si no van acompañadas de una reducción del gasto público.

Debemos tener claro que mientras reivindicamos la superioridad de un modelo económico es necesario dar las batallas ideológicas antes mencionadas. Porque son ésos los anzuelos que actualmente utiliza la izquierda para llegar al poder. Tras la caída del Muro de Berlín y la constatación del fracaso del socialismo, la izquierda tuvo que enarbolar nuevas banderas como son la identidad de género, el ecologismo o la inmigración para tocar el poder.

Se trata de convencer a nuestros compatriotas de que hay determinadas ideas, verdaderas, que son las únicas que consiguen que las naciones prosperen. Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que no estamos ante una tarea fácil. Son demasiados años de hegemonía izquierdista en todos los ámbitos de la sociedad. No es una batalla que se pueda ganar en meses. Probablemente nos lleve años. Pero es una obligación moral para quienes no queremos vivir en un mundo en ruinas.