Cuando uno se levanta en la mañana se encuentra con noticias de guerras, pobreza, crisis económicas, pandemia y muertes por doquier. En verdad el mundo está feo, malvado e injusto, parecería que su único destino es caer a un despeñadero.

Los liberales culpan a la izquierda del desastre económico, los socialistas al imperialismo, y las feministas al patriarcado. No obstante, se nos olvida algo: el mundo está así porque todos nosotros, de alguna manera, contribuimos a la degradación moral de nuestra casa grande. Es verdad que usted y yo no enviamos tropas a asesinar a ciudadanos de otro país, tampoco inflamos la moneda hasta corroer su valor. Pero descuidamos algo mucho más importante: nuestra familia e hijos.

En la teología cristiana, los hijos son herencia de Dios y coparticipes de los pactos. De hecho, el pedobautismo es el signo visible del ingreso de los vástagos a la comunidad cristiana (La ekklesía en griego). Por ende, los padres están obligados a guiar a su decendencia en los preceptos divinos. Esa postura, inicialmente teológica, influyó en la cultura occidental, y dio origen a la responsabilidad paterna sobre los niños. Los hijos son educados por los progenitores y no por el Estado.

Tristemente, muchos cristianos han olvidado esa obligación, y están dispuestos a entregarle al César aquello que es de Dios. Esperan que sus hijos reciban del Estado educación religiosa, filosófica, moral, política, económica y hasta sexual. Han reducido su fe a un asunto intimo para el domingo. Dejaron que las preguntas más importantes de la vida, ¿qué es la verdad?, ¿cómo se determina la verdad? ¿cómo llega el hombre a la verdad?, por ejemplo, sean respondidas por aquellos que festejan que un hombre pueda entrar, sin ninguna restricción, a un baño de damas.

La familia es víctima de los embates de legislaciones y distintas ideologías que tienen como objetivo dividirla y destruirla.  Tras el ataque durante décadas al matrimonio, ahora son los hijos el blanco. Muchos hasta dicen que no existe un solo tipo de familia, sino varios. Algunos incluso afirman que la familia no es un centro de amor, sino de opresión. Hay quienes hasta, abiertamente, afirman que los hijos deben ser retirados del seno familiar para ser entregados a los gobiernos.

Sin embargo, dentro de toda esa negra nube, que parece cubrir por completo nuestro futuro, está presente la luz de la esperanza. Todo nace en la familia, y desde ahí se debe sanar el mal. Todos estaremos mejor cuando las personas vivan en hogares firmes, estables, bien constituidos, con una madre y un padre. Promover matrimonios sólidos y valores que apoyen a la familia es un requerimiento básico para construir mejores naciones. La batalla cultural más importante es la que se pelea en el corazón de nuestras casas.

Kay Kuzma, en su libro titulado Prime Time Parenting, nos invita a tomar ventaja del tiempo que compartimos como familia. Venir cansado del trabajo al final del día puede ser cambiado por un beso cariñoso a los niños y a la esposa. Resistan a los cantos de sirena que todo el tiempo nos intentan confundir. Apague el televisor. Abandone las redes sociales. Vuelva a leer en familia los clásicos de Tolkien o las novelas de ficción de Mario Puzo. Tome unas vacaciones en la montaña o cerca de un lago. Recen juntos. Vayan a la iglesia. Acérquense a La Biblia (jamás deja de sorprender). Juegue con sus pequeños (la infancia pasa volando). Cocine para su familia. Converse con su esposa, mejor si entrena con ella. Dejen el auto, aunque sea por un momento, y vuelvan a la bicicleta, su corazón y pulmones se lo agradecerán. Trabajen no para agradar al mundo, sino para dejar un futuro mejor a sus hijos y nietos. Tengan un perro, su amistad es incondicional. No se olviden de aquellos que pasan hambre y miserias, para muchos de ellos su sola presencia puede ser una gran bendición. No se olvide de reírse de usted mismo (esa cualidad sólo la poseemos los humanos). El humor permite sobrellevar lo cotidiano con mayor ligereza.

En definitiva, amen y vivan en libertad. No se dejen arrastrar por las ideologías. Pues, al final, son sólo ideas sostenidas en el odio al otro.