La Agenda 2030 es una visión dogmática del mundo en general y del que nos rodea de forma más individual en particular, con una muy clara sustitución de valores. La religión católica y el cristianismo nos traen unos valores en los que el hombre es lo más sagrado que pone Dios sobre la tierra, y que debe servirse de todo lo demás que ha puesto Dios en la tierra para su beneficio y su desarrollo. Y frente a ese mensaje, el contrario: que todo ese desarrollo es el que nos está destruyendo (que además nos puede arrasar en un apocalipsis permanentemente inminente), y por eso luchan contra una serie de premisas o de bases, que son nuestra concepción del mundo tradicional.

Una de ellas es la propiedad privada, que durante el siglo XX desarrolló y fortificó la clase media en casi todo Occidente. Pequeña propiedad privada, pero propiedad privada, al fin y al cabo. Y eso es lo que permitió, primero en los Estados Unidos y luego en la Europa de la libertad, que se pudiera tener una casa, un par de coches y sustentar una familia con sólo uno de los dos miembros empleado, a través una realización personal basada en el trabajo y en equilibrio con el ocio. Eso es lo que está en juego ahora, eso es lo que nos quieren quitar, y eso es por lo que tenemos que luchar. La propiedad la quieren ellos, y sólo ellos. Y ahora vendría esta gran pregunta: ¿quiénes son ellos? Los estamos viendo y no son sólo George Soros y Bill Gates (que se reunió oficialmente con Pedro Sánchez, ante lo que algunos periodistas de la otrora conocida como derecha —sevillana en particular—, tuvieron que hacer uso de su respectivo babero), sino fuerzas o agentes sociales más amplios, que se reúnen en torno al Foro Económico Mundial para establecer parámetros tras sus análisis económicos, pero especialmente sociales y demográficos.

Se creen los más listos del mundo y tienen determinado (dentro de una visión pesimista de la demografía) que el desarrollo humano es nuestra principal amenaza, y que por ello hay que revertirlo o al menos detenerlo. Para ello hay que cambiar una serie de valores o actitudes sociales, especialmente aquellos que a lo largo de 2000 años nos ha transmitido la visión judeocristiana del mundo, por nuevas ideologías que vienen a sustituir las fracasadas tras la caída del Muro del Berlín (con el que cayeron las visiones del intervencionismo y del colectivismo o al menos parte de su legitimidad), creando así una nueva izquierda que está al servicio de oligarquías mundiales, como lo está el Partido Demócrata de Estados Unidos, el Partido Socialista Obrero Español o la socialdemocracia europea sembrando la división, la desconfianza con tus semejantes y con tus vecinos y la discordia entre la población.

¿Para qué? Para sustituir toda esa concepción del mundo, para a la postre conseguir los objetivos de la oligarquía mundial que pretenden reducir lo que entienden como abuso del planeta, que pasa por la reducción de la población, hacia la que se avanza con ideas como poner en cuestión la familia o hacer que el hombre sea enemigo de la mujer simplemente por el hecho de ser hombre, y poniendo en cuestión en general ideas que se han venido desarrollando junto a nuestra libertad a lo largo de dos milenios, y que cimentaban la solidez y la pervivencia de la Civilización Occidental. Contra esa concepción del mundo luchan ellos, porque si no, no pueden llegar a un nuevo tipo de organización social que buscan, en la que se delimita el desarrollo humano, en un viaje en el que nos ofrecen falsas y efímeras libertades que son sólo un espejismo.