El pasado 3 de marzo se cumplieron 27 años de las elecciones generales de 1996, unos comicios históricos que cambiarían irremediablemente el rumbo de España. De aquella jornada resultó elegido presidente del Gobierno José María Aznar, tras 14 largos y pesados años de victorias del PSOE de Felipe González. Era el comienzo de una buena etapa que acabaría con los terribles atentados del 11 de marzo de 2004.

La figura de Aznar ha sido víctima de acerados ataques por parte de diversos sectores de la sociedad española. Para la izquierda española se llegó a convertir en una especie de bestia negra que, junto a Franco, era causante de muchos de los males de España. También diana de la pluma de los ultra centristas, que lo creen demasiado extremo; así como de determinados sectores de la derecha más acendrada que han decidido coger la lupa 30 años después para poder escribir con tinta roja únicamente los errores de aquella etapa.

Pues bien, con sus errores, Aznar ha sido el mejor presidente que ha tenido España en las últimas décadas. Y probablemente el mejor que conozcamos en mucho tiempo, viendo el actual panorama político. El balance de sus ocho años de gobierno resulta altamente positivo. Hay que tener en cuenta que cada época tiene su contexto y sus desafíos. Y lo cierto es que Aznar hizo frente a los desafíos de la España de 1996 con nota.

La llegada del líder popular a La Moncloa supuso un soplo de aire fresco para una España gris que estaba sumida en la más profunda desolación, como consecuencia de desayunar diariamente con algún escándalo de corrupción y unos datos económicos extremadamente negativos.

Economía

Si en un terreno destacó Aznar de manera sobresaliente fue en el económico. Durante sus ocho años de mandato España experimentó un crecimiento económico y una prosperidad como hacía décadas que no conocía. Desde luego, la mayor etapa de prosperidad de la actual etapa democrática. Fue lo que se llamó el segundo milagro económico español —el primero fue el desarrollismo que experimentó España en la década de los sesenta—.

Cuando Aznar llegó a la Moncloa, la tasa de desempleo rondaba el 24%, mientras que a final de su mandato ésta superaba ligeramente el 10%. En total, más de cinco millones de puestos de trabajo creados en dos legislatura. Puede también presumir Aznar de ser el único presidente que dejó un porcentaje menor de deuda pública del que encontró cuando llegó al poder, situándose ésta en algo más del 40% del PIB en 2004. De su exitosa política económica se benefició incluso el infausto Zapatero, que sin mover un dedo vio cómo España alcanzaba superávit en el año 2005. Era la primera vez que en 30 años que se conseguía algo así. Aprovechando el rebufo dejado por las políticas de Aznar, también en 2005 España tuvo una deuda pública que apenas superaba el 30% del PIB.

La política económica de Aznar demostró que los impuestos deben ser razonables, pues los individuos tienen derecho a disfrutar los frutos de su esfuerzo y sudor. Que el Estado debe ser pequeño y eficiente, ya que lo contrario supone una gran extracción de recursos públicos que provienen, claro está, del bolsillo del contribuyente. Y, por último, que el Estado no tiene por qué ser empresario. Para ello impulsó las privatizaciones de grandes empresas públicas, decisión que aunque se critica hoy ferozmente, permitió en su momento el fructífero y beneficioso capitalismo popular. Su política económica tuvo como centro al individuo, ofreciéndole un marco de libertad y derechos, que con su esfuerzo pudiera lograr un buen nivel de progreso, sin necesidad de ser tutelado por el Estado.

Aquella etapa nos sirve de ejemplo para saber que se puede bajar la carga impositiva, reducir el gasto público y mantener servicios públicos esenciales. Porque aunque algunos no lo crean, desde 1996 a 2004 hubo en España sanidad y educación pública, entre otras muchas cosas. Gastar más no se traduce en mejores servicios públicos.

Lucha contra ETA

Una de los aspectos más loables de la etapa de José María Aznar fue su política antiterrorista. Durante sus ocho años de mandato se llevó a cabo una guerra sin cuartel contra ETA en todos los ámbitos: político, judicial y policial. El entonces presidente siempre tuvo claro algo que le diferenciaba de sus predecesores: ETA no era únicamente los pistoleros que apretaban el gatillo. Tuvo la inteligencia de cortar el grifo de recursos económicos de los que vivía la banda terrorista.

Así, en 1998 se llegó a cabo la ilegalización del diario Egin, complementada con otros instrumentos policiales y judiciales muy relevantes. Parte fundamental de aquella política fue la aprobación de Ley de Partidos, que posibilitó la ilegalización de Batasuna en el año 2002. Sin duda, la presencia de un partido que justificaba el terrorismo de ETA era una anomalía democrática y una afrenta para las víctimas. Lo era entonces y lo es ahora.

Poco antes de dejar Aznar el poder, ETA estaba prácticamente triturada en su base de financiación, política y operativa. Tanto es así que en 2003 únicamente cometió dos atentados, mientras que en el año 2004 no pudo cometer ninguno. Se vislumbró entonces la posibilidad de una derrota total del terrorismo, sin ningún tipo de concesión. Por desgracia, luego llegó Zapatero y optó por un final sucio y humillante para las víctimas.

Siempre tuvo claro Aznar que con los terroristas no cabía ningún tipo de contraprestación, siendo el presidente partidario de una política antiterrorista claramente coactiva. Especialmente honorable fue su templanza ante el vil asesinato de Ernest Lluch. El atentado de ETA contra el político socialista provocó una ola de peticiones para que el Gobierno comenzara negociaciones con la banda terrorista. Probablemente muchos españoles tendrán todavía en la retina la imagen de la periodista Gemma Nierga subida al escenario de la manifestación contra el terrorismo y solicitando diálogo con la banda terrorista: «Ustedes que pueden, dialoguen, por favor». Allí estaba Aznar en primera fila. A la petición de diálogo se sumaron varios dirigentes socialistas, entre ellos Felipe González. La respuesta de Aznar fue categórica: con los terroristas no hay nada que negociar, y menos cuando matan más de lo habitual con el objetivo de conseguir una negociación con el ejecutivo.

La política antiterrorista de Aznar fue firme, sin medias tintas ni prebendas. Evidentemente no quería asesinatos, pero también creía que no había que dar las gracias por no ser asesinados por los terroristas.

Política internacional

También en el plano internacional destacó José María Aznar. Bajo su mandato, España cobró un protagonismo internacional como hacía tiempo que no lo hacía. Nuestro país se convirtió en un actor importante en la esfera internacional, con los sinsabores que ello conlleva. Tan exitosa fue la política internacional del entonces presidente que terminó despertando recelos en el eje Franco-Alemán, que veían cómo la opinión de España era cada vez más influyente.

Además de su conocido acercamiento a los Estados Unidos, el entonces presidente se opuso con firmeza a la aprobación de una Constitución europea, dificultando en los últimos meses las negociaciones para la aprobación del mencionado texto. Un año después de su salida del poder diría: «La Constitución europea ha muerto y a mí no se me ha caído una lágrima».

En lo estrictamente político, su gran mérito fue conseguir concentrar a todas las familias de la derecha española bajo unas mismas siglas. De sus gobiernos fue pieza fundamental un gran conservador como es Jaime Mayor Oreja, mientras que Rodrigo Rato llevaba la batuta de una política económica de cariz liberal. Durante finales de los 80 y la primera mitad de los 90, pequeños partidos fueron integrándose bajo las siglas del Partido Popular. Así, consiguió reunir en una misma casa a centristas, democristianos, conservadores y liberales. Todos ellos aceptando, claro, unas líneas de actuación básicas con las que cualquier persona de centro-derecha podía sentirse identificadas.

Bajo su liderazgo se comprobó que España no estaba condenada perpetuamente a vivir bajo la miseria del socialismo, y que había una alternativa real y efectiva a las políticas socialdemócratas… de todos los partidos. De hecho, fue en las elecciones municipales y autonómicas de 1991 cuando comenzó un verdadero cambio sociológico en el país, pues hasta entonces el PSOE había copado con un poder absoluto todos los niveles de la administración.

Proyectos inconclusos

Muchos fueron los proyectos positivos impulsados por Aznar que, por desgracia, no llegaron a aplicarse por la victoria socialista de 2004. Entre ellos cabe mencionar el Plan Hidrológico Nacional para llevar el agua a aquellas zonas más secas del país o una reforma educativa necesaria tras dos décadas de leyes socialistas.

Definitivamente, el mandato de Aznar tuvo muchas más luces que sombras. Es justo reconocerlo, sobre todo en este país en el que se resaltan siempre los aspectos negativos por encima de todo. Durante aquellos ocho años España se convirtió en la locomotora económica de Europa y tenía un importante peso en la política internacional. Aznar fue, probablemente, el último líder de lo que muchos llaman «la España feliz», que terminó definitivamente el 11 de marzo de 2004.