Hace un par de semanas, uno de los panfletos de referencia de la izquierda patria anunciaba a bombo y platillo la incorporación de Pablo Iglesias a su elenco de colaboradores. Tras unos meses de retiro dorado, cobrando una pensión de 5.316,42 euros al mes, el exvicepresidente volvía al ruedo mediático.

Como no podía ser de otra manera, dado el carácter narcisista y egocéntrico del personaje, el estreno de Iglesias no estuvo exento de polémica. En la imagen de su primer artículo, en el que alertaba de una posible victoria electoral de la derecha, aparecía una pistola nazi en la que estaban grabados los logos del PP y Vox junto al número 78.

Nunca, en los 43 años de democracia, se puede encontrar un antecedente similar. Jamás un vicepresidente o un ministro había escrito un artículo acompañado de la imagen de una pistola con el logo de los adversarios políticos grabados. Ni siquiera han hecho algo parecido algunos presidentes autonómicos independentistas que forman parte de la historia más negra de nuestra democracia.

Rápidamente, los periodistas afines al centro centrado se echaron las manos a la cabeza. “El artículo de Iglesias genera crispación”, decían. Como si ese señor hubiese hecho algo distinto en sus siete años de andadura política.

Realmente, la columna vino a revelar el verdadero espíritu comunista del marqués de Galapagar. Y como buen comunista, promueve la aniquilación del adversario político, aunque sea de forma sutil. El texto fue, además, un aviso a navegantes: Iglesias seguirá haciendo daño. Fuera de la política, pero seguirá haciéndolo.

Probablemente nos encontremos ante el personaje más tóxico y destructivo que ha conocido la democracia española. Un político cuya principal bandera ha sido la crispación y la deshumanización del rival político, llevando el discurso guerracivilista y frentista hasta límites insospechados. Durante estos años, ha demostrado un odio sin parangón hacia nuestro sistema democrático y, sobre todo, hacia la nación española, intentando hacer todo lo posible para desmenuzarla y descuartizarla.

El surgimiento del personaje

En 2014, a lomos la ola de indignación que inundaba España, aprovechó la ocasión para saltar al ruedo político. Y lo cierto es que le salió bien, pues fue beneficiario de una campaña mediática que le dio una pátina amigable y simpática como en pocos casos se ha visto en democracia.

Recuerdo aquella época con gran preocupación. ¿Por qué? Porque conocía el pasado totalitario de Iglesias y al mismo tiempo contemplaba con asombro como los medios de comunicación hacían de cada entrevista un masaje a cuatro manos. Era el blanqueamiento del mar; el eterno lobo con piel de cordero.

Mi preocupación radicaba en que su mensaje era muy populista, calaba con facilidad entre la población y eso podría llevarle al poder. Conocía la mentalidad dictatorial del personaje, pues había podido verlo en algunos debates en Intereconomía y 13TV. Pero al mismo tiempo era consciente de que la mayoría de españoles desconocían por completo su verdadero ADN.

No podía entender cómo en Antena 3 o Telecinco no le preguntaban por su pasado más inmediato: nadie se hizo eco aquellas declaraciones de Iglesias en las que elogiaba a ETA por ser la primera en descubrir que había determinadas cosas que no podían conseguirse a través de los cauces legales; ni  rastro de aquel programa en el que Iglesias reconocía haberse emocionado al ver como apaleaban a un policía nacional; ni una pregunta sobre el escrache a Rosa Díez en el año 2010.

Para colmo, en cada intervención aportaba una gran cantidad de datos socioeconómicos falsos y manipulados sin que nadie los pusiera en cuestión. En esos años soltaba su discurso totalitario sin ningún tipo de pudor ni vergüenza. Jamás hubo una réplica. Nunca.

En esas circunstancias, Podemos llegó a cosechar más de cinco millones de votos y un 21% de los sufragios. En junio de 2016, se quedó a 300.000 votos de superar al PSOE a nivel nacional. A un paso de tomar los cielos por asalto.

¿Cuál fue su verdadero origen del personaje? Iglesias fue engendrado en los años del infame Zapatero, que por primera vez en democracia desenterró odios pasados, acabando así definitivamente con la reconciliación que se produjo en la transición. Años más tarde, el líder de Podemos sería alimentado hasta el infinito por un Rajoy que quería perpetuarse en el poder a costa de dividir el voto de la izquierda. Así lo ha reconocido la propia Esperanza Aguirre en varias entrevistas: Rajoy y Arriola fueron los autores intelectuales de aquella campaña favorable a Iglesias que le proporcionaba una presencia sobredimensionada en todos los medios de comunicación.

Las consecuencias de su vida política

Sea como fuere, lo cierto es que Iglesias entró en la política española y ello tendría nefastas consecuencias. Es verdad que desde el 11 de marzo de 2004 muchas cosas cambiaron en España para mal. Pero no es menos cierto que la aparición de Podemos no hizo sino acelerar la degradación del sistema democrático y las instituciones. España era un país mejor antes de la llegada de Iglesias.

El líder de Podemos resultó letal para una democracia que pedía a gritos aires nuevos. Su política se ha basado durante estos siete años en la crispación, el enfrentamiento civil y el odio al discrepante.

Con su llegada, aumentó la radicalización de un PSOE que llevaba años coqueteando con postulados extremistas desde la época de Rodríguez Zapatero.

También contribuyó de manera decidida a la demonización de una derecha que él etiqueta como heredera del franquismo. Así, llegó a justificar el acoso a dirigentes del PP en sus domicilios particulares, llegando a decir que ese tipo de actividades eran “jarabe democrático”. En esos años, la sociedad española llegó a normalizar el insulto, el acoso y la persecución a los dirigentes políticos que no eran de izquierdas.

Por otra parte, desde que Iglesias comenzó su andadura por los caminos de la política, trabajó incansablemente para poner en cuestión todas las instituciones que configuran nuestro sistema democrático. En estos años, ha mantenido una guerra sin cuartel contra la monarquía, algo inaudito teniendo en cuenta que Iglesias ha sido durante más de un año vicepresidente del gobierno de España. Probablemente ese odio se deba a que siempre consideró al Rey un obstáculo para su objetivo de hacer de España un satélite de la Venezuela chavista. Y, por ese mismo motivo, tenía esa obsesión enfermiza por asaltar el poder judicial y acabar con la separación de poderes, llegando a proponer una ley de elección del CGPJ que hubiese asustado al propio Maduro.

Al mismo tiempo, Iglesias ha sido cooperador necesario en el blanqueamiento definitivo del brazo político de ETA, que hoy mantiene a Sánchez en Moncloa. Desde el gobierno de la nación, ha otorgado legitimidad y ha dado por válidos los planteamientos políticos que tradicionalmente ha defendido la banda terrorista.

Pero, sin duda, uno de los logros más dramáticos de este personaje ha sido haber inoculado un odio atroz en las generaciones más jóvenes, consiguiendo que chicos que vinieron al mundo en los 90 y en los 2000 hablen con una rabia y un odio propio de la España previa a la guerra civil.

De la vicepresidencia al Gara, pasando por Madrid

En los últimos días hemos conocido que Iglesias colaborará también con el diario Gara, el panfleto de Bildu-ETA. La persona que conozca mínimamente al personaje, no puede sorprenderse por esta noticia: Iglesias siempre quiso ser uno de los suyos. Durante unos años tuvo que disimular su verdadera identidad porque era consciente de que ir a cara descubierta era renunciar a gobernar España. Ahora no tiene nada que perder.

Hasta en sus últimos momentos en política, hizo del odio al discrepante su principal bandera, consiguiendo que las elecciones madrileñas celebradas el 4M fueran las más polarizadas en mucho tiempo. Los equidistantes perennes acusaron a Monasterio de echar gasolina al fuego, pero obviaron que Monasterio ya fue candidata en 2019 y aquella campaña transcurrió con absoluta normalidad. El problema en 2021 fue, una vez más, Iglesias, que intoxica el ambiente allá por donde pasa.

Por suerte, los madrileños fueron sabios y lo tiraron a la papelera de la historia. Desde luego, Iglesias ha caído por errores propios fruto de su soberbia, narcicismo y egolatría, no porque los medios de comunicación lo hayan desenmascarado. Era insostenible ir a Vallecas a la caza del voto obrero cuando él mismo se fue de ese barrio cuando tuvo la más mínima oportunidad, mudándose para colmo a una de las zonas más acomodadas de Madrid.

Ahora, fuera de la política, seguirá vertiendo odio desde los diarios oficiales de ETA y del separatismo catalán; es una forma de pagarle tantos y tantos favores que Iglesias ha hecho por ellos desde 2014. A través de ese altavoz, podrá seguir aportando su granito de arena para la erosión del sistema democrático, la Constitución de 1978 y la idea de España como nación.

Nuestra democracia no tardará en olvidar sus logros, pues han sido inexistentes. Lo que sí costará archivar es el odio y la crispación que ha generado este siniestro personaje. Ha emponzoñado el ambiente político español de una manera trágica. Ojalá no sea para siempre.