Hacernos legibles

¿Qué relación guarda la auténtica formación intelectual con la preparación técnica para un determinado oficio?

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Tuve un cliente ilegible. Literalmente: no había quien comprendiera sus correos electrónicos, indescifrables y herméticos. Allí nada se sometía a la gramática. La sintaxis era enrevesada y acababa en un callejón sin salida. Las frases tenían principio, pero nunca final, y en la revuelta de cada subordinada se ocultaba siempre una trampa para el buen sentido. Recuerdo que, en cuanto veía su nombre en la carpeta de entrada, me acordaba de la definición que Churchill hizo de Rusia en 1939: «Un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma». Yo trataba de comprender lo que allí se decía, pero no había manera. Al acertijo se unía, además, una paradoja: mi cliente era ágrafo, pero eso no le había impedido ser un empresario de éxito.

Atribulado, acudí a pedir consejo a un compañero del despacho, que conocía bien al sujeto en cuestión. Él lo tenía claro: «Ah, sí, no te preocupes. No sabe escribir. Llámale por teléfono y que te aclare qué quiere». Es lo que hice en adelante, tras abandonar toda esperanza de que pudiéramos comunicarnos por escrito.

Me he acordado de aquel buen hombre al leer el discurso séptimo de La idea de la Universidad. En ese apartado de su obra, Newman se pregunta qué relación guarda la auténtica formación intelectual con la preparación técnica para un determinado oficio o profesión. ¿La educación universitaria debe limitarse a un fin particular, para así desembocar en algún resultado concreto? ¿O, por el contrario, la misión de la Universidad debería ser la transmisión de un saber totalmente inútil, sin asomo de pragmatismo? La discusión sigue vigente.

Tras leer a Newman, mi impresión es que nos equivocamos al plantear el asunto en términos excluyentes. La confusión se da porque sólo pensamos en la utilidad en sentido vulgar, mecánico y mercantil; y así perdemos de vista otro tipo de utilidad más básica, que es la que procede del cultivo intelectual. Basta con reparar en el siguiente principio: «Aunque lo útil no siempre es bueno, lo bueno [el saber por sí mismo] siempre es útil». Lo bueno es fuente de bienes, es prolífico. Irradia.

Justamente por ese carácter difusivo, el cultivo intelectual no dejar de ser también útil. Y, así, «el cultivo general de la mente es la mejor ayuda para el estudio profesional y científico, y las personas con una educación pueden hacer lo no pueden hacer quienes carecen de ella; y el que ha aprendido a pensar y a razonar, y a comparar y a discriminar y analizar, el que ha refinado el gusto (…) se verá en una situación mental tal que le permitirá desempeñarse en cualquiera de esas ciencias o profesiones (…) con una facilidad, una gracia, una versatilidad y un éxito que cualquier otra será incapaz de alcanzar».

Debía de ser eso lo que yo echaba de menos en aquel hombre intrincado, cuyas letras carecían de versatilidad y gracia. Y debe de ser por eso que, cuando es genuina, la educación universitaria nos hace legibles.

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