Sudán se desangra ante la mirada extraviada del mundo. En el tercer país más extenso de África se ha desencadenado un desastre humano de proporciones atroces: casi 12 millones de desplazados, 21 millones de personas hambrientas y cientos de miles atrapados en una hambruna sin par en nuestro tiempo. Enfermedades que creíamos superadas, como malaria o el cólera, golpean sin piedad a una población que no conoce una generación sin guerra.
Expresión fundamental de la devastación es un crimen ignorado, silenciado en Occidente: la masacre sistemática de comunidades cristianas, especialmente en regiones como Darfur, arrasadas por las milicias Janjaweed, hoy rebautizadas RSF. La toma de El Fasher, con miles de muertos, incluidos cientos de asesinados en un hospital materno-infantil, debería haber estremecido al mundo como otros conflictos. No lo ha hecho.
La indiferencia mediática y diplomática es escandalosa como la propia barbarie. Una forma de barbarie. Urge romper el silencio cómplice. Hablemos de Sudán. Mientras callamos, ellos mueren.


