Esta semana nos hemos encontrado con la noticia de que el presidente de PharmaMar y su familia han aparecido en la lista de falsos vacunados para obtener el certificado covid en el marco de una operación policial. Como diría Macarena Olona, «¿y? ¿Dónde está el problema?». Para entender bien lo que está ocurriendo, debemos mirar más allá de las noticias y los titulares. Donde muchos ven la caradura que tienen algunos personajes o incluso perciben delito, otros vemos la confirmación de una realidad: Que el virus es una pantomima, que el pasaporte no sirvió para nada y que el Estado sigue despilfarrando dinero en chorradas. Ahora lo malgasta en que los de la Brigada de Información se disfracen para investigar una trama diabólica que vendía pasaportes COVID falsos. Simplemente terrible.

Y es que tras la ya famosa Operación Jenner se esconden al menos 2.200 personas que han disfrutado de estos servicios. ¿La verdad? Pocos me parecen. Sin ir más lejos, entre mis allegados hay más de uno que entraba donde quisiese sin haberse inoculado ni una sola vez gracias a una captura de pantalla y un minuto de Photoshop. Pero, a todo esto, ¿cuál es el fin de la investigación? ¿De qué les van a acusar? ¿Van a multarlos por falsificar un documento cuya imposición era ilegal? En fin, parece que el circo COVID todavía puede dar dinero.

Pasados ya dos maravillosos años desde la aparición de esa pandemia que iba a dejar un mundo más parecido a los desiertos de Mad Max que al que conocemos, sería interesante que algún medio tipo Lo País o Antena 3, dejase de lado su sumisión al Gobierno y, por primera vez en mucho tiempo, hiciera periodismo y, con los datos que se tienen, desmontase el tinglado del COVID de un plumazo. Ya puestos, podrían pedir perdón por todo el mal que han ocasionado.

Como no caerá esa breva, voy a regalaros una pequeña guía para poder responder a aquéllos que siguen tachando a una parte de la población de «bebelejías» y «conspiranoicos». Si bien cada día que pasa hay menos, aún queda algún fanático que consume más gel hidroalcohólico que papel higiénico. Dejo una idea, que bien desarrollada podría ser un best seller de bolsillo, también disponible en PDF y formato e-book, fácil de leer y memorizar, con el título de Guía del buen negacionista, por ejemplo.

Las matemáticas, incluso las inclusivas, siempre ganan y dos más dos siempre serán cuatro. Si analizamos todo, lo podemos resumir en tres puntos clave: primero, el origen y desarrollo de la pandemia; luego, los contagios, fallecimientos y pruebas PCR; y para terminar, las pseudo vacunas. Así demostraremos de forma breve que todo obedece simple y llanamente al oportunismo de unos pocos.

El origen, aparte de estar sacado de las novelas de Stephen King, lo sabemos todos: Wuhan. Ciudad de once millones de habitantes situada al Este de la República Popular China. En concreto, el Instituto de Virología de Wuhan. Según la versión oficial, tras un accidente, se escapó un experimento de un tipo de coronavirus más contagioso entre humanos y se expandió por el mundo entero. Esto lo sabemos gracias a Biden, que fue lo primero que dijo cuando metió el andador en el despacho oval. Ya lo comentó Trump tiempo atrás, pero él es un fascista y un racista, ya saben.

Entonces, ¿qué es el COVID-19? Pues nada más y nada menos que una gripe. ¿Más contagiosa que otras? Puede ser, pero al fin y al cabo es un virus que afecta al sistema respiratorio. Ni afecta al cerebro ni provoca trombos, y los únicos pacientes de riesgo son, como en cualquier gripe, las personas mayores o quienes tienen problemas de salud previos. Pero hete ahí la maestría de los medios de comunicación y las malas artes de la OMS que declaró pandemia lo que hasta 2013 no era nada de nada y juntos han acabado infectando al mundo entero con miedo y desinformación, y desprestigiando a científicos e investigadores como Robert Malone o Fernado López-Mirones por exponer teorías contrarias a la oficial.

Las cifras son claras. Según Google, hasta hoy, hay 527 millones de contagios por todo el mundo y 6,28 millones de fallecidos por este virus. Esto quiere decir que sólo un 1,2% de los contagiados fallecieron. Lo que supone que, de más de siete mil millones de habitantes, según los datos oficiales y contra el pronóstico de Bill Gates que nos hablaba de una mortalidad de un 30%, sólo ha fallecido el 0,089% de la población mundial. Tremendo apocalipsis. Cabe recordar que la gran mayoría murió durante los primeros meses, esos en los que expertos y médicos se pusieron a experimentar con medicación y respiradores mientras los trabajadores de hospitales y residencias estaban acojonados y no sabían ni qué hacer.

Todos estos datos son oficiales, de los que yo, como buena dudacionista, me creo la mitad de la mitad. Como igual de oficial es el engaño de las pruebas de antígenos y PCR, que hasta la propia OMS ha asegurado que fallan más que una escopeta de feria. Un timo donde, dependiendo de la prueba que te hicieses, podrías estar infectado y no infectado a la vez y que podría darte positivo sin sintomatología alguna. El plan era sencillo: a más tests, más contagios; a más contagios, más pánico, más control y por supuesto más dinero para las comunidades, hospitales, médicos y enfermeros.

Finalmente llegamos a las mal denominadas vacunas. Un experimento en toda regla con el mundo entero como campo de pruebas. La gente acudió a pincharse y a coleccionar pautas como si regalasen tamagochis bajo la falsa promesa de la inmunidad. Todo pintaba bonito hasta que se demostró que no sólo no previenen ni de infectarse ni de morir, sino que además provocan nuevas dolencias y fallecimientos en extrañas circunstancias. Las repentinitis y las miocarditis se han convertido en el pan de cada día y a pesar de que hayan salido a la luz los nueve folios con efectos adversos que habían ocultado de la pócima de Pfizer, los mensajes entre Von der Leyen y Bourla o la extrañísima relación entre la vacunación infantil y las nuevas hepatitis, todavía nadie se ha sentado en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad.

Y con esto ya valdría por hoy, pero ¿qué me dicen de las variantes? ¿Y eso de que si ahora tienes síntomas te digan que es gripe, cuando no hubo un solo caso en dos años? ¿Y los chavales con mascarillas por la calle sin ser obligatorias? ¿Y los comités de expertos? ¿Y las comisiones? Da para una obra de tres tomos.

Al final la lectura está clara. Se han aprovechado de la misma gripe, que todos los años acaba con la vida de millones de personas desde que el mundo es mundo, para que las farmacéuticas y sus accionistas se llenen los bolsillos y los gobiernos tengan mayor control sobre los ciudadanos. Lo que estamos viviendo es el ejemplo de que la realidad supera la ficción y ni al guionista de la última y decepcionante 007 se le habría ocurrido que, entre los malos de la OMS, los chinos, Bill Gates, Fauci y unos cuantos más, hayan puesto al mundo patas arriba solo para reducir a la población, aumentar su poder y ya que estaban, quitarse de en medio a Trump que, tras cuatro años sin guerras, no podía seguir un minuto más.

Lo cierto es que todo esto del virus ya está perdiendo fuelle y por mucho que las televisiones y los periódicos lo intenten, cada vez hay menos personas a las que se les pasa por la cabeza pincharse otra dosis. Es lógico, la gente tiene un límite para asimilar información y entre Putin y el cambio climático, lo de la viruela del mono ya suena a chiste de Arévalo.