Hace unos días acudí a la Segunda Escuela de Liderazgo del Centro de Estudio, Formación y Análisis Social (CEFAS) del CEU que tuvo lugar en San Lorenzo del Escorial. Durante estas jornadas tuve la suerte de asistir a una mesa redonda que disfrutaba de Carlos Marín-Blázquez, profesor valenciano de alta talla humana. Reflexionando sobre el punto en el que estaba Europa, víctima de sí misma, comenzó a merodear por la historia para señalar el momento en el que comenzó la deriva. Pese a que cualquiera pudiera esperar que se apuntasen hitos como la Revolución Francesa o la Caída del Muro de Berlín; el docente señalaba al siglo XIV, cuando la Cristiandad dejó de ser teocrática para volverse antropocentrista. De ahí a la ruptura espiritual de Europa había solo un paso, el cual sería Lutero quien se aventuraría a darlo.
Con el protestantismo arraigado en la mitad norte de una extinta cristiandad, el ser humano comenzaría a hacer arreglos de carácter subjetivistas para así eludir la responsabilidad objetiva que señalaba el catolicismo, el cual sería seguido y respetado por las regiones mediterráneas. Mientras que los socios fieles a Roma delimitaban claramente las fronteras objetivas entre el Bien y el Mal, en el norte se caían en soluciones fatales que o bien conducían al puritanismo calvinista o bien abría la veda al sujeto como fuente de moral única y absoluta.
Una vez que el hombre fijó su moral, pasaría después a ordenar la realidad que le rodeaba partiendo de la validez autorreferenciada de sus razonamientos. De aquí nacerían las ideologías, de corte materialista y cuya aspiración última es sustituir el papel de Dios para ofrecerle soluciones al hombre, creyendo que éste no es trascendente. En lugar de ello, creyó que el fin de sus dolencias vendría de la mano de la economía, ansiando el bienestar material. Sin embargo, crisis como la del pánico bancario de 1907 o la del crac de 1929 mostrarían al liberalismo la realidad de su fracaso. En 2008 volveríamos a ver que la solución liberal no era más que una postergación de vicios por eclosionar y causar injusticias por doquier.
Frente a los desmanes de los postulados liberales entusiastamente defendidos por la burguesía, la doctrina marxista nacería para buscar la unión del proletariado y lanzar a éste a la conquista del poder político, prometiendo la justicia social una vez se tomase el Estado. Sin embargo, la historia nos muestra cómo el socialismo y el comunismo tuvieron defectos entre los que destaca la sustitución de las élites empresariales por las élites políticas, que usando al Estado intentarían ahogar a los ciudadanos y vaciar sus almas a través de una creencia única y acérrima en el partido. No obstante, el derrumbe del Bloque del Este primero y la disolución de la URSS después volverían a mostrar que de los postulados ideológicos de los hombres jamás nacerá el Mesías que los salve.
Pero, de la mano de la concupiscencia original, el hombre volvió a enroscarse en torno a sí para buscar las respuestas a sus cuestiones vitales y escatológicas. Antes de admitir el fracaso de sus figuraciones, prefirió dirigir la atención a aquello que pareciera novedoso. Estas nuevas ideas, lejos de intentar buscar la justicia social o el bienestar económico, se centraban en la soberbia y el placer propio del hombre, esclavizándolo a su sexualidad y haciéndole creer que sería el salvador ante un apocalipsis climático. Con la revolución de Mayo de 1968 nuevas tesis serían planteadas para ir tomando forma con las décadas posteriores a esta fecha tan señalada. El ecologismo empezó a configurarse como opción política en Alemania a través de Los Verdes mientras que la ideología de género necesitaría de progresistas ilustres para expandirla por el globo terráqueo, como hizo sectariamente Zapatero a partir de 2004.
El hombre dejó pasar oportunidades ante los fiascos del liberalismo y del marxismo, tuvo ocasiones para reorientar la brújula y abandonar el relativismo en el que se apoyaban sus tesis. Pudo reiteradamente dar un paso atrás, reconocer la objetividad del Bien y del Mal, para así dar dos pasos hacia delante y evitar las barbaries vividas desde el siglo XVIII en Europa, con guerras cada vez más cruentas y menos honoríficas, con crisis cada vez más injustas y menos fortalecedoras. Lejos de esto, prefirió adoptar las últimas distracciones que los sofistas de sus días les ofrecían.
El ecologismo y la ideología de género, además de por ser hijos bastardos del liberalismo y el marxismo cultural, destacan por formar un pack de creencias en el que la juventud quiere encontrar sentido y propósito para su existencia. Es por ello por lo que los menos cautos se lanzan a estos dogmas revolucionarios que por un lado promulgan que somos demasiados y debemos desaparecer y que por el otro lado afirman una libertad de sexo que se confunde con todo desorden afectivo. Si algo quedó de sus ideologías paternas era la soberbia, esa misma que refrenda al sujeto para convertirlo en fuente generadora de todo derecho que le plazca, pese a ser objetivamente barbárico y atentar contra el orden natural de las cosas, contra la propia Creación.
Cuando el ser humano se rebela contra su metafísica, lejos de traer el Cielo a la Tierra lo que consigue es hacer que ésta arda y se seque como los páramos más profundos del averno. A causa de la colisión ideológica, el siglo XX se tiñó de sangre como nunca se había hecho. Mucho me temo que los hombres aprenderán sobre su barbarie del siglo XXI cuando descubran que las promesas del progresismo los empujan al terrible vacío de la nada. Dejando de lado la tragedia criminal del aborto, el transexualismo que cada vez más se induce a la población dejará ver sus efectos en un plazo que abarcará desde los cinco hasta los quince o veinte años. Será entonces cuando mayor sea la tragedia de aquellos que abrazaron las ideologías posmodernas, cuando se descubra que toda liberación sexual lejos de hacerlo libre y feliz, lo encadena a su propia desdicha.
Sin embargo, el siguiente paso a la implantación de la eugenésica Agenda 2030 será el establecimiento de nuevos mitos y creencias a las que el ser humano volverá a acudir por error, creyendo encontrar ahí sus respuestas. Nuevas corrientes como el transhumanismo irán siendo cada vez más populares, vendiéndose la idea de que la integración del hombre con la máquina será el fin de los males de éste en su vagar por la Tierra. En cambio, como todo lo humano, la nueva tendencia tendrá su caducidad y dejará tras de sí nada más que lágrimas y desilusiones nuevas.
El hombre quiere jugar a ser Dios cuando ni siquiera sabe cómo ser hombre. Cada día que pasa contemplamos el abismo con miedo. Lejos quedan los días de nuestros antepasados, quienes veían el mañana con la ilusión de dejar un mundo mejor. En cambio, cuanto más se descristianiza una sociedad, más negro es el horizonte de su viaje. La Modernidad se empeñó en quitar a Dios, hacer que Él dejase de ser nuestra brújula y guía. Y, desgraciadamente, quien no sabe a dónde va, todos los vientos le son adversos.