Flojos de pantalón

El gran Rosendo Mercado, ese mítico músico carabanchelero representante local de lo que sería un héroe de la clase obrera en el argot rockero anglosajón, dejó unos versos en una de sus más coreadas canciones que dan para hacer una tesis completa de los tiempos modernos, aunque la letra fuera escrita hace casi dos cuartos de siglo.

Aunque cómo todas sus letras tienen un doble sentido y dejan cabida para interpretaciones diversas, algunos dicen que en algunos párrafos se refiere al mundo de la prostitución y a los que se nutren, en todos los sentidos, de ella aunque en otras estrofas no hay lugar a dudas que también deja una denuncia de lo que ya en los años 80 era la entrada en tromba del hedonismo y el elitismo como cultura de masas en una sociedad en desconstrucción que sustituía a pasos agigantados valores comunitarios heredados de nuestros mayores por el individualismo a ultranza y el éxito, pero sobre todo su exhibición obscena como proyecto vital.

Si esta era la percepción de un madrileño de barrio, orgulloso de serlo durante toda su andadura, en aquellos años dónde películas cómo Wall Street marcaban la tendencia a la conversión de Mario Conde como ejemplo para la juventud española o el suplemento El País Semanal dictaban que el lujo y la moda de pasarela eran lo que nos hacía mejores, fíjense lo que sentimos muchos de nosotros 40 años después en la era de Instagram y los TikTok, dónde influenciadores con el nivel cultural de una anchoa hacen y deshacen a su antojo en las mentes de una inmensa mayoría de las nuevas generaciones —no sólo las del PP—. Nuevas generaciones que no hay que olvidar son nietos e hijos ellos de los mismos que compraron —compramos— la mercancía averiada que regó la movida y los intelectuales de salón que florecieron cómo setas al albor de una política de tierra quemada marcada por las élites económicas, propias y ajenas, que hicieron de nuestra destrucción cómo nación, cómo sociedad y cómo pueblo, su negocio.

¿Para qué se iba a defender entonces puestos de trabajo estables y bien remunerados en nuestra industria, si podíamos aspirar a ser chicas Almodóvar o trajeados vendedores de humo en un país enladrillado? ¿Qué podemos decirles ahora a quienes siguiendo la senda, renuncian a exigir un presente con certezas y dignidad cómo pueblo, con casa y familia cómo mujeres y hombres, con esperanzas y seguridad cómo padres y madres, cuando dejamos que les inunden los ojos con vidas que no van a vivir y con ejemplos nada ejemplares a los que seguir?

El para qué ya lo hemos comprobado con sangre, sudor y lágrimas durante todos estos años, dónde hemos perdido toda la soberanía vital y colectiva, en manos del globalismo y la globalización, siendo una sociedad incapaz de no entrar en la UCI cuando se resfrían los grandes y dónde nos regalan los oídos, cómo antaño, con las bondades de vivir con poco y prestado.

Y el qué podemos decir, creo que también está claro. Que hay que sumarse a la resistencia y actuar contracorriente de quienes 40 años después siguen en la tarea de destruir lo poco que nos queda. Crear comunidad, recuperando identidad y valores fuertes para hacer frente a quienes, cómo decía el melenudo de Carabanchel aunque lo disimulen son «una tribu de ficción, síndrome de bufón, héroes de novelista, berbiquí». En resumen, que cuenten con nosotros para no ser unos flojos de pantalón.

Óscar Cerezal
Diseñador gráfico y gestor de servicios. He sido muchos años alcalde, diputado. Luego decidí volver a mi curro. Apasionado de la política, investigador y periodista vocacional, edito un webzine transversal de nombre La Mirada Disidente.