Y de repente, sin darnos cuenta, llegó el fascismo, el verdadero, el de Stalin, Castro, Ho Chi Minh o Kim Jong-un. Ese fascismo al que los libros de hoy llaman democracia. Ese que se cuela por debajo de la puerta como el hielo seco en las películas de terror y acaba impregnando todo de hedor a progre y te dice qué pensar, cómo vestir, qué comer y a qué temperatura se debe poner el termostato.

Han abolido las instituciones tradicionales y las han sustituido por fanatismos. Los sacerdotes del antiguo Egipto son los científicos de hoy, cuyas verdades absolutas y descubrimientos son volátiles y efímeros. Lo que hoy es una cosa, mañana puede ser otra o la contraria. Siempre tienen una justificación para salirse por la tangente, cualquier escenario es susceptible de metamorfosearse a su antojo, y si hace calor en verano, es por el cambio climático y si hace frío, pues también. Lo curioso es que, ante las estadísticas y las matemáticas, las élites, gobiernos y medios de comunicación patinan y recurren siempre a la parte emocional, al ejemplo individual, a la excepción que confirma la regla. Esto, con una sociedad sedada y sin capacidad crítica, se convierte en el germen de la nueva religión climática y sanitaria.

Llevan muchos años trabajando para conseguirlo y han acabado funcionando como relojes suizos. Son precisos y nada se escapa a su control. Por fin han dado con la tecla para someternos, para atemorizarnos y obedecerlos sin rechistar. Ya pasó con el tabaco y el cáncer, las nucleares y los tumores, el COVID y la muerte y ahora le toca el turno al aire acondicionado y al cambio climático. Muy listos ellos, se han dado cuenta de que ya no les hace falta ejercer la fuerza para controlarte. A través del miedo serás tú el que se doblegue voluntariamente, porque ellos se han erigido como nuestros protectores y salvadores y somos nosotros, los mortales, los que hemos llevado al mundo al borde de la extinción.

Así, poco a poco y con nuestro beneplácito, han ido prohibiendo y regulando absolutamente todo y gracias a sus medios de comunicación han conseguido hacer calar en el pensamiento colectivo. Sin darnos cuenta de que el único objetivo de las élites es la vuelta del régimen feudal. El crecimiento de la clase media ha traído la democratización hasta de los viajes espaciales y consigo, que nada quede lejos del alcance de la plebe. Los de arriba ya no pueden disfrutar de sus viajes en primera como antes; los reservados y las zonas vip están trufadas de catetos y niños correteando asilvestrados y como era de esperar, se han cansado.

Después del virus tocaba el cambio climático, y éste se ha convertido en el enemigo público número uno y el principal problema de los ciudadanos. Las muertes por el virus han dado paso a las muertes climáticas, y las utilizan para tapar las vergüenzas de las llamadas «vacunas», dejando en suspenso por qué ahora, con una sociedad triplemente inoculada, se atribuyen más fallecimientos al COVID que cuando nadie se había pinchado, mientras ocultan descaradamente el incremento de enfermedades cardiovasculares, ictus, miocarditis, pericarditis, trombocitopenia y cáncer.

Los de arriba mueven la varita y sus fanáticos resucitan de las cenizas a Greta Thumberg para utilizar a los muertos a su antojo mientras la sociedad anda cegada y es incapaz de ver incongruencias como el hecho de atribuir setenta y tres fallecidos al calor en el cuarto abril más frío de la historia con una temperatura media de once grados, o por qué se oponen a la energía nuclear que es más limpia y más barata, o qué intención oculta hay detrás de limitar el aire acondicionado a veintisiete grados en pleno agosto, si dicen que las altas temperaturas están matando a tanta gente.

Cortinas de humo y efectos especiales y con la que se nos viene encima, me voy a tomar la libertad de darles un consejo: tengan cuidado con Wallapop que por lo visto es un foco de infección de la viruela del mono.