A estas alturas no negaré que a mí me gustaba mucho Rigoberta Bandini. Lo dije en su momento y mi Spotify me delata diariamente. Recuerdo hacer un viaje a Sevilla con la canción en bucle, sonando a todo volumen, como si fuéramos, qué sé yo, funcionarias del Ministerio de Igualdad. A mí Ay mamá me gustaba por esa cosa españolísima de la provocación. Y no me refiero a lo del pecho, que al fin y al cabo lo han hecho muchas antes, desde Sabrina hasta Rita Maestre. Lo que me resulta fascinante de Rigoberta es que fue a Benidorm a hablar de maternidad, como quien va a Ibiza a pontificar sobre la castidad.
Desde hace tiempo sostengo que Eurovisión es un Fitur tarareado, unas olimpiadas vocales, cuyo único beneficio es la propaganda. Ganarlo, de hecho, debería considerarse castigo, y con algunos amigos estudio un nuevo sistema de votación negativa, donde el verdadero objetivo sea lograr cuantos menos puntos posibles, alejarse del calvario de organizar semejante esperpento al año siguiente. Pero este es otro tema. Eurovisión es una lonja y deberíamos aprovecharlo. Si Biden nos dio apenas quince segundos y Sánchez resolvió conflictos geopolíticos, imaginad lo que podríamos hacer cuando Europa nos da tres minutos.
Al final elegimos a Chanel y pienso que Rajoy andará horrorizado. Podríamos haber elegido un discurso feminista o un aquelarre regionalista. Quizás podríamos haber llevado una balada, como el resto de países de la mitad inferior de la tabla. Podríamos, mire usted, haber optado por una candidatura para adultos. Pero en un ejercicio de fantástica irracionalidad, España eligió a Chanel. Porque España, en la música y en la política, no es un debate del estado de la nación, sino un bolso en el escaño del presidente.
Chanel representa, por tanto, lo mejor de España, que no es la tecnocracia aburrida, sino la pandereta torera. Tampoco es cuestión de convertir nuestra actuación en la plaza de toros de Valladolid, pero llevar en representación de España el mestizaje supone una enmienda a la totalidad a la puritanía de las nuevas plataformas ciudadanas (sic). Viendo la actuación de Chanel uno termina por entender que lo mejor de este país no está en la lírica bien ejecutada, sino en las dimensiones de un culo nacional del tamaño de San Mamés. Si hemos quedado terceros ha sido porque Chanel encarna esa España feliz, de nalgas vigorosas, zambombas y botellas de anís, ambientes mediterráneos, pieles morenas y olores a horchata. La jugada la remata Nieves Álvarez dando los resultados desde la playa de Benidorm.
Dice un tuitero que hemos quedado terceros porque no hemos sabido generar la suficiente lástima internacional y yo no puedo estar más de acuerdo. Ni el volcán de la Palma ha podido arañar los puntos suficientes para ganar. Llevando a Chanel no sé qué pretendíamos. ¡Hasta Pablo Casado habrá esbozado una sonrisa!