Loquillo no podía prever que el lanzamiento de su último álbum, Europa, coincidiría con la repentina humorada belicista de la Unión Europea, pero este contexto no ha podido ser más propicio. Con Europa Loquillo ha puesto voz y música a la obra homónima del poeta Julio Martínez Mesanza, publicada por primera vez en 1983 y en cuyas páginas se evoca una Europa muy diferente de este trampantojo llamado Unión Europea. Las motivaciones belicistas de Europa, de la única y verdadera Europa, eran mucho más nobles, trascendentales y constitutivas de su identidad espiritual que las motivaciones puramente comerciales y geoestratégicas de esta macroempresa que hoy usurpa su nombre. Así que esta sincronía entre la publicación del álbum y el mensaje militarista de la Unión Europea le ha venido bien al primero, ha realzado su carácter disruptor, su quijotismo.
Es innegable la dificultad de musicalizar poemas, o de hacerlo con éxito, pero es igualmente innegable que cuando se logra el poema queda para siempre engastado en la canción. No puedo leer las Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo, sin aplicarle la melodia y la voz que Paco Ibáñez le prestó, o leer aquellos versos de Lorca: «El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero…», sin que el quejido de Camarón se superponga a mi lectura. Una vez se ha logrado el acoplamiento, una vez se han fundido en uno, ya no hay manera de separar el poema de la canción. Esto se logra pocas veces, no hay que engañarse. Existe todo un cementerio de poemas musicalizados que no lo lograron y cuyas tumbas nadie visita, a no ser por equivocación. Pero cuando se logra, la unión es inmortal. Entonces la canción tiene un efecto retroactivo sobre el poema, crea la ilusión de que hasta que ella no llegó el poema no estaba realmente acabado, que el poeta lo había dejado reposando hasta que la inspiración volviera y lo consumara. No es que digamos: «Este poema ahora se ha hecho canción», sino más bien: «Desde el principio esta era la canción del poema».
Con el riesgo que siempre supone afirmar algo adelantándose a los acontecimientos, sobre todo en el plano artístico, donde el tiempo tiene tanto que decir, me atrevo a afirmar que esta unión se ha logrado en al menos tres canciones de Europa. Esto ha sido posible gracias al maravilloso trabajo de composición de Gabriel Sopeña y a la inconfundible voz de Loquillo, cuya gravedad es especialmente adecuada para cantar la viril nobleza de espíritu de un tiempo perdido, la mezcla de ternura e imperturbable sentido del deber que caracterizaba la hidalguía cristiana. Tampoco hay que olvidar la producción de Josu García y la aportación de los demás miembros de la banda.
Ceremonia
Una de las tres canciones que me parecen haber logrado la unión hipostática con el poema. ¿He dicho canción? Miento. Ceremonia es un himno. El poema resume perfectamente el espíritu caballeresco de la Europa medieval, pero su mensaje va más allá del contexto histórico que sugieren algunas de sus palabras. Lo que afirma sobre la sobreveste («debes hacer un rito del vestirte, la sobreveste puede ser mortaja») es aplicable igualmente a la sudadera o al esmoquin. El combate que hay que preparar y que siempre puede ser el último no es sólo el corporal, el que se libra en el campo de batalla, sino todo aquel que se presenta en la vida: la enfermedad, las desgracias, el desconsuelo, las dificultades y decepciones. Uno debe prepararse para esos combates y afrontarlos con confiada pero humilde intrepidez, recordando siempre que al fin y al cabo «en las manos de Dios está la vida».
De amicitia
Otra de las canciones que me parecen haberse adherido para siempre al poema. Seguramente es la más pegadiza de todo el álbum, aquella que tiene una estructura más clásica, con sus estrofas, estribillos y puente. No hay en ella ningún vestigio del encaje, nada que pueda hacer pensar que la melodía ha debido adaptarse a una letra ya existente. En el plano musical, el trabajo es irreprochable. En cuanto al poema, si bien es estéticamente admirable, debo admitir que desde una perspectiva filosófica o moral me chocan algunos versos donde se antepone la amistad a la justicia misma, subvirtiendo el ordo amoris agustiniano.
Es poder una torre sobre rocas
En mi opinión, uno de los poemas más difíciles de musicalizar de todo el álbum, pero aun así Sopeña lo ha logrado con éxito. Loquillo repite el verso que da título al poema con una inflexión canalla, al más puro estilo «feo, fuerte y formal», entre rápidas y animadas notas de piano que rozan el ragtime. Leyendo el poema uno hubiera imaginado para él un tono solemne, una melodía sobria y circunspecta, pero lo cierto es que ese aire jovial y festivo le sienta muy bien.
Asedio
El ritmo marcial del tamboreo a cargo de Laurent Castagnet, que aparece desde el inicio y se sostiene a lo largo de toda la canción, nos sumerge en la marcha hacia la batalla gonfalón en mano. Cabalgamos hacia Tierra Santa, nuestra armadura tintinea al chocar con la armadura de los caballeros de nuestra misma hueste, el polvo que se levanta a nuestro paso no hace más que enervar nuestro entusiasmo. Los coros hacia el final («polvo será en el polvo del desierto») tensan nuestros músculos preludiando el encuentro con el enemigo.
Arco
Parece increíble que un poema tan corto (cinco versos endecasílabos) haya podido extenderse a lo largo de una canción de cuatro minutos sin diluirse en excesivas partes instrumentales o resultar demasiado repetitiva en su letra, dos peligros opuestos pero igualmente tentadores. La metáfora de la vida como un arco que dispara las flechas de los días, cada uno de los cuales alcanza su cénit y a partir de ahí decae, tiene su onomatopeya musical en los tensos sonidos de la guitarra. Cada arpegio lanza una de esas flechas.
También mueren caballos en combate
El ritmo lento de esta canción, la presencia del saxo, su atmósfera de marcha fúnebre, todo se reúne para imaginar mejor si cabe (pues el poema ya los evoca con maestría) a esos caballos de la guerra en su última agonía, con una «distante y superior mirada», viviendo el trance de la muerte mientras los hombres, arriba, siguen produciendo el estrépito del combate.
La huella
Es el único poema de amor de todo el álbum, al menos de amor erótico, pues el amor a Dios, a los ideales, a los amigos, refulge en todas las canciones de Europa. Sin embargo, también en esta ocasión el amor está enmarcado en la épica caballeresca, es un interludio entre batalla y batalla, una breve escena antes de partir de nuevo hacia un destino que siempre puede ser el último en esta vida. Al escucharla no he podido dejar de acordarme del cuadro God spleed, de Edmund Blair Leighton.
Después de Hattin
La batalla de los Cuernos de Hattin fue una de las mayores derrotas que sufrieron los cruzados, significó la pérdida de Jerusalén, y así se plasma en la voz desgarrada de Loquillo. Krak y Antioquía son todavía dos bastiones, pero al sur queda la gran derrota. Devastado, el caballero siente que ha defraudado a sus antepasados y que no es digno de su religión. La posibilidad del suicidio sobrevuela su insomnio.
San Luis
Broche de oro a este álbum tan intempestivo como bello. Esta es la tercera canción que en mi opinión logra que el poema nunca pueda ser leído como antes. Después de escucharla, parece imposible leer el verso «hay algo noble en todas las espadas» sin darle la entonación que le imprime Loquillo. El riff de guitarra se adhiere a la memoria desde la primera audición. Hacia el final hace su aparición la armónica de Sopeña e irrumpen las trompetas que parecen hacer pasillo al recitado de Loquillo, un recitado grave, enfático, imperial. Con el último verso Loquillo se pierde en la distancia mientras la guitarra, junto a las trompetas y la armónica, regresa para despedirlo.