Se armó el Belén en las redes sociales durante la segunda semana de adviento por un dosier de la Comisión Europea que daba pautas a los funcionarios para una comunicación inclusiva. El documento, ya retirado, recomendaba no felicitar «la Navidad», sino «las fiestas» o cambiar «período navideño» por «período de vacaciones». Un paso más en la descristianización del continente que, como en el pasado puente de la Inmaculada, y con la indiferencia de la Conferencia Episcopal, decidió borrar cualquier referencia a la religión cristiana en las fiestas a las que precisamente da razón de ser.

Hay que decir Feliz Navidad y celebrarla por todo lo alto, porque el nacimiento de Jesús es el origen de todo lo admirable de la región más libre del mundo y lo que hace posible que España, bastión de la cruz, aunque con todos sus defectos, sea un país lleno de virtudes que lo convierten en uno de los mejores países para vivir hasta teniendo una de las peores cifras de paro.

España es Navidad para ateos y creyentes, y lo demuestra cada vez que un español se coloca armadura, yelmo y lanza y sale a lomos de su caballo a pelear contra gigantes que, en la vida real, no son enemigos imaginarios.

España es la ayuda que ofrecieron taxistas y vecinos a los mayores que sufrieron un incendio en una residencia de Sevilla; es el público lanzando juguetes al césped del estadio del Betis para que los niños pobres tengan regalo asegurado en Reyes; es el conjunto de cofradías que recogen ropa y alimentos para que no falte ni gloria en las mesas de los que siguen sin encontrar empleo; es la abuela y el abuelo que te hacen sentir más seguro que una patrulla cuando te abrazan; es la madre y el padre que se levantan durante la madrugada del 6 de enero para honrar la tradición.

España es lo que la Biblia y la catequesis nos han enseñado a través de los siglos, la generosidad que nos ha convertido durante casi 30 años en líderes en donaciones y trasplantes de órganos; es la solidaridad que organiza varias iniciativas para ayudar a los afectados por el volcán de La Palma con más rapidez que el Estado aconfesional; es el hogar, la alegría de una Nochebuena en familia y la esperanza en la soledad; es el repertorio de villancicos difundidos por la tradición oral durante siglos.

España es Navidad. Es el pueblo que ofrece oro, incienso y mirra al niño de cinco años acosado en Canet y asesoría legal a la familia de forma desinteresada; es Mercadona e Inditex aportando material sanitario mientras el Estado, paralizado, intentaba censurar su implicación en el 8M; es el grupo de personas que en menos de 48 horas saca a unas monjitas de Jerez de la quiebra y arregla la máquina de obleas que necesitan para mantener el convento y seguir consolando a los que ya sólo les queda la fe.

Me gustaría dejar claro en el artículo que escribe un ateo capaz de entender que somos unos privilegiados por haber nacido como sociedad un 25 de diciembre. Porque el sol no pone la otra mejilla ni salva a adúlteras de ser lapidadas; el sol no cura a los enfermos ni da la mano a los desesperados que no ven más alternativa que una inyección de muerte.

Y aunque muchos lo consideren hipocresía por reducirlo a una fecha concreta, lo cierto es que es esa bondad se mantiene los días restantes del año y pone freno a las costumbres de otras culturas convertidas en losas de odio y fanatismo, de racismo y machismo, de sumisión y egoísmo.

Porque nos hace mejores y por muchísimas razones más, Feliz Navidad.

BECAES
Gaditano hispanófilo. Investigador autodidacta. Divulgador cultural y de la historia de España en RRSS y digitales. Batallador infatigable contra la Leyenda Negra y la hispanofobia. Liberal por la gracia de la razón.