Escribimos para poder dormir. No lo digo yo, lo dijo Eduardo Sacheri en una charla hace ya algunos años. Lo recordé el otro día paseando por el campo después de haberme puesto a escribir sobre el campo cuando, en realidad, tenía que escribir sobre la Navidad. Sobre la Navidad, dijeron, y a mí se me ocurre la feliz idea de contar una historia sobre campos escarchados, animales que desprenden vaho y ganaderos solitarios y congelados al amanecer. Y me vino así. Entero, solo, de una tacada, sin esfuerzo. No suele ocurrir.

Tampoco pensaba en ello cuando salí con el perro a dar un paseo por la dehesa, sencillamente lo recordé. En esa charla, Sacheri cuenta que escribió La pregunta de sus ojos, que transcurre en tribunales, porque no podía soportar haber dejado de trabajar en tribunales. El libro llegó a la gran pantalla, después llegaron Hollywood y el Oscar; y cuando está subido en esa nube, en esa rueda de éxito, fama y gloria, Eduardo Sacheri comienza a escribir sobre su pueblo porque empieza a sentir que un viento le está desplazando de su lugar. «¿Era un viento feliz? Sí. Pero me estaba moviendo del lugar que a mí me gustaba».

No les voy a aburrir contándoles por qué echo de menos acabar con barro hasta en las pestañas ―hablo de forma literal―, sencillamente les confirmo que sí, que al menos cuando las palabras salen así, como en torrente, escribimos para poder dormir. Pero tampoco creo que la única solución sea escribir, más bien, la cuestión es revisitar: escribiendo, paseando, dibujando, leyendo o cosiendo. Da igual.

Les cuento esto porque pensaba hace unos días en el gran error o el gran acierto que puede suponer regalar un libro. Fallar es fácil si se piensa mucho y seguro si no se piensa en absoluto, pero, ¿la solución es no regalar libros en absoluto? Pensé entonces que, quizá, habría que regalar libros para poder dormir.

Y no les hablo de regalar El mal dormir, de David Jiménez Torres, de forma compulsiva (libro que, por otra parte, les recomiendo si tienen algún insomne en la familia). Hablo de encontrar aquello que les obsesiona, les preocupa o les ilusiona. Centrar el tiro. Apuntar a, en palabras de Leila Guerriero, «esa parte que no sale a la intemperie». Si es a modo de consuelo o de empujón, eso ya lo deciden ustedes.

Excepto si son niños. Si son niños entonces hagan ustedes exactamente lo contrario. Regalen libros que les impidan dormir, que lean cada noche bajo las sábanas. Hagan que empiecen a agotarse las pilas de todas sus linternas. Regalen Tintín a los menos propensos, Harry Potter a los despistados y La ciudad de las bestias, de Isabel Allende, a los ya iniciados. Ese último es inolvidable.

Y recuerden que un libro siempre cuenta dos historias: la que tenemos entre las manos, y la que ha hecho que llegue hasta ellas. Hagan que esta última importe. Feliz Navidad.