Hágase la voluntad de aquellos que gobiernan con puño de hierro. Y así, sin más, Novac Djokovic ha sido deportado de Australia. Un día más el mundo entero ha quedado retratado y muy pocos hemos salido en defensa del tenista y lo que representa. Después de 15 días de revuelo, lo único que queda demostrado es que las medidas impuestas en el país de los canguros tienen mucho de políticas y nada de sanitarias.

Según venían sucediéndose los acontecimientos de los últimos días ya se intuían los pasos que iban a seguir los que mandan y se vislumbraba sin necesidad de anteojos el final de las andanzas del serbio en Australia. Ahora, los seres de luz que aplauden la patada al tenista deberían explicar cuál es el motivo de su regocijo. Esos a los que se les llena la boca hablando de todo sin haberse informado, podrían explicarnos qué les hace tan felices al ver que una persona sana, después de pasar cinco días circulando por Australia sin problemas, sea deportada alegando motivos de salud pública. Imagino que es por el triunfo de la fuerza bruta frente a la razón y que los seguidores de Nadal respirarán aliviados al quitarse de un plumazo al contrincante que en los últimos catorce años ha levantado el trofeo en nueve ocasiones. En fin, la Caída de Roma. El ministro de Inmigración encargado de la deportación, Alex Hawke, alega que «mantenerle en el país puede alentar a los “antivacunas” y provocar disturbios». Es obvio que Djokovic no supone ningún peligro para la salud física de los habitantes de Australia. Sin embargo, sí que es peligroso para los que gobiernan, que no quieren que los pájaros libres revoloteen demasiado cerca de los que están enjaulados, no vaya a ser que se den cuenta de que sus alas sirven para volar allá donde quieran.

Que esto ocurra en Australia no debería ser motivo de sorpresa, un país que fue colonizado por presos no está familiarizado con el concepto de libertad. Sólo ve con buenos ojos una sociedad con restricciones y lleva en el ADN la necesidad de mantenerse aislado. Pero que el mundo entero adolezca de los mismos males es producto de la sistemática desnaturalización del ser humano. Los que gobiernan este mundo globalizado nos quieren a todos iguales; que pensemos igual, que trabajemos igual, que amemos igual, todo igual; y han conseguido que sea la propia sociedad la que oprima al que piensa distinto, la que persiga al valiente y la que tumbe al que es libre. Las turbas jalean al inquisidor y apalean al que no obedece a los de arriba. Ya no hace falta represión policial, los esclavos son felices siendo esclavos y harán todo lo que esté en sus manos para convertir a los herejes y mostrarles las bondades de la nueva religión. La Idiocracia ya está aquí y los que creímos que el fin del mundo iba a llegar a manos de unos infranormales que regarían los campos de trigo con Gatorade, nos horrorizamos al ver que la antesala al apocalipsis es una triste gripe.

Pienso en lo fácil que sería para el gobierno australiano admitir su error y reformular los criterios de entrada al país. A pesar de mi oposición a este tipo de medidas arbitrarias, creo que gran parte de la población vería con mejores ojos la solicitud de una prueba que certifique la ausencia del virus y no exigir el maldito pasaporte COVID que no exime a nadie de contagiar o ser contagiado. Sé que esto no ocurrirá, ni asumirán responsabilidades por las atrocidades cometidas bajo la infame pandemia ni pedirán perdón a Djokovic por haberle engañado y utilizado como arma política. Errar es humano, pero me temo que los políticos nacieron sin la capacidad de arrepentirse.