Para Rémi Brague, lo políticamente correcto no es un fenómeno que afecte solo al presente, sino que extiende sus tentáculos hacia atrás. El filósofo, profesor emérito de la Universidad de la Sorbona, en París, y doctor honoris causa por la Universidad CEU San Pablo reflexiona sobre la cancelación del pasado y sobre qué podemos rescatar de la Edad Media en una entrevista para El Efecto Avestruz, una serie de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
¿Cómo afecta el pensamiento políticamente correcto al estudio de la Historia?
La corrección política es la negación de la Historia; es el intento de juzgar lo que ocurrió en el pasado a partir de nuestros criterios contemporáneos. Es caer en lo que los historiadores llaman anacronismo, porque no podemos apreciar lo que ocurrió en los siglos precedentes desde nuestra visión actual del mundo. Además, como esto no es fácil, hay una estrategia más sencilla: consiste, simplemente, en ignorar el pasado, en hacer como si jamás hubiera existido. Encuentro que esta manera de proceder es una gran estupidez; querer ignorar es la peor actitud que uno puede adoptar. Para un académico como yo, es un pecado mortal.
¿Se trata de una mentalidad extendida en las universidades?
Yo estoy ya jubilado, pero sí me dicen que en la universidad se ha abandonado el examen del pasado y de la historia para distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo o lo bello de lo feo. Se contentan con preguntarse si en el pasado ciertas actitudes o comportamientos son conformes con lo que consideramos… no, con lo que ciertos grupos de presión, ciertas minorías de activistas, consideran que debe ser dicho y hecho.
¿Qué consecuencias trae esta dinámica?
Si se rechazan las preguntas sobre lo verdadero, lo bueno o lo bello, llegamos a un colapso de la cultura, porque la cultura consiste precisamente en plantear estas dudas. Si se rechazan, el resultado es una especie de barbarie.
En las aulas y en las leyes de educación las Humanidades se ven arrinconadas. ¿Un nuevo intento de socavar los fundamentos de nuestra cultura?
No sé si este intento de acabar con la fuente de nuestra cultura es algo consciente. Creo -y puede que esté siendo ingenuo- que muchos de los que se suman a este movimiento no saben realmente lo que hacen. Se contentan con seguir a los que gritan más fuerte, y ya lo dice la sabiduría popular: 10.000 personas que callan hacen menos ruido que diez que chillan. Me da la impresión que dominan la cobardía y la pereza, el deseo de aullar con la manada.
Una de sus obras más conocidas es ‘Manicomio de verdades: Remedios medievales para la era moderna’. ¿Hay que dejar atrás el prejuicio de la Edad Media como un agujero oscuro en la historia?
Sí, es el primer prejuicio del que hace falta liberarse. Recordemos que el propio término ‘Edad Media’ fue inventado por pensadores que tiraban a la basura todo aquello que encontraban desagradable en el pasado. Lejos de mí la idea de convertir la Edad Media en una suerte de paraíso cronológico, pero sería bueno tener una visión más equilibrada de este periodo. En la Edad Media, la gente era tan tonta y malvada como hoy en día -no olvidemos que el mayor asesino de la Historia fue, sin duda, Tamerlán-, pero el reconocimiento de aquellos horrores no puede evitarnos encontrar en el pensamiento medieval cosas buenas que nos puedan ayudar.
¿Por ejemplo?
Mira, estoy escribiendo un libro sobre la humildad, que es una virtud típicamente medieval, porque fue en aquel momento cuando muchos autores de diversas religiones escribieron que la humildad es la primera de las virtudes. Más exactamente, es la virtud que hace posibles todas las demás, porque el hombre humilde es aquel que entiende que es él quien debe obrar. Otro ejemplo está en la relación con la naturaleza.
¿Una perspectiva ecológica?
El hombre medieval considera que las cosas han sido creadas por un Dios bondadoso, que nos ha encargado mejorar aquello que aún falta en la Creación. Creo que esta perspectiva puede ayudarnos a mirar los problemas ecológicos con una visión más equilibrada: puede ayudarnos a dejar de considerarnos poseedores de la naturaleza, por un lado, pero también a dejar de imaginarnos como meros simios con suerte. El pensamiento medieval puede ayudarnos a evitar estos dos escollos opuestos: el orgullo excesivo y la desesperación en cuanto al valor de lo humano.
En una entrevista reciente, decía usted que hoy se ha sustituido la idea de verdad por el bienestar, por el wellness, ¿esta noción se extiende al cristianismo?
Es cierto que me llama la atención una tendencia actual en el cristianismo: la tentación de reemplazar el humanismo por el humanitarismo. El humanismo es el afán por la mejora humana, por la virtud; el humanitarismo es, simplemente, hacer cosas buenas. Y sí, querer el bien del prójimo es magnífico, pero la perspectiva humanitarista tiene el inconveniente de que resulta superficial. El humanitarismo piensa que el hombre es naturalmente bueno, y que el mal es un simple accidente que se puede vencer con un poco de buena voluntad, no algo profundamente instalado en nosotros.
Es una visión algo ingenua.
Sí, y no solo es falso, sino que es un modo de ver la realidad totalmente no cristiano. Muchos imbéciles dicen a menudo que el cristianismo es pesimista; yo creo que, sencillamente, es lúcido: ve las cosas como son, sin hacerse ilusiones. Será pesimismo, si quieres, pero al mismo tiempo hay esperanza: la esperanza de la salvación de Cristo. A mi modo de ver, es una visión de la vida humana mucho más interesante, aunque sea algo trágica. Creo que el gran peligro para los cristianos hoy es transformarse en una ONG, que se encargue de que todo el mundo sea bueno… pero que en el fondo esté diciendo que ya lo es.
Texto: Guillermo Altarriba | Foto: Guadalupe Belmonte