«Jo, tía, es que yo soy muy empática ¿sabes? Siempre me pongo en el lugar de los demás y todo me afecta muchísimo, en plan, el otro día lloré viendo las noticias… Porque tener empatía es importante, ¿sabes? pero es que yo tengo tanta que ya juega en mi contra».
Arqueo una ceja, se me escapa una sonrisilla de medio lado y le doy otro sorbo a mi café. No es que sea una entrometida, pero hay quienes hablan en voz alta y una, pues tiene unos oídos curiosos. Más aún si el tema de conversación es la nueva habilidad social que todos desean tener de cara a la galería, pero que, en realidad, a nadie le gusta poner en práctica. Esta sobredosis de empatía me recuerda a lo de trabajar en equipo. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. Nunca falla.
Del mismo modo que ocurre con la presunción de inocencia y los hombres, esto de la empatía cotiza al alza en el mercado de los quedabién y, aunque no lo parezca, es un lujo que la mitad de los españoles no nos podemos permitir. Y es que con la empatía nos ha pasado lo que con el amor: se nos rompió de tanto usarla. La hemos manoseado tanto que ha dejado de ser la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, para convertirse en la cualidad de no identificarse jamás con determinados sectores de la sociedad. Si antes era comprensión, ahora es hostigamiento.
Mientras la Escuela de Empáticos y Resilientes Unidos ofrece graduarse con honores a aquellos que simpaticen con el pack ideológico de la izquierda, lo cierto es que quienes se atribuyen esa característica son precisamente los que menos la ponen en práctica. Tampoco es que les haga falta. Un socialista, un progresista, un ecologista, un sindicalista, una feminista… son empáticos por definición. No tienen la necesidad de hacer nada más. En cambio, si no te identificas con sus postulados, nunca serás empático por exclusión. La empatitis es así, hacerse saber comprensivo, pero sólo con aquellos que son de la misma cuerda de uno.
Volviendo a la desconocida del chute de empatía, algo me dice que esa sobredosis es impostada. Tal vez no lo sea, pero me encantaría comprobarlo. En cualquier caso, siento la necesidad de confesarle que la entiendo. Yo tampoco puedo evitar identificarme con los millones de autónomos asfixiados a impuestos que tratan de sacar adelante su negocio; con las víctimas de ETA que diariamente ven cómo se aplaude institucionalmente a terroristas; con los hombres que sufren las consecuencias de una Ley de Violencia de Género que los criminaliza por ser hombres; con los catalanes que no simpatizan con el independentismo y se ven privados de ofrecerles a sus hijos una educación en castellano; con las personas que hoy mismo perdieron su trabajo gracias a la Ley Rider de Yolanda Díaz; con aquellos que están en contra del aborto y ven cómo sus impuestos se destinan a financiarlo; con las personas que no se desean vacunar y se les pretende negar derechos por ello… ¡Ay, esos grandes olvidados por la empatitis! Insisto que no sé por qué, pero algo me dice que esa chica y yo no hablaríamos de la misma empatía…
¿Qué es empatía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila inquisitorial. ¿Qué es empatía? ¿Y tú me lo preguntas? Empatía… no eres tú.