Se podría decir que los niños de San Ildefonso —o los niños, las niñas y les niñes como sugeriría Irene Montero— protagonizan el que viene a ser el acto de clausura de las Navidades. O de las «fiestas de inverno». O de las «fiestas», sin más. Que uno ya no sabe si llamar a las cosas por su nombre o sucumbir a lo que dictaminen los catedráticos de la ofensa. Lo cierto es que este año tampoco me tocará el premio como tampoco me tocó «El Gordo». O el primer premio de la Lotería de Navidad. O el primer premio de la lotería del 22 de diciembre de las «fiestas de invierno». Es que toda precaución es poca si lo que se quiere es evitar ser sentenciada con la tacha del delito de odio por actitudes homófobas, gordofóbicas o vaya usted a saber.

En cualquier caso, mi mala suerte en el juego —pero buena en el amor, o al menos eso se dice a modo de consuelo—, se debe a que sencillamente no suelo comprar ningún décimo ni participación, pues los juegos de azar no captan mi atención. O lo que es lo mismo, no me gusta la idea de tirar tan alegremente mi dinero. Ahora que lo pienso, esto enorgullecería a nuestro ministro de Consumo, Alberto Garzón, el precursor de la cruzada institucional contra el juego. O, mejor dicho, de la guerra contra las empresas privadas del sector, ya que este tipo de actividades deja de ser un problema para él si quien la desarrolla es Loterías y Apuestas del Estado.

Volviendo al sorteo del Niño, que siempre me enrollo, hoy me enteré de que el origen de su nombre se podría remontar al año 1877 cuando María del Carmen Hernández Espinosa de los Monteros creó la «Rifa Nacional del Niño» con el propósito de recaudar fondos para la construcción de un hospital infantil. Y es que tan noble hazaña bien merece ser reseñada, pues nadie merece más nuestra protección que los niños y, como tengo muy claro que no hay nadie mejor que los padres para desempeñar esta función, quiero aprovechar mi descubrimiento para contarles que existe una mujer que, embriagada de un instinto maternal que bien podría dejar en su casa, como siente que le queda pequeño el tener que criar a sus tres hijos, decidió arrogarse la crianza de los de los demás. Literalmente, así lo llegó a afirmar en una rueda de prensa que dio en septiembre al hablar sobre proyectos políticos en materia de género: «Todos los niños y niñas de este país, independientemente de quienes sean sus padres, independientemente del colegio al que vayan, tienen que poder recibir una educación sexual integral». Sí, como es de esperar, esa mujer es Irene Montero, pero no nos debería sorprender pues anteriormente Isabel Celáa defendía que «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres».

¿Qué mente perversa, bajo una supuesta preocupación por los niños, les trataría de despojar de la protección de sus padres, los únicos adultos dedicados a su bienestar que, a diferencia de ellas, no responden a ninguna agenda política determinada? ¿Qué clase de estafadores intentarían vender como educación sexual el adoctrinamiento en ideología queer? Me pregunto qué tipo de seriedad va a tener una educación que niega las diferencias de sexo entre hombres y mujeres, ya que el hecho de enseñar que las diferencias sexuales son constructos sociales que no tienen ninguna base biológica y que se pueden cambiar a voluntad, bajo ningún concepto puede recibir el nombre de educación.

Desde luego, una cosa es potenciar entre los más jóvenes el respeto hacia los demás y hacia las elecciones que toman en lo que concierne a sus vidas y otra muy distinta es distorsionar la realidad hasta hacerla coincidir con los postulados ideológicos y políticos de un grupo de presión en particular. Sinceramente, tampoco creo que la educación sexual sea tratar el embarazo como una enfermedad cuya cura es el aborto; ni enseñar el sexo desde una visión hedonista exenta de responsabilidad; ni enumerar la variedad de prácticas sexuales que existen; ni normalizar el mantenimiento de relaciones sexuales esporádicas por sistema; ni promover el uso de juguetes sexuales; ni repartir condones en los colegios. Por el contrario, sí creo que sería mejor profundizar en biología, anatomía y fisiología para explicar los cambios que se experimentarán desde la pubertad hasta la madurez; abordar con franqueza la maternidad en el caso de las mujeres y explicarles lo que supone para que, en función de sus objetivos, planifiquen su vida a largo plazo; reconocer de una vez que la atención sexual se recibe con independencia de si la queremos o no…

En fin, una se percata de que dentro de dos días se celebra el sorteo del Niño, investiga un poco sobre su nomenclatura y suelta gratuitamente este chaparrón a sus lectores. Así están las cabezas. Tal vez les parezca que la ministra y la exministra vertieron unas declaraciones inofensivas, pero considero muy importante tenerlas presentes porque lo que viene los próximos años no va a ser fácil y, si no, que les pregunten a nuestros vecinos que están al otro lado del charco cómo fue que la ideología de género se filtró por todas las ramificaciones del sistema educativo estadounidense hasta el punto de no admitir un discurso diferente. De la mano de la escritora Abigail Shrier pude conocer una realidad que hizo despertar todas mis alertas al ver cómo la Administración se extralimitaba a la hora tomar decisiones atenientes a menores de edad prescindiendo absolutamente del consentimiento de sus padres.

Me alegré de estar a la cola y no en la vanguardia. Por eso, digamos «no» las veces que haga falta. Mantengámonos firmes, porque sí, los hijos sí que son de los padres.