Hace ya bastante tiempo que los Oscar pasaron a ser una caricatura de lo que fueron. Se han ido desvirtuando año tras año igual de rápido que la sociedad se ha ido contagiando de puritanismo y falsa moralidad. Hoy sólo sirven como acto de redención y se han convertido en los premios que limpian de culpa el alma de los progres. Son un teatro más en esta sociedad necesitada de perdón y rebosante de muestras de condena, donde el trabajo, el esfuerzo o la imaginación quedan en un segundo plano y donde se premia un cine que parece creado por algoritmos y guiones escritos por inteligencias artificiales.

La degeneración de los valores en el momento que nos encontramos ha traído consigo que hoy, para apreciar una película, cuente más el apellido, el color de piel o lo que le cuelga entre las piernas al autor. Hemos llegado tan lejos que, en un intento de poner al mismo nivel a las mujeres o a los negros, se les ha acabado tratando con extrema condescendencia y así películas como Roma, La forma del agua, Moonlight, Nomadland, CODA o El poder del perro se han llevado su recompensa. Y no porque se lo merezcan, sino porque cada autor pertenece a eso que hoy se conoce como minoría y han lanzado un mensaje que cala en la sociedad: Independientemente de la calidad de tu trabajo, tienes más posibilidades de conseguir triunfar si no eres un hombre blanco hetero.

El caso es que, lo que podría haber sido otra aburrida noche más de Oscar, en la que lo más llamativo habría sido que un remake normalito se llevaba la estatuilla a mejor película, acabó siendo el centro de todas las miradas. Un simple e inesperado bofetón ha aparecido como un soplo de aire fresco en la sociedad. Gracias a Dios, Putin y el COVID pasaron a un segundo plano y a todos los que les encanta la polémica les ha dado justo lo que necesitaban: un nuevo tema del que poder discutir, donde, por supuesto, no faltan a la cita los negacionistas que dicen que no hubo tal sopapo y fue una farsa; y los que señalan y demonizan a los anteriores que, casualmente, no ven relación en que Pfizer, que patrocinaba la gala, haya sacado un medicamento contra la alopecia esta misma semana.

Para mí, lo interesante ha sido la cantidad de preguntas que han surgido. Ese debate moral y filosófico que nos obliga a razonar o por el contrario a actuar con el corazón donde la cuestión es saber entender qué es lo que ha ocurrido. Hoy no voy a ser yo la que dé su opinión, sólo me limitaré a lanzar preguntas al aire con la sana intención de que todos nos replanteemos nuestra posición. Independientemente de que detrás del guantazo haya o no teatro, lo que a mí me inquieta es, ¿qué pensaríamos si cualquiera de los protagonistas fuesen de otra raza o sexo? ¿Qué pasaría si la pelea hubiese sido entre blancos? ¿Pensaríamos igual? ¿Se seguiría defendiendo una agresión si Will Smith fuese blanco? ¿Y si el chiste lo soltase un blanco? ¿Y si hubiera ocurrido entre dos mujeres? O una mujer a un hombre. Si hubiese sido una mujer la que se burló de Jada Pinkett, ¿se habría levantado Smith a soltarle un tortazo? ¿Tendría también defensores en este caso? Y si fuese al revés, ¿lo llamarían hembrismo tóxico?

Otra pregunta que me viene a la cabeza antes de tomar partido es, ¿cuál es el límite en un chiste? ¿hasta dónde puede uno bromear sobre el aspecto físico de alguien? Después de haberme pasado años viendo a Will Smith reírse del tío Phil por estar gordo o de Carlton por ser bajito, debo preguntarme, ¿son todos los chistes una ofensa? ¿Cómo de importante es el emisor y cómo de importante el receptor? ¿Es una agresión? y por curiosidad, ¿cuál es la defensa ante un chiste? ¿Un insulto? ¿Otro chiste? ¿Un mamporro? ¿Está bien meter un zambombazo para defender a alguien de una ofensa? ¿Cuántos me merezco yo por publicar lo que muchas veces escribo sobre algún político? ¿Qué habría pasado si Chris Rock hubiese llamado a seguridad? ¿Y si Will Smith le hubiese dejado catatónico en el suelo? O lo que es más importante ¿qué harías tú? Lo cierto es que, al final, por mucho que lo pensemos, nada va a cambiar, del mismo modo que, por mucho que lo desee, Abascal no le hará un Will Smith al presidente. Pero puede que algunos se paren a pensar dos veces antes de soltar lo primero que les venga a la cabeza.

Lo alarmante de todo esto es que por unos días la gente ha olvidado que el precio de la gasolina está por las nubes, la luz y el gas siguen subiendo y la inflación se ha disparado hasta el 10%. Sólo espero que Pedro Sánchez no haya tomado nota del poder que tiene un guantazo para ocultar sus vergüenzas porque ya me veo al autócrata yendo al Congreso con guantes de boxeo.