Hay un número nada desdeñable de personas e instituciones que tienen por afán diario joder al prójimo. El mecánico avieso, el segurata arbitrario, el periodista perverso, el padre a lo Karamazov, el médico imprudente, el currito revenío, el policía aeroportuario o los anodinos funcionarios que copan los servicios públicos cuya única función es repetir machaconamente las mismas consignas burocráticas de tres al cuarto.
Cada vez que citan sin ellos saberlo a Larra y su insufrible «vuelva usted mañana, caballero, pero no a la hora del café», me dan ganas de pintarrajear sus pútridas encías con la misma pluma que usaba Dolores Umbridge durante su corto pero nefasto mandato al frente de Hogwarts.
Es una teoría experiencialmente contrastada a lo largo de toda mi vida adulta: a menor escala de poder, más posibilidades de encontrarte con un hijo de satanás que entre ayudarte y empatizar con una situación que se podría despachar en cinco minutos decide, por el misterio de sus ovarios poliquísticos o el yermo contenido escrotal que le cuelga, decirte mientras soba su porra de alfeñique: «Aquí mando yo, idiota».
Y lo peor es que es verdad.
España hace tiempo que dejo ser un sitio en unas condiciones mínimas de dignidad para un desarrollo estable y sostenible en el tiempo. Hace unos días el propio Ángel Martín lo explicaba de maravilla en su informativo matutino. «El puto pequeño esfuerzo». Siempre el mismo reclamo… Esfuérzate, hijo. Esfuérzate, acreedor. Esfuérzate, madre. Esfuérzate, reponedor. Entre tanto, la sandía totanera a precio de mango filipino; el pan congelado del DÍA a coste de candeal quijotesco; el carburante que repleta de hollín el motor para ir al trabajo, más caro que los vuelos de Ryanair hace unos años al otro lado del país. «¿Y qué hay de la luz?», dirá el lector enfurecido. Pues lo que te proponen eléctricas y gobiernos de todo signo es que te inventes la programación de Netflix entre las paredes de tu cráneo abovedado y que inviertas en cera de abeja para vencer la oscuridad de la noche al tiempo que se te cuecen los genitales al rumor de los camiones de basura y las peleas de borrachos. Y mientras el relato del oprobio sigue con sus oraciones intactas.
De los desmanes de Putin te haces cargo tú. La pésima gestión para hacer casi cualquier tramitación con agilidad te la comes tú. De que seas incapaz de llegar a los treinta con cuatro ideas claras sobre lo que la vida es, se hacen cargo de empaquetarte algo de sentido los idealismos imperantes. Con sus mecanismos cutres e ilusorios te piden que encomiendes a sus diosecillos de saldo la resolución de tus facturas y el abono, temporada tras temporada, a las promos del Burger. También les encanta aquello de que veas en la marca blanca de la marca blanca algo que en poco o casi nada se diferencia al caviar de beluga o la ternera abulense. ¿Qué pasa? ¿Nada de eso te satisface? Tranqui, tronco. Aquí tienes al coach de turno, al alzacuellos de bolsillo halitósico o la chamana de oficio para hacerte un apaño metafísico o astrológico que te explique en unos pocos minutos por qué sigues siendo un completo inútil incapaz de relacionarte adecuadamente con la realidad.
«Luna en Saturno, Piscis en Aries. Te irá mal en la vida, hermano».
Cada día que pasa en este estado del malestar que perpetuamos con nuestro silencio y aborregamiento democrático, las palabras de Albert Boadella en nuestro penúltimo encuentro resuenan como campanas recién tañidas. «El independentismo, por poner un ejemplo, jamás se llevará a término siempre y cuando quienes los capitanean y financian no pierdan su casita en Salou y su temporadita de remolques en Boí Täull». Yo lo amplío algo más: nada cambiará mientras sigamos teniendo veintiocho aplicaciones encendidas para olvidarnos de lo anodino que es vivir cuando quien nos puede joder lleva en la pechera sus reconocimientos de la mediocracia. Mientras estos fulanos tengan la potestad y protección de las leyes para hacer con total impunidad lo que le salga de la flauta agria que, para más iesus nazarenus rex iudaeorumte, quieren hacerte tocar y soplar con cierta alegría… Tu vida será una variable predecible entre los miserables al más puro estilo Gattaca.
Es en estos tiempos raros de hartazgo generalizado a golpe de calor sin termostato, cuando se echan de menos a los Escohotado y Chesterton; a los Camba y la Rosalía buena, la primera; a los Cervantes y valientes que se atrevieron a pasarse por la piedra todos los preceptos de su tiempo mediante la palabra bien hilvanada y la valentía presta.
Quedan artífices del consuelo, claro que sí. Las mariquitas siguen alzando el vuelo y posándose en la nariz de los críos; los aspersores siguen regando las acotadas parcelas de naturaleza por las que matan los bichos urbanos. Queda belleza, queda amor, pero ¡joder! ¡Qué difícil lo hacen estos filibusteros que ni buscan ni quieren el perdón de Dios para seguir haciendo de las suyas!
Soltada la verborrea, me atrevo con el consejo: que nadie os reviente el mandato wilderiano este verano de «no hacer nada y de discutirlo todo». Las dos cosas son bastante importantes para los que no van de pestaña en incógnito en pestaña en incógnito para lidiar con sus apetencias salvajes; para aquellos que justo antes de fichar, con una resaca futbolera del carajo, se regodean en aquello de «a ver a quién le hago esto de existir un poco más cuesta arriba antes de irme a por el cocío y la siesta leonina».
A todos ellos, cita maradoniana de 2009 al canto. El resto seguiremos explorando las vías para emprender la revolución tranquila del sentido común. Que no os quepa ninguna duda: los primeros en ser extirpados y arrojados al contendor de depósitos biológicos serán los que practican el oficio de joder por sistema al prójimo con total impunidad.
El chollo se te acaba, bro. ¡Aprovecha y pilla una escapada por Groupon antes de que sea demasiado tarde!