Un problema, una solución. Una víctima, un perpetrador. Éste es el paradigma de la realidad que propone el marxismo cultural, una expresión del relativismo moral. Como un virus, se adentra en nuestras almas y nos hace despreciar toda responsabilidad sobre nuestras acciones, culpando de nuestros “males” a la sociedad, a nuestros padres, a Dios o algún ente ilusorio como el heteropatriarcado, el racismo sistémico o el cambio climático. La sofistería relativista inventa un “problema” que, por un lado, “justifique” la intervención y extensión del estado, y por otro, erosione los principios morales de la sociedad.
Al desechar la responsabilidad personal, la sociedad se vuelve esclava de sus pasiones y de sus paranoias, se confunde en el relativismo y, sin brújula moral, es mucho más maleable para renunciar a sus derechos y libertades. Y es que en el mundo orwelliano que la distorsión marxista promueve, la libertad es totalitaria y la realidad es ficción. De esto trata la teoría crítica del marxismo cultural. Como si fueran unas lentes a través de las que se colorea la vida con el tinte de la obsesión con el poder; en las que la verdad y la razón se deconstruyen, la mentira sirve a la causa y el propósito de la educación es el adoctrinamiento. Aunque la persona media ingenuamente no lo pueda creer, es realmente imperativo reconocer que hay millones de personas en el mundo que están obsesionadas con el poder, y que para ellos la verdad representa una amenaza a sus propósitos.
A través de la propaganda continua en los medios o en la academia, la infección del virus del marxismo (adoctrinamiento) cala profundamente en la conciencia colectiva de la sociedad, puesto que supone un fútil escape ante la realidad del espejo y una indulgente “liberación”. De este modo, no faltan adeptos para defender la causa y, para ello, la policía del pensamiento siempre anda atenta. Sus métodos son de sobra conocidos: “¡machista!”, “¡fascista!”, “¡racista!”… y un largo etcétera de mentiras al que ahora hay que añadir “¡quieres matar a tu abuela!”. Es censura insoportable perpetrada por personas alimentadas en su narcisismo y programadas para no ser capaces de aceptar el menor disenso.
Ingeniería social
Estas etiquetas son parte fundamental de la prolongada campaña de ingeniería social que quiebra nuestra voluntad, anula nuestro pensamiento crítico, nos arruina y nos hace aplaudir a los captores que nos roban la libertad. Su objetivo está más definido que nunca. Un fascismo global, en el que la riqueza pase de las manos de muchos a las manos de muy pocos, terminando en la abolición de la propiedad privada. Su nombre es gran reinicio o Agenda 2030 de la ONU.
El relativismo es una coartada para la degeneración sin la que no se podría haber entendido esta sumisión a la vulneración de los derechos y las libertades más básicas. La supervivencia de la libertad y de la vida misma dependen de que la sociedad vuelva a encontrar una brújula moral. Es por ello que, para el relativismo, el pensamiento conservador, la base de la civilización occidental, sea el principal enemigo a destruir.
El liberador del hoy es el dictador del mañana. La indulgencia que la propaganda promueve va destinada a rentabilizar nuestras miserias contra nosotros mismos, y nos está llevando a una dictadura de lo políticamente correcto que está destinada a fracasar por haber renunciado a la lógica y a la razón. Nos está llevando al límite de repetir la caída de Roma, esta vez en el nombre de las enseñanzas de Herbert Marcuse.
No hay que temer
Toca despertarse de la maldad a la que el mundo se enfrenta. Ese despertar es inevitable. La única duda está en el cuándo. Elijamos, que sea antes del fracaso del mal. Que la locura de haber renunciado a la verdad sea suficiente. Que no lleguemos al punto de que el despertar sea una cuestión de supervivencia porque el fracaso globalista haya destruido la civilización.
Si queremos evitarlo, hace falta un cambio individual en masa. Uno en el que la verdad sea el bien mayor, y a partir de ahí, sólo nos honremos los unos a los otros con ella; y nada más. No hay que temer. Hay que ser valientes. Puesto que hay un futuro brillante para aquellas personas que no se arrodillen ante las locuras del mainstream y se alineen con la verdad y la integridad.