Un virus no tiene capacidad metabólica, para sobrevivir necesita parasitar una célula y utilizar los mecanismos de ésta. Dicho de otra manera, un virus no puede vivir en el aire. La mortalidad del virus más famoso del mundo parece andar en valores entre 0,2% a 0,03%, parecido a la gripe. Obviamente cuanto más propagado, menor será la ratio de mortalidad. La mayoría de los fallecidos tenían condiciones previas severas o muy severas.

No hace falta glamourizar al virus, de hecho, hace más mal que bien. Es decir, la explicación a la histeria no está en el virus. La explicación a la histeria está en la histeria misma.

Teniendo en cuenta los datos anteriores, ¿cómo puede ser que en España se haya propagado al nivel que lo ha hecho si las medidas tan duras «funcionan tanto»? La respuesta rápida es que no funcionan.

Puede ser que no proteger a las personas en riesgo y abandonarlas a miles hasta la muerte no sea la mejor manera de minimizar una epidemia. ¡Miles! Y no se habla de ello. Está medio ocultado y ni se puede encontrar el número exacto. Es descorazonador.

O que los efectos negativos de encerrar a personas, prohibir el contacto humano y detenerlas por andar por la calle son enormes. Esto no es sano y es deprimente. ¿Cómo va a haber salud? ¿Cómo va a funcionar cualquier sistema inmune así?

Sin duda, también, que los medios materiales en los hospitales de España hayan sido tercermundistas juega un papel muy serio. No hay datos de los muertos entre el personal sanitario.

A lo mejor, otro factor es que no sabemos con qué profundidad afectan los medios de comunicación y las redes sociales. Todos conocemos a esa persona que se pasa el día indagando sobre enfermedades y yendo al médico. Por más que se informa de una enfermedad y de otra, no puede evitar ponerse peor. Hoy nos hemos convertido en una sociedad generalizada de ese estilo. El mecanismo psiquiátrico es de sobra conocido: la culpa suprimida en la psique busca salida y la información sobre la concienciación pone esa salida a mano en forma de enfermedad. El subconsciente utiliza el chivo expiatorio más disponible y coloca a uno en el lugar propicio en el momento adecuado para enfermarse y llevar a la conciencia lo que tiene que ser curado: la culpa reprimida. Paradójicamente, cuanta más inercia tienen la concienciación, la confusión y la propaganda, más se extiende la enfermedad. Más disponible está esa salida. La gripe mata, el coronavirus mata más, y la SARS-CoV-19 mata muchísimo más. Viendo este mecanismo, hasta pocas personas han muerto dado el nivel de miedo.

Puede, también, que años de propaganda universitaria y mediática en relativismo moral (percepción es realidad; mi miedo es lo real) y reduccionismo materialista (lo que yo veo es «causa») perviertan el descernimiento y la ciencia más de lo imaginable.

Otro aspecto puede ser la confusión resultante de valorar la enfermedad sin tener en cuenta las medidas del gobierno. Los gobiernos, para bien o para mal, alteran las reglas del juego con cada intervención. Es normal que tantas curvas y medidas vayan a salto de mata, no tienen en cuenta cómo influyen sus decisiones previas. El confinamiento es una más de esas promesas que no resuelven el problema principal y crean otros problemas accesorios, a veces, más graves (salario mínimo, guerra contra las drogas, planes de empleo, lucha contra la violencia de «género», es que «causas justas» hay a montones). De hecho, es muy probable que ni la velocidad de la implantación de las medidas tenga nada que ver con vidas salvadas. Si es inútil, da igual cuando.

Parece ser que todo esto, y mucho más, juega su papel en esta historia. Las características del virus son una tesela más en el enorme mosaico de la pandemia. Cualquier evento de la vida tiene infinitas causas y el 99,9% de ellas son desconocidas para el ser humano. De nuevo, no sabemos qué consecuencias accesorias una decisión tan radical puede tener para la salud (sabemos las que tiene para la prosperidad y que luego afectarán a la salud). Toda la energía que se emplea en investigar el virus es loable, pero pensar que tanta propagación y muerte es una consecuencia de la capacidad del virus es extremadamente simplista. Sobre todo, en la atmósfera del mayor experimento de la historia. ¿No morirían muchas personas de cualquier otra enfermedad si hubiese una psicosis similar para luchar contra ella? Es más inclusivo decir que tanta propagación y muerte es una expresión de la atmósfera del miedo (o «campo», palabra tomada de dinámicas no lineales). Las medidas draconianas son una expresión del «campo» del miedo. Sus frutos no son nada buenos.

Para decirle a otra persona lo que le conviene y lo que tiene que hacer hace falta omnisciencia. Ni el mejor de los políticos la tiene, ni el mejor de los expertos la tiene, ni un famoso la tiene, ni siquiera la masa en el balcón la tiene. La libertad de alguien no acaba donde empieza el miedo de otra. Y es sano decir ¡ya basta! cuando te quieren imponer cosas por «tu propio bien». Estas son unas de las moralejas de esta historia: que no se sabe, y que la fuerza que se le presta al estado para usarla en favor de uno, no la va a soltar, y va a llegar el día en que la use contra uno mismo.

Si hace solo unas semanas era difícil imaginar el nivel de histeria o el nivel de muerte, más difícil era imaginar tal desprecio a la libertad. La vida es tan perfecta que no nos da a elegir entra salud o libertad. Miles de años de ser humano sobre la tierra lo avala. Lo que avala destruir la libertad y la economía es sólo una moda. Y no habrá vacuna que nos salve si nos convertimos en una nación que elige dejar su prosperidad y libertad a cambio de promesas vacías. Pero esto no es un juicio. ¡Anda que personalmente no persistiré en cosas que no funcionan! Es un llamamiento a hacer la pregunta: ¿funciona? Por los frutos los conoceréis. No por las intenciones. Además, es útil ver que si se abre nadie está forzado a salir de casa y que para que la lógica del confinamiento funcionase requeriría que el virus desapareciese de la tierra.

En conclusión, la solución pasa por abrir hasta la más absoluta normalidad. Cuanto antes, mejor. ¿Cuál va a ser sino? Y también, claro, pasa por el contacto humano, por dejar de ser un estado policial, por tirar la tele por la ventana y por dejar de poner la fe en que cada aparente imperfección de la vida se soluciona con una nueva agencia del gobierno. Si esa es la creencia, vamos directos al totalitarismo.

Y es que la prueba de que esto es una cuestión política, y no de salud, es el yugo de la dictadura de lo políticamente correcto oprimiendo cualquier disenso. Lo que convendría es que la política se mantuviese fuera de la salud y de la vida los ciudadanos. Lamentablemente, vamos en dirección opuesta.