A veces, muchas, el cine es ese lugar en donde a uno le gustaría vivir, ya sé que me repito. Pero es que ahora como han abierto en Filmin una colección titulada Comedias románticas mi cabeza lo trae de nuevo a colación, como quien dice, porque es justamente en ese género cinematográfico en el que me más gustaría hacerlo. Faltan muchas, claro. Quiero decir que, en ese listado que propone la plataforma, faltan unas cuantas que bien podrían considerarse dentro del género, pero claro, esto de la categorización, de las listas y la clasificación es tan personal como el gusto en los yogures, y ya saben que a algunos le gustan los de coco. De todo hay en la viña del Señor.

Rizando el rizo el cine, desde siempre, ha puesto su foco en relaciones amorosas y sentimentales. Complejas, románticas, desesperadas, frustradas, exitosas, con finales felices e inolvidables o con finales terribles y más inolvidables aún. Rodadas en blanco y negro, en color, en Technicolor, en dibujos animados o en stop motion, el cine nos ha metido el amor en las retinas y, ahora, de nuestros poros sale todo el amor que hemos absorbido. U ojalá fuese así, sería más sencillo todo. Pero les decía que el cine ha hablado de amor en todos los formatos, desde en los westerns (Centauros del desierto, Río Rojo, Horizontes de Grandeza, El hombre que mató a Liberty Valance —y en la historia del que no lo hizo—) hasta  en las fundamentales de Humphrey (Tener y no tener, Casablanca, En un lugar solitario, La condesa descalza, Sabrina), desde en los musicales (Siete novias para siete hermanos, Los paragüas de Cherburgo, My Fair Lady) hasta en el suspense hitchconiano (Encadenados, Vértigo, Atrapa a un ladrón, Charada —sí, la mejor película de Hitchcock es de Stanley Donen—, Con la muerte en los talones). Desde en el noir más noir (Perdición, Gilda, El Crack) hasta en el más bonito de los Technicolores, permítaseme, (Indiscreta, Página en blanco, La Pantera Rosa). En las adaptaciones literarias, rigurosas o no, (Carta de una desconocida, El fantasma y la señora Muir, La vida privada de Sherlock Holmes), en la Nouvelle Vague, obviamente, (Al final de la escapada, El Desprecio, Mi noche con Maud, los cuentos de las estaciones, La noche americana, todo lo de Antoine Doinel), en los melodramas de una de cal y otra de arena (El apartamento, Tú y yo, Dos en la carretera, Irma la Dulce) y, por supuesto, en la comedia, en la romántica, que es a lo que venía todo esto.

Claro que dentro de este último formato, de este último género, hay otros muchos. Que si las romanticadas más clásicas (Ninotchka, Vacaciones en Roma, Desayuno con Diamantes, la Extraña Pareja —el amor y el desamor entre amigos—), que si el factor Woody Allen (Annie Hall, Manhattan, Sueños de seductor, Midnight in Paris), que si los romanticones viajan a Francia, no pocas veces (Un buen año, French Kiss, Mis tardes con Margueritte, Mi amigo Mr. Morgan, Mi casa en París, Le Week-End). Y yo les decía, o lo intentaba, que a veces el cine es ese lugar donde a uno le gustaría vivir. De hecho eso es, creo, el buen cine, el cine amable, como dice mi querido amigo S. Y aquí ya hablamos hace tiempo de la virtud de ser unos peliculeros, al menos, creo que fue eso lo que acordamos, que hay que serlo. Y si no lo acordamos entonces, intentaré que lo acordemos ahora. Se lo propongo de nuevo, eso y reivindicar la comedia romántica como lugar de cine y vida, valga la redundancia. Porque es en las comedias románticas, esas que tienen ese gen Notting Hill, ese ingrediente Cuatro bodas y un funeral, que se encarna en Hugh Grant caminando por el mercado mientras se suceden las estaciones del año, la lluvia, la nieve, el sol, el viento y de fondo suena Ain’t no sunshine when she’s gone. Ese amor nervioso que si es de verdad se mantiene hasta cuando lleváis quince años casados, esos casi romances, esos casi una película de amor, ese cosquilleo que terminas teniendo cuando lo que empieza jugando termina gustando de «ella tiene que escribir un artículo sobre cómo dejar a un hombre en no sé cuantas semanas y él ganar una apuesta para conquistar a una mujer en no sé cuántos días pero terminan locos el uno por el otro», de Cómo perder a un chico en diez días. Esas mariposas en el estómago que aparecen, y que se parecen a montar en un ascensor, en el «ella tiene una pequeña librería y él es un magnate con una cadena de librerías, tipo La Casa del Libro sí, que fagocita todo el pequeño comercio y ella le odia, pero termina, inevitablemente, dándose cuenta de que está enamorada del hombre sensible que hay detrás de todo» de Tienes un e-mail. Eso tan visual del Hugh Grant caminando cuando tú puedes ver cómo piensa en su Julia Roberts, porque tu también has caminado solo pensando en tu Julia Roberts, que está lejos. Y, maldita sea, qué cierto es que no brilla el sol cuando están lejos, no brilla nada, narices.

Yo, tienen razón, de cine no sé mucho. Soy, digamos, más bien, resultón. Algunas frases ingeniosas en cenas con amigos. Pero lo que sí es bien cierto es que en mi vida se han colado unas cuantas comedias románticas, unas cuantas escenas a imitar y frases a repetir. Algunas tragicomedias, bien sûr, claro que, como diría Woody Allen, curtido en lo del humor y el amor, tragedia más tiempo igual a comedia. Pues eso. Pero si lo pensamos bien, al final, todo se reduce a aquello que me demostró Snoopy en una de mis tiras de Peanuts favoritas. En ella Peppermint, que es la parte de nosotros que va por la vida con los ojos cerrados, le pregunta a nuestro Beagle que cual es el secreto de la vida. A lo que Snoopy, sin pensarlo, le planta un beso en la nariz. Pues eso. Sencillez y comedia. Y es que cualquier historia de amor, para que dure por los siglos de los siglos, amén, ha de tener un poco de comedia, o un mucho. Vamos, creo yo. Pero no me hagan demasiado caso.

Por cierto, leo que se ha muerto Jacques Perrin a los ochenta años. Me da muchísima tristeza, me hago un poco más pequeño. No quiero hablar de ello, pero tampoco quería dejar de decirlo. Sirva la columna de hoy como recuerdo porque estoy seguro de que le encantaban las escenas de amor. Las de besos ya sabemos que le emocionaban, claro. He vuelto a ver Cinema Paradiso, a su salud.