Con la muerte de Robert Redford se apaga una de las últimas grandes leyendas de Hollywood, un actor y director que supo conjugar el magnetismo de estrella con una carrera llena de títulos inolvidables y el impulso al Festival de Sundance, que fundó en 1981.
Su trayectoria abarca más de seis décadas y un sinfín de papeles que marcaron época: Descalzos por el parque (1967), Dos hombres y un destino (1969), El golpe (1973), Todos los hombres del presidente (1976), Memorias de África (1985) o Una proposición indecente (1993). En paralelo, como director sorprendió desde su debut con Gente corriente (1980), que arrasó en los Oscar con los premios a mejor película y mejor dirección. Después llegaron Un lugar llamado Milagro (1988), El río de la vida (1992), Quiz Show (1994) o El hombre que susurraba a los caballos (1998).
En los setenta y ochenta Redford fue, junto a Paul Newman, el rostro más popular del cine estadounidense. La química entre ambos dio lugar a dos de los grandes clásicos del siglo XX, Dos hombres y un destino y El golpe. Con su sonrisa luminosa y una presencia natural en pantalla, se convirtió en el chico de oro de Hollywood.
UN REFUGIO EN MIJAS
A mediados de los años sesenta, Redford vivió durante una temporada en el municipio malagueño de Mijas junto a su primera esposa y sus hijos. Se instalaron en una casa sin electricidad ni agua corriente, donde el actor llevaba una vida sencilla: iba en moto, pintaba paisajes y compraba en los mercados locales de Mijas y Fuengirola. Los vecinos lo recuerdan descalzo, sonriente y fascinado por las procesiones de Semana Santa. Aquella experiencia española le permitió disfrutar del anonimato y de un ritmo pausado que contrastaba con la vorágine de Hollywood.
Su muerte ha provocado una avalancha de homenajes. Meryl Streep, su compañera en Memorias de África, escribió: «Uno de los leones ha muerto. Descanse en paz mi querido amigo». Jane Fonda, que compartió con él títulos como Descalzos por el parque o El jinete eléctrico, declaró: «Me impactó profundamente esta mañana leer que Bob había fallecido. No puedo parar de llorar. Significó mucho para mí y fue una persona maravillosa en todos los sentidos».
El director Ron Howard ha destacado su talento y la importancia de Sundance para nuevas generaciones de cineastas. James Gunn, actual director de Superman, lo definió como «LA estrella de cine» y subrayó su elegancia serena y espontánea. Hillary Clinton lo llamó «un auténtico icono estadounidense», mientras que Marlee Matlin recordó que Coda, la película que ganó el Oscar en 2021, «fue posible gracias a Sundance y, por tanto, gracias a Robert Redford».
Incluso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comentó su fallecimiento antes de partir hacia Londres: «Redford era genial. Tuvo una serie de años en los que no hubo nadie mejor. Durante un tiempo fue el más sexy, así que para mí era genial». Palabras llamativas, dado que el propio Redford lo había criticado abiertamente en 2019.
Un momento especialmente recordado de su carrera fuera de las pantallas llegó en 2002, cuando la Academia de Hollywood le concedió el Oscar honorífico por toda su trayectoria. En su discurso, Redford hizo un alegato a la libertad, subrayando que «el arte no debe estar al servicio del poder, sino de la imaginación» y reivindicando el cine como espacio de independencia creativa. Sus palabras fueron recibidas con una ovación en pie y reflejaban su idea de que la libertad artística era tan esencial como la política o la personal.
Más allá de los homenajes, su filmografía habla por sí sola. Redford trabajó con algunos de los directores más influyentes del último medio siglo y fue capaz de encarnar tanto al galán romántico como al héroe de acción, al periodista comprometido o al hombre solitario en busca de redención. Sus últimos papeles, como Cuando todo está perdido (2013) o su breve aparición en Vengadores: Endgame (2019), mostraron a un actor dispuesto a seguir desafiándose hasta el final.
Con la muerte de Robert Redford se va una figura que encarnó el Hollywood clásico y moderno a un tiempo. Compañero de Newman, pareja cinematográfica de Streep y Fonda, director premiado y mentor de cineastas emergentes. Su nombre quedará asociado a una filmografía irrepetible y a una imagen: la de un hombre rubio, con una sonrisa capaz de llenar la pantalla, que durante décadas fue arquetipo de estrella de cine.